Al más sensual (no sexy) y loco exquisito
de todos los estúpidos machistas
que he conocido.
Estoy harta de desearte salvajemente,
de este cutre dolor
entre las piernas,
en los ovarios,
en el alma.
Eres el espíritu de una gran montaña,
de la que quedan pocas ruinas.
Una megalópolis milenaria,
otrora preciosa.
El invasor llegó,
se impresionó,
se sintió inferior.
Te vandalizó,
te destruyó.
Ahora sólo quedan piezas rotas de ti,
perdidas entre la arena y la jungla
de mis riñones.
Rompecabezas incompleto,
lo faltante recorre, podrido,
el laberinto en mi vientre,
en mis intestinos.
Algún día dejará de roerme la entraña.
A mí y a esta jodida cultura.
Será la masilla, el cemento
para reconstruir tus templos,
tus palacios.
Volverás a estar en pie,
sí,
pero jamás serás el mismo.
Nunca volverá ese esplendor.
Este es el canto fúnebre
del ángel
cuyas plumas arden
ante tu inevitable destino.
Esas plumas negras entre mis piernas.
Ana Bertha Gómez Cavazos