No respires – Parte 1 de 2

Pasán era el cuarto planeta que giraba en torno a la estrella KOI-4878, conocido hace mucho tiempo sólo como KOI-4878.01 recibió el nombre de la primera sonda que lo visitó y confirmo su compatibilidad con la vida terrestre. Carlos y Beto Llegaron a la órbita del planeta a bordo de la nave de la Universidad para tratar de resolver una situación algo complicada, según los colonos de Pasán.

—¿Y qué tiene de complicado? Me parece más un trabajo de ingeniería que de exploración —replicó Beto en su sarcástico tono acostumbrado.

—Si Pasán tuviera un océano de agua líquida, como el de la Tierra, no debería existir mayor problema, pero…

—¡Siempre hay un pero, siempre hay un pero! ¿Para qué nos llamaron?

—¿No leíste el informe? ¿Quieres que yo lo lea, lo digiera y te lo platique? —preguntó con paciencia Carlos mientras supervisaba las maniobras de entrada a la atmósfera.

— Sí —fue la escueta respuesta de Beto.

—Para variar, aquí voy: Los mares de Pasán están formados por líquidos de diferentes densidades, en la parte superior está un aceite ligero, en la parte media hay agua y en el fondo existe una mezcla de coloides que…

—¿De qué?

—Coloides. Vaya que no hiciste la tarea. Los coloides de este lugar son emulsiones parecidas a la gelatina o mejor dicho: a la mayonesa.

—¿Quieres decir que el fondo submarino de este planeta esta cubierto de mayonesa?

—Yo no dije mayonesa, dije coloide. ¿Me permites continuar?

—Esta bien, sólo se me ocurrió la idea de probarla eso fue todo. Continúa.

—Bueno, existen extraños disturbios en el fondo del planeta que ocasiona una especie de maremotos que dañan las plataformas de extracción.

—¿Y a nosotros qué?

—Venimos a averiguar qué es lo que los ocasiona. Somos exploradores, ¿recuerdas?

—¿Y cómo lo haremos? Yo ni siquiera sé nadar. ¡Explícamelo!

—Mejor después, estamos a punto de amarizar, agárrate.

El transportador en que viajaban había llegado a la superficie del planeta, un mar de aceite amarillento que reflejaba la tenue luz de su estrella madre, así como la de las estrellas más brillantes. Ahí deberían esperar a que los recogiera el personal de la base extractora “Oxic” que se encontraba a casi tres mil metros de profundidad.

—Carlos, ¿estás seguro de que aquí deberíamos esperarlos? Me parece que ya tardaron.

—Estas son las coordenadas que me dieron, así que esperaremos.

—¡Mira! ¿Qué son esas aletas que nos están rodeando?

—No lo sé. No hemos recibido informes de vida nativa en esta zona de Pasán.

Una docena de aletas estaban surcando la superficie de aceite en la que se encontraban, formando círculos en rededor de su nave se acercaban a cada vuelta. Carlos y Beto los contemplaban desde el casco de del transportador, ambos con sus trajes espaciales pero sin la escafandra. La atmósfera de Pasán era respirable.

—¡Son tiburones!

—Tranquilo, Beto, guarda tu arma, no creo que se acerquen mucho.

—Eso espero.

Una de las aletas pasó bastante cerca y salpicó de aceite los pies de ambos, otra se acercó lo suficiente para dar un pequeño golpe en su nave que se inclinó hacia uno de sus costados. Beto resbaló.

—¡Ayúdame! ¡Me voy a hundir! ¡Los tiburones se acercan!

—No te vas a hundir, tranquilízate —decía Carlos mientras desenfundaba su arma y la apuntaba a la aleta que se dirigía a Beto.

Una extraña mezcla pegajosa cayó sobre el puño de Carlos impidiéndole accionar su arma, uno de esos seres le había arrojado esa sustancia de manera eficaz. Mientras tanto unas fauces engulleron a Beto quien se sumergió junto con el extraño ser.

—¡Beto!, ¡Beto! —gritaba desesperado Carlos, pensando en que jamás volvería a ver a su compañero de aventuras.

Un círculo de aletas lo rodeó y la mayor, justo frente a él, se acercó lentamente. A su espalda se encendieron unas potentes luces. Carlos estaba totalmente desconcertado.—Capitán Carlos Verástegui, somos el equipo de recepción, lamentamos lo sucedido y pedimos permiso para abordar su nave —resonó una voz que provenía del “tiburón” mayor.

—Necesito encontrar a mi compañero, cayó al… al… ¡mar!

Las fauces de aquel ser se abrieron de nuevo. Dentro de ellas se encontraba Beto acompañado del tripulante Aventino.

Una vez instalados dentro del módulo de descenso que les proporcionó el equipo de recepción, Carlos desconectó el radio y ordenó al piloto automático que siguiera a sus guías.

—Me asustaste en verdad, Beto, pensé que no te volvería a ver.

—¡Vaya! ¡Hasta que reconoces que te hago falta! La verdad, dilo, ¿qué harías sin mí?

—Una fiesta, tonto. ¿No te puedes tomar nada en serio?

—Yo también me asuste, lo confieso y me pareció de mal gusto esa “recepción”. Mira que pegarnos ese susto.

—Pues ellos dicen que fue un accidente el hecho de que este módulo se descontrolara como lo hizo, que te bañara en aceite y que después nos pegara en un costado me parece muy extraño. Una nave robot como esta por lo general no tiene ese tipo de fallas, si fue un accidente, ¿por qué no nos pegó de lleno? ¿Cómo lograron arreglarla tan rápido?

—¿Ya vas a empezar con tus sospechas conspiranóicas, Carlos? Si nos hubieran querido hacer daño te hubieran dejado disparar y el aceite se habría incendiado de inmediato. A mí no me habrían rescatado y todo pudo haber sido un accidente. ¿No crees? Además, si fue broma, estuvo muy buena. Hubieras visto la cara que pusiste cuando te rodearon los “tiburones” —contestó Beto soltando una carcajada.

—Ya basta, no te burles.

Un leve impacto sacudió su módulo y los motores parecieron ganar impulso. —¿Qué pasó? ¿Qué pasó, Carlos?

—Ja, ¿quién es el asustado, ahora?

—¡Dime qué pasó!

—Simplemente acabamos de atravesar la capa de aceite y entramos a la capa de agua. Un viaje de treinta minutos directo hacia abajo nos llevará a la estación extractora.

—¿Y si abrimos las escotillas para poder ver?

—No veras nada, la capa de aceite no deja pasar la tenue luz de KOI. Sólo tendríamos los reflectores del módulo y la planta extractora está aun muy lejos.

—Entonces, ¿da lo mismo que vayan abiertas que vayan cerradas?

—Sí —fue la corta respuesta de Carlos.
—Entonces las abriré.

El espectáculo que les dejó ver la escotilla delantera fue sorprendente. En el fondo se apreciaba una estructura circular que brillaba con las múltiples luces que la rodeaban y cubrían. La escolta de módulos que los precedía les daba una idea de la enormidad de la plataforma. Todo el conjunto resplandecía sobre el lecho blanco del planeta rodeado de la más completa oscuridad. Un enjambre de naves de todo tipo realizaban las más variadas actividades: en un polo de la plataforma un conjunto de grúas construían una ampliación; en el ecuador se levantaba la estructura de extracción, y en la parte sur se reparaban los daños que causó el último tsunami.

—Bienvenidos a la plataforma “Oxic” —los saludaba de nuevo el capitán Aventino—. Espero que no nos guarde rencor por el incidente de la superficie, Capitán Carlos.

—De ninguna manera, Capitán Aventino y le agradecería que sólo me llamara por mi nombre —respondió con sinceridad Carlos—. El asunto quedó aclarado y olvidado, pero dígame, ¿cómo fue que neutralizó mi arma?

—En Pasán estamos orgullosos de nuestra industria química y uno de nuestros pasatiempos es sintetizar sustancias extrañas con los compuestos nativos. En ocasiones los resultados son mejores que los producidos en las líneas de investigación institucionales. El Plastim, por ejemplo, fue la ocurrencia de una muchachita de bachillerato, es un compuesto que reacciona al salir de su contenedor y se polimeriza en cuestión de segundos absorbiendo calor. Por eso usted sintió que su mano se entumecía y los circuitos de su arma fallaron. En este mes acaban las pruebas para su comercialización.

—¿Un excelente arma antimotines no es así? —preguntó con interés, Beto.

—En efecto, no daña a nadie si está bien dosificado. Bueno hemos llegado a las sala de juntas.

—Adelante, caballeros, los estábamos esperando —saludó desde el fondo de la sala el administrador de la plataforma.

—Encantado de conocerlo Sr. Pristini, hola a todos —contestó el saludo Carlos con respeto.

—Tomen asiento por favor, no tenemos tiempo que perder. La superintendente de seguridad les explicará en que consiste su trabajo. Adelante, señorita Cecilia.

Las luces de la sala se atenuaron y Cecilia inició una proyección holográfica. —En el breve resumen que les enviamos por adelantado les explicábamos la naturaleza del planeta: una esfera de roca recubierta por capas sucesivas de coloides, agua y aceites…

—¿Breve? —preguntó en voz baja Beto —¡Eran casi seis volúmenes!

—Que, por cierto, ni te tomaste la molestia de leer —contestó Carlos.

Ejem. Como ya deberán de saber, nuestra principal actividad es la extracción del coloide de las capas más profundas, un compuesto químico ya polimerizado por la acción del calor del centro del planeta rico en hidrocarburos de alto octanaje mezclado con el silicio degradado del lecho marino, mejor conocido como: Silipolímero. Muy útil para la fabricación de plásticos cerámicos de última generación, indispensables para la industria espacial.

—Todo eso lo leímos en el informe, señorita …

—Cecilia, Capitán Carlos —contestó ella con firmeza.

—Gracias, Cecilia, mi pregunta es: ¿por qué nos mandaron llamar?

—Si permite que continúe la proyección Capitán, no sea usted impaciente —le replicó el Sr. Pristini.

—Claro —dijo con desagrado Carlos mientras tomaba asiento.

—Si observa la grabación verán por qué los mandamos llamar.

En la proyección tridimensional se observaba la imagen de la plataforma por la parte de abajo, cerca de los tubos que perforan la superficie de Pasán. Repentinamente un domo del coloide empezó a formarse justo debajo de la plataforma. El domo reventó y dejo escapar una burbuja de agua que encerraba una esfera de aceite. Por la velocidad de ascensión y la presión a la que se encontraban, la esfera de aceite se proyectó como algo sólido contra las paredes inferiores de la plataforma buscando ascender. Los daños fueron graves. Perforó una sección de carga y algunos camarotes del personal.

—Se perdieron una veintena de vidas —terminó apesadumbrada la superintendente de seguridad.

—¿Sucede a menudo? —comenzó su interrogatorio Carlos.

—Nos ha ocurrido por lo menos tres veces en cada plataforma —le seguía Cecilia.

—¿A intervalos de tiempo regulares?

—Aproximadamente cada dieciséis utu´s.

—Es decir: cada cuatro meses terrestres —intervino Beto.

—Dieciséis Unidades de Tiempo Universal —insistió el Sr. Prisitni, que no era muy afecto a los terrestres.

—¿A qué se deben las burbujas?

—Por eso lo mandamos traer, Capitán Carlos —tomó la palabra el administrador—, hemos desarrollado una nave experimental para viajar a las capas inferiores del planeta. La Universidad ha tomado fama gracias a sus expediciones, así que decidimos apoyarnos en ustedes.

—¿Y por qué no mandar sondas? —inquirió Beto.

—No hemos podido desarrollar ningún sistema de radio que permita atravesar las capas de coloide más de veinticinco metros, así que ningún servomecanismo nos serviría.

—¿Y no han mandado su nave experimental con robots? —inquirió Carlos.

—En cuanto a los robots autómatas, no sabemos qué sucede con ellos, pero ningún programa ha dado resultado ni siquiera para regresarlos después de bajar más de 125 metros. ¿Qué sucede, capitán? ¿Tienen miedo? —le retó el administrador.

—¿Miedo nosotros? ¿Por qué no han bajado ustedes? —contestó algo acalorado Beto.

—No contamos con el permiso de exploración. La Tierra lo monopoliza. ¿Recuerda?

—Son sólo preguntas de rutina, Sr. Pristini. ¿La han probado con androides G4?

—No, capitán, acabamos de terminarla hace justo dos utu´s —intervino Aventino.

—Y nos interesa la prueba justo en “Oxic” porque tememos que pronto surja una nueva burbuja y dañe la plataforma de nuevo —puntualizó Cecilia.

—Muy bien, les agradecería que me dieran acceso a su biblioteca para revisar algunos detalles de la nave así como la composición química del planeta. ¿Tienen datos de las burbujas que emergen del fondo?

—Claro, Capitán, todo esta ahí, lo podrá revisar desde su habitación —contestó el administrador—. El Sr. Aventino los acompañará. Buen descanso.

Dos turnos de trabajo después y tras algunas modificaciones sugeridas por Carlos y por Beto, las dos “Batidoras” estaban listas. — Yo en la “Batidora I” y tú en la dos, ¿está bien, Carlos? —preguntó Beto.

—De acuerdo, pero yo voy con Cecilia y tú con Avantino, que por cierto ahí vienen. ¿Listos para el viaje al fondo del mar? —preguntó Carlos mientras guiñaba un ojo a Cecilia.

—Por supuesto, Capitán  —contestó con seguridad la aludida.

—¿Como nos vamos a acomodar? —preguntó algo nervioso Avantino.

—Tú tendrás el honor de ir conmigo en la “Batidora I” —contestó Beto.

—¿La batidora? —preguntaron los recién llegados.

—No se asusten, esa fue una ocurrencia de Beto, dice que con sus impulsores vamos a “batir” un mar de mayonesa —explicó Carlos y los resién llegados soltaron una carcajada nerviosa.

Las naves dejaron la seguridad de la plataforma y con sus lastres de acero se sumergieron en la densidad del coloide. No tenían ventanillas, no las necesitarían, el mar de mayonesa no los dejaría ver absolutamente nada. Pero en cambio tenían unos sensores de ultrasonido que les daba una visión de cuarenta y cinco metros a la redonda. Viajarían a “tientas”. Encerrados en sus compactos habitáculos revisaban los sensores de presión y oían crujir la superestructura del casco doble que en su interior guardaba un lastre positivo, es decir aceite. Por fuera las naves cargaban el lastre negativo: unas cápsulas enormes de acero que los llevaban al fondo de aquel extraño mundo.

—¿Beto, me escuchas? —resonó en los altavoces de la nave la voz de Carlos.

—Aquí, Batidora I, adelante Batidora II te escucho “faybayfay” —contestó Beto.

—¿Qué dijo? Creo que el radio esta fallando —preguntó Cecilia.

—Disculpen mi acento inglés, les dije que los escucho cinco-por-cinco, o sea: Muy bien.

—No seas payaso, Beto. Sólo quería probar el radio —lo reprimió Carlos—, estoy detectando una protuberancia circular de grandes dimensiones, vamos a recorrerlas en sentidos opuestos, según el arco que forman, el diámetro de la formación no debe exceder los tres mil metros por lo tanto recorreremos casi cinco kilómetros antes de volver a tener contacto. ¿De acuerdo?

—Roger. Batidora I sale del aire —contestó Beto—. Espero que registres todo lo que toques con tus “visores”  Avantino. Aunque más bien deberían ser “tentores”.

—Seguro, señor —contestó con una sonrisa mal disimulada. Avantino tenía a su cargo la recopilación e interpretación de los datos recogidos por los sensores—. Pronto nos toparemos con los tubos de extracción. Deben de estar a menos de mil metros.

—¿Y cómo hacen para extraer el material denso desde el fondo? Han de utilizar unos bombones, me imagino —inquirió Beto con cara muy seria.

—¿Bombones, señor? —preguntó bastante extrañado Avantino—. ¿Está hablando usted de malvaviscos?

—¡Por supuesto que no! Me refería a bombas de extracción muy grandes, o sea: unos Bombones.

—¡Ah! Muy gracioso —Avantino fingió la más sinceras de sus sonrisas—. En realidad usamos bombas grandes pero no es para extraer, sino para inyectar.

—¿Inyectar? ¿Qué inyectan?

—Dejamos que el tubo principal se llene de coloide entonces por varios tubos secundarios inyectamos por el fondo del tubo principal agua a presión en volumen que compense la densidad del coloide y este sube por si sólo empujado por el líquido de menor densidad.

—Muy ingenioso.

—¡Beto! ¡Mire la pantalla! El contorno ha cambiado de forma, es algo que está abrazando los conductos principales.

—¡Y se mueve!

—¡Se nos viene encima! ¡Nos va a aplastar!

—¡Mayday! ¡Mayday! Huston, tenemos un proble… —eso fue lo último que alcanzaron a radiar.

—¿Y qué provoca esos leves temblores en la plataforma? —preguntó Carlos, cansado de observar el monitor que seguía un contorno circular sin más variaciones que la ondulante formación.

—Lo único que sabemos es que cuando sucede eso la tubería de extracción pierde su extremo más bajo y empieza a succionar estratos superiores. Entonces tenemos que agregar un tramo a las tuberías y enterrarlas un poco más.

—¿Cuántas veces hacen eso antes de que surja la burbuja?

—No he hecho esa relación. Carlos: ¡mire! La formación empieza a elevarse justo hacia los ductos de extracción.

— Nos alejaremos antes de que…

(Continuará)

Samuel Carvajal.

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