Es cierto que en este mundo en declive existe una tetralogía de hechos y verdades; la primera, que la invasión inaugural se originó desde el centro del planeta y partimos los suelos con todas sus capas nebulares hasta expandirlos por el firmamento para así exponer y ahuyentar al enemigo; la segunda, que al reintentar la agresión ahora por los cielos, incendiamos nuestras nubes violeta para regocijarnos con una victoriosa lluvia de ceniza dorada y carmesí; la tercera, que para poder lograr su éxito de conquista recurrieron a una denigrante práctica arraigada en todas las historias y que se dice es la cúspide de la corrupción de la disidencia: La traición; la verdad última se confabula con magnífica ironía milenios antes de que ocurrieran las primeras tres, los guardianes primigenios auguraron la infidelidad de uno de sus hijos y por generaciones enseñaron en secreto sólo a aquellos leales el artificio de la bioskulpturha.
Soy yo, ΩedΔt Segr´ Bor, uno de aquellos leales programados con dicho conocimiento, y lo que he de narrar aquí son unos cuantos detalles de una maniobra que será contada y admirada por todos los universos.
Los leales eran artistas, no oficiales ni soldados; por eso es por lo que soy notable, porque decidí redirigir el arte aprendido como ofrenda regeneradora para mi raza y como castigo para el invasor.
La bioskulpturha consiste en conjurar por medio de ondas a aquellos seres destacados en vida, para que al momento de su muerte pasen a formar parte de una galería de esculturas vivientes, hologramas indestructibles de vanguardia que recrean sus mejores momentos ya sean estos hablados o ejecutados. Por tanto, tenemos bioskulpturhas en varias ramas y sitios que veneramos para que los niños aprendan de ellos y sueñen con ser conservados en una proyección que enaltezca al espíritu, su espíritu.
La época en la que me tocó ejercer este arte es de guerra, así que he decidido conjurar a la resistencia, con dolor vivo escondido entre aquellos que sé son próximos a la muerte, pero que sus ecos no dejarán tranquilos nunca al cobarde asesino. Mi primera creación fue en una academia de canto, las entonaciones de una composición antes de un bombardeo sorpresa siguen en hermoso remanso y en cascada de agujas de fría acústica para no permitir descanso y concentración a los rivales. En los suburbios, un respetado profesor de enseñanza de espectros interestelares se inmoló en un fuego que tiene la forma de un plumaje, el cual sólo nosotros sabemos cómo apagarlo, con lágrimas y zozobra le he dado vida para siempre a su muerte, que fue sol suave, sol mortal para quienes nos trajeron la guerra.
En un campo de batalla oculto debajo de un autómata derrotado hice lo propio con un escuadrón de jóvenes que decidieron dar pelea aun sabiendo que la contienda física no es lo nuestro. Los dejé como flores incandescentes e invencibles ante los ojos atónitos de un enemigo que no procesaba bajo ninguna revolución neuronal como es que después del deceso quedaron huellas más allá de su entendimiento, muchos huyeron al no poder comprender como es que eternizamos la vida con tecnología mística.
Desde un refugio puedo escuchar los pasos de un ejército enfurecido por mis acciones, vendrán a matarme, saben bien lo que hago y el propósito genuino de dicha hazaña los irrita aun más porque no hay magia ni artefacto en todo el cosmos capaz de deshacer mi arte ni el de los leales antes que yo. Lo que ignoran, es que fui el primero que se atrevió a conjurarse a sí mismo, sin estar muerto me he replicado en vida y esparcí señuelos en ubicaciones distintas para que den con mi inmortal testimonio y escuchen una y otra vez como serán derrotados por la locura y el odio suyos de perseguir a un multiplicado espejismo hecho de sustancia y maestría. Vigilo desde el cielo, cuando llegue la hora, seré lluvia de oro, lluvia carmesí, lluvia conjurada que germinará de la muerte, la reencarnación.
Edgar Tadeo Del Ángel Mar