Insomnio

La veo dormir mientras recuerdo que falta una semana para su cumpleaños. Son las tres de la mañana. Casi una década de matrimonio y aún ronca suave, casi dulcemente. La madrugada es fresca sin llegar a ser fría. Estoy de pie descalzo recargado en la puerta del armario. Una manta ligera me deja apreciar su espalda morena con la topografía de sus lunares. Gira entre sueños y su brazo busca en el lugar donde debería estar mi cuerpo junto al suyo. Ven, dice adormilada. Acudo al llamado y me meto entre las sábanas tibias.

—¿Insomnio de nuevo? —pregunta mientras termina el desayuno que le preparé y se apronta a salir a su trabajo. No espera respuesta, toma su termo con chocolate caliente, me besa en la boca y se despide—. Trata de descansar. Te veo en la noche. Dejé comida preparada en el refrigerador.

Cuando decides que estás enamorado tu mente, alma y corazón rebosan de esa persona que dices amar. Le piensas la mayor parte del tiempo. Te sientes pleno por haber encontrado tu alma gemela que engrandece la tuya. Tu corazón late como siempre pero con la diferencia de que, sabes, cada latido es la esperanza de que su sangre, todo lo demás incluido, te pertenezca para siempre. Por completo. Y eso asusta porque, en correspondencia, tú le perteneces también.

Estoy despierto en esta noche de luna nueva. Hoy cogimos como hace tiempo no lo hacíamos. Me encanta hacerla mía y, sospecho, ella goza que le haga el amor como cuando nos conocimos: fuerte, violento, plenos de sudor y jadeos, arañazos, jalones de cabello. Terminamos felices y exhaustos. Dormimos plenos y satisfechos. Ella durante toda la noche, yo… no puedo dormir como antes, algo me desasosiega. Siento un cambio inefable en ella, y eso me impide dormir con confianza a su lado. Me recuesto mientras a ella la vence el sueño, pero la noche profunda me levanta con algo parecido a una ansiedad, a un presentimiento de que ella me puede hacer algo mientras duermo. La miro descansar, paso la noche velándola. Cerca del amanecer me vence el cansancio y no queda más remedio que regresar al lecho.

—Qué ojeras te cargas hoy, mi amor. ¿No pudiste dormir otra vez? —me cuestiona mientras termino mi desayuno y ella se apresta a salir—. No te preocupes, alguno de los currículums que enviaste el mes pasado deben de resultar, ya verás. Descansa. Te dejé lasaña en el refri para que comas. Traigo algo para cenar.

El desempleo da tiempo de sobra y dinero de falta. Casi seis meses sin que ninguna empresa se moleste en llamarme a entrevistas siquiera. He pagado las deudas que tenía con mis ahorros y mi finiquito, ambos casi agotados. No, no me gusta depender de ella y hasta la fecha no lo he hecho. Ese no es el punto aunque creo que podría ser parte de esos motivos siniestros que me hacen sentir que ya no me ve como antes, que planea algo en mi contra. Por ello la comida que prepara termina en el bote de basura o se la doy al perro del vecino. Tal vez yo esté mal pero no estoy seguro de nada. Enciendo la consola de videojuegos para pasar la tarde y despejar mi mente. Me encanta usar la sierra de cadena para matar a mis adversarios. ¿Y si…

Apenas escucho su respiración rítmica, pausada y salto de la cama. No voy a ningún lado. Me la paso tratando de adivinar sus pensamientos, qué sueña, qué ideas se estará formando de mí. Apenas es medianoche y ya no puedo estar junto a ella. Me inquieta, me cuesta darle la espalda. Por ello levantado me pongo de su lado de la cama y me acuclillo para ver su respiración y sus ojos cerrados. Dentro de un rato sus globos oculares empezarán a estremecerse con sueños profundos. De seguro sueña con deshacerse de mí. Me da miedo que lo haga así como me parece espantoso que no pueda dormir tranquilo porque seguramente piensa en hacerme daño. Por ello mi vigila, por eso cuido sus horas de descanso, no quiero ser sorprendido mientras duermo. Horrible vivir así. Algo tengo que hacer para remediar esta situación.

 —Hoy llegaré tarde, las compañeras del despacho me invitaron a cenar por mi cumpleaños de mañana —me dice mientras la observo más arreglada que de costumbre—. Dejé tamales en el congelador. No me esperes despierto.

¿Que no la espere despierto? Seguramente es lo que ha estado deseando y planeando de un tiempo para acá. No estoy tan equivocado, no por nada mi falta de sueño, esa sucia desconfianza que llevo sintiendo hacia ella. Es horrible no poder descansar tranquilamente al lado de la persona que siempre has amado. Quien nos observe desde afuera pensará que vivimos en armonía, en paz. Que somos un matrimonio ejemplar venciendo tiempos de vacas flacas. Qué pueden saber ellos. Quisiera escapar pero no es correcto que rehuya a mis temores, debo enfrentarlos y ponerle remedio a esta situación. Tal vez esta noche sea la adecuada…

La espero en nuestro lecho. Finjo dormir. El cuchillo bajo la cama. Escucho su auto, llaves en la puerta, pisadas en la escalera. Hoy debe ser, lo intuyo. Trata de no hacer ruido y deja su bolso sobre el peinador. Va en silencio al baño, la breve luz de ese cuarto ilumina nuestra habitación. Las sábanas guardan su olor, la cama sus intenciones, sus sueños sus planes. Lo sé. Aprieto los puños. Un escalofrío recorre mi nuca que da a la puerta de la recámara. Sale del baño, nuevo resplandor que fenece pronto. Pasos suaves, el frío en mi cuerpo al descorrer las sábanas para meterse al lecho. La tibieza de sus senos en mi espalda mientras se acurruca y me abraza. Su aliento levemente dipsomaniaco me llega suave y calmo. Mi piel se eriza de sentirla tan cerca. Hoy será. Lo presiento.

Amanece.

—Feliz cumpleaños para mí. Por fin: muchas felicidades, flamante viuda.


Samuel Carvajal.

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