Versus – Día de Muertos

Una de las tradiciones mexicanas más populares es el Día de Muertos. Originalmente, las celebraciones al dios Mictlantecutli ocurrían en verano, pero con la llegada de los europeos a Mesoamérica y la imposición de la fe cristiana, esta fecha se unió a las de «Todos los santos» y «Fieles difuntos» que a su vez ya se habían adaptado al calendario pagano en el que se celebraban las fiestas de la cosecha, a finales de octubre y principios de noviembre.  El sincretismo, es uno de los componentes que dan cohesión a ese vitral que llamamos identidad.

Cuenta la tradición que cada año se le permite a los fallecidos salir del Mictlán durante este breve periodo para regresar a la tierra de los vivos, donde sus deudos los esperan  guiándolos con un camino de sal, flores de cempasúchil y humo de copal hacia un altar en el que encontrarán la comida que más les gustaba en vida. En esta fecha se preparan el pan de muerto (que representa un montículo de huesos) y las calaveritas de azúcar, pequeños cráneos de dulce pintados de colores. Esta celebración familiar reúne a los mexicanos, que después de haber ofrecido el alimento a sus ancestros, pueden comerlo. También se acostumbra asistir a los panteones para limpiar las tumbas, ponerles flores e incluso comer sobre las lápidas.

Esta peculiar tradición ha sido escenario para contar algunas historias: Ray Bradbury llevó a una grupo de niños a vivir parte de sus aventuras con los muertos, en la novela «El árbol de las brujas» (1972); Robert Silverberg utilizó la celebración para contar la historia de terror «No es nuestro hermano» (1982) y Nancy Kilpatrick hizo lo propio en «Memorias del día de los muertos». En el cine, tal vez uno de los referentes más conocidos del siglo XX sea la cinta «Macario» (1960).

Sin embargo, creo que el Día de Muertos se ha convertido en un filón interesante para la animación: Ya antes reseñamos «Calacán» (1987) y «Coco» (2017), pero cabe mencionar también los episodios especiales de «¡Mucha Lucha!» (2004), «El Tigre» (2007) y las películas «La leyenda de la Nahuala» (2007), «El libro de la vida» (2014) y «Día de muertos» (2019), siendo esta última la que voy a reseñar.

La historia comienza en algún momento al final del siglo XIX en México: escuchamos la voz de un niño que nos narra como el hechicero Morlet, en su afán para salvar de la muerte a su amada, realizó un hechizo con el que ocultó al pueblo de Santa Clara, pero el precio a pagar fue ser encerrado en un castillo. Cuando La Muerte apareció fue recibida con cariño por la gente y después de convidarla a cenar y romper la piñata, obsequió al pueblo un reloj de arena con el cual podrían llamar a sus seres queridos una vez al año, en Día de Muertos.

Pero en Santa Clara existe una huérfana, Salma, a quien jamás le han revelado la identidad de sus padres; criada por la anciana Nana junto a los huérfanos Pedro y Jorge.  Al colocar una caja china sobre el altar durante la festividad, Salma abre un portal del que sale un dragón. Los niños se las ingenian para encerrarlo pero Salma se ve forzada a nunca celebrar esa fiesta.

Diez años después Salma sigue obsesionada por averiguar quiénes eran sus padres. Un buhonero itinerante pasa por el pueblo y le da un relicario con la imagen de una ceiba, el árbol que en la mitología maya conecta al inframundo con la Tierra, con el que de nuevo intenta abrir un portal, liberando una onda de choque. Frustrada, decide ir a investigar al único que logar que no ha revisado, el castillo, acompañada por los hermanos en donde encuentran un códice que los lleva a las entrañas mismas de la ceiba mística: ahí el castillo forma parte del limbo, y los hermanos enfrentan dos esqueletos gigantes que lo custodian (convertidos en muñeca de trapo y brócoli con la magia del libro utilizada por Salma). Las cosas no salen bien y los hermanos se precipitan hacia las raíces de la ceiba, entrando al mundo de los muertos, mientras Salma se queda en el limbo donde encuentra a Morlet. Salma descubrirá la historia de sus padres y de sus extraños poderes que conectan la vida y la muerte, y los hermanos Jorge y Pedro vivirán su propia aventura en una tierra llena de calaveras, pero tendrán que unir fuerzas para evitar que Morlet ejecute un plan aun más ambicioso que vivir para siempre.

Es difícil juzgar objetivamente una obra que destila ganas de sobresalir de entre sus predecesoras. Esta cinta comenzó su largo camino en 2003, no hubo un guión terminado sino hasta 2011 y después de una batalla legal para registrar el nombre «Día de muertos» que la enfrentó a Pixar, tuvo que esperar dos años más para ser estrenada este pasado 1 de noviembre de 2019. Es el primer trabajo como director de Carlos Gutierrez Medrano, y el guión fue desarrollado por Eduardo Ancer (autor de la novela gráfica «Aztlán» que ya reseñamos también) y por Juan José Medina (que tiene en su haber varios cortometrajes). La producción no sólo corrió por cuenta de Metacube sino un buen número de personas, entre ellas Roberto Gómez Fernández, hijo del finado guionista «Chespirito».

El esfuerzo es de reconocerse y admirarse. Y quien quiera terminar de leer aquí la reseña, está bien, lo invito a que asista al cine a apreciarla en pantalla grande y se haga su propia opinión.

Lamentablemente la mía, aun con el corazón en la mano, podrá sonar un tanto desalentadora: Situada a principios del siglo XX, nos lleva a ese México que sólo existe en las películas del cine de la edad de oro y de las telenovelas. Ese México de estereotipos que homenajean a Doña Sara García (el rostro del emblemático «chocolate abuelita»  privatizado por Nestlé), donde ningún protagonista puede ser mas moreno que Pedro Infante, Jorge Negrete, Dolores del Río o María Félix. En toda la cinta, se ve solamente una mujer de piel canela durante unos segundos, y resulta ser una criada de Nana. Jorge viste con la elegancia de un charro y es de facciones finas, su hermano Pedro es narizón y no puede abrir la boca para decir otra cosa que no sea un simplonada (¿Homenaje a Chespirito?), siendo más similares a Viruta y Capulina que a sus homónimos de «A toda máquina». México sufre de colorismo (una discriminación laboral y social hacia la gente con el tono de piel mas oscuro, rancia heredad del sistema de castas colonial) y «Día de muertos» no se responsabiliza de ofrecerle al mundo una visión diferente.

Indistintamente del notable detalle anterior, la trama avanza a saltos, con objetos que aparecen de la nada: el relicario, el códice, los padres de Pedro y Jorge, el buhonero y los poderes mágicos de Salma, convertida en princesa de la vida y la muerte. Los movimientos de cámara y escenas de montaña rusa que pretenden «hacer lucir» el 3D de los escenarios más que aportar valor de producción nos remiten a los largometrajes animados por computadora de principios de los 00’s que abusaron de esas secuencias, siendo esto lo que más le juega en contra. Finalmente, personajes como el ajolote (que tiene un diseño muy bonito) y dos calaveritas que andan por ahí, no aportan absolutamente nada, lo que me deja pensando si la intención es venderlos como juguetes o funcionar como otro comedy relief.

Conozco a varias de las personas involucradas en el medio de la animación en México, me consta que son profesionales, apasionados y que verdaderamente aspiran a hacer cosas grandes. No podemos olvidar que cada obra es un peldaño en esta escalinata que llamamos arte. Habrá algunas que sobresalgan y se les llame parteaguas por una u otra razón, habrá otras que cumplan su función de servir de apoyo para colocar el que sigue. De uno u otro modo, el trabajo está ahí y es decisión del público su trascendencia.

Por mi parte, espero que cuando muera me pongan en el altar mi atole de tamarindo, mis tamales de camarón y calabaza; y porqué no, una cinta de animación que me hable sobre cómo perciben sus autores este maravilloso mosaico de diversidad, llamado México.

Abraham Martínez Azuara

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