“Los mató el hambre”, rezaba el encabezado de la noticia. La fotografía mostraba los cuerpos succionados de vida derrumbados sobre el tapiz de raíces de la selva.
“Ejército halla guerrilleros sin vida”.
“Acorralados por cerco militar mueren”, eran los títulos que le daban otros periódicos digitales al mismo evento.
La sangre le bullía a Nuyum mientras deslizaba su pulgar por la pantalla del celular. En la misma línea de tiempo aparecieron anuncios de dudosa especificidad: revistas para adolescentes, descuentos en terapias de reemplazo hormonal, ofertas de trabajo en cadenas de restaurantes y servicios de entrega a domicilio… Apagó el aparato. La superficie transparente reflejó su silueta: una alborotada melena negra, tiesa por el gel de infusiones de cromo y las extensiones de grafeno barato, coronada por una gorra de larga visera.
“Llegando a Tlayacapan, 18:34 h, 6 de septiembre de 2078, temperatura 21 grados centígrados” anunció una voz monótona por los altavoces del autobús. Nuyum apretó la pequeña cruz de madera que colgaba sobre su pecho, cerró los ojos y respiró profundo. Con la mochila al hombro descendió en la estación.
Afuera, los cerros forrados de pinos bordeaban el horizonte morelense. La puesta de sol aguardaba su entrada. Locales con paredes de adobe rodeaban la avenida ofertando artesanías de cerámica y barro, comida y equipo electrónico. Grupúsculos de gente con visores pululaban haciendo ademanes y hablando con entidades invisibles al ojo desnudo. Portaban ropa remachada hecha de trozos de distintas prendas: playeras de algodón con parches de mezclilla, guayaberas de lino con mangas de tela sintética, blusas de cambray con basura electrónica incrustada. Nuyum se ajustó la chaqueta denim con forraje de aluminio y caminó hasta un cibercentro con el suelo cubierto de petates multicolor. Las paredes estaban atiborradas de bolsos, sopladores y sombreros de palma. Los ordenadores eran híbridos hechos con partes de diferentes marcas: procesadores Innovel, monitores Hita4, tarjetas madre rusas, teclados tailandeses. El único usuario era un hombre con playera sin manga y manchas de mezcla en sus hombros, ajustando un diseño arquitectónico.
Nuyum se acercó al mostrador. —Anoche soñé con Don Goyo, en el Ombligo de la Luna —dijo en voz baja al encargado.
—¿Qué te encargó? —le preguntó el empleado del cibercentro mirando con cautela al hombre de playera sin manga, cuidando que no los oyera.
—Un traje de licenciado y un penacho nuevo —contestó Nuyum.
—Baja por el Ave Negra hasta el centro. En la tercera cúpula te esperará el emisario, pintará una marca para identificarse, y usa tu visor —fueron las indicaciones que recibió.
Avatares animalescos con rasgos humanos paseaban por las aceras, anuncios emergentes de servicios turísticos se atravesaban sin aviso, puntos centelleantes se desplazaban con velocidad por el plano tridimensional. La propaganda gubernamental invadía los cielos virtuales. Gigantescos banners se alzaban en el entorno provinciano para ser vistos desde cualquier punto. “Antonio Morales, promotor de turismo, Partido de ilustres”, “El empresario es tu amigo, propiedad privada, prosperidad social, Partido de ilustres” rezaban los rótulos digitales.
Nuyum los veía ondear simulando ser mecidos por un viento informático pero tenía que regresar constantemente el visor a la posición original pues se resbalaba sobre su nariz.
En medio de aquel zumbido virtual, ingresó a una estrecha vía peatonal. Una señal en la esquina nombraba a aquel afluente de concreto como “Callejón del Ave Negra”. Un cúmulo de bares se apilaba en ambos flancos. Cada local reproducía música diferente y la suma de las señales sonoras devenía en una cacofonía chirriante, con frecuencias graves hostigando las membranas rotas de las bocinas. Pulque sabor vino tinto, cerveza fosforescente, ron hipernegro, whisky sobresaturado, mezclas clandestinas con nombres silbato para ocultar su verdadera composición, eran las bebidas que invitaban las barras. Destellos de neón iban deslumbrando a Nuyum. Decenas de luces difuminaban sus rayos sobre las pieles, calentándolas. Gotas de sudor comenzaron a resbalar por su frente. Las limpió con el dorso de su mano y las restregó en un medidor eléctrico de Green Flux fijado en una polvorienta pared con altos números de consumo marcados. El logo y el eslogan del conglomerado privado se embarraron de sales humanas. “Mercado verde, futuro verde” se leía entre la humedad delante del dibujo abstracto de una hélice eólica. A su paso, la adolescente chocaba con gente vomitando y los ojos desorbitados, otros tantos expulsando carcajadas descontroladas y llanto lastimero. Sobre las mugrosas banquetas campesinos raquíticos pedían limosna extendiendo maltratadas tarjetas plásticas a los transeúntes. Sus sombreros resquebrajados, sus huaraches rotos, sus camisas con manchas espesas de sudor y sus rostros curtidos hicieron que Nuyum le transfiriera tres créditos a cada uno.
Llegó a la plaza principal en la que sobrevivía una construcción de tabique y concreto cuya parca estructura consistía en una serie de cinco cúpulas bajas que albergaban negocios ambulantes. Una quinceañera de brillante corona y pomposo vestido junto con su escolta de chambelanes caminaba en dirección a la iglesia. La banda de viento la seguía interpretando un arreglo del éxito pop del momento. Nuyum se dio cuenta de que uno de los chambelanes estaba proyectado un aura azul lo delataba. Supuso que sería un primo en situación ilegal al otro lado de la frontera. Unos querubines simulados flotaban alrededor de la caravana tocando arpas y trompetas que complementaban a la banda de carne y hueso. Aves holográficas volaban sobre la cabeza de la festejada dibujando coreografías caprichosas. Nuyum sintió nostalgia. Tocó su coronilla imaginando que portaba una tiara como aquella.
La visión de un hombre de corta estatura y semblante nervioso recargado sobre la tercera columna la sacó de su ensimismamiento. Portaba un camisón gris que casi terminaba en los tobillos donde un par de zapatos marrón completaba el conjunto. Mientras miraba a ambos lados, el hombre trazó una raya sobre el soporte de concreto con la ayuda de un gis morado. Nuyum se acercó y se recargó en el otro extremo de la columna.
—Anoche soñé con don Goyo, en el Ombligo de la Luna —le susurró Nuyum.
El hombre hizo un gesto de desconcierto. Nuyum dio la vuelta, preocupada.
—Anoche soñé con don Goyo, en el Ombligo de la Luna —repitió entre dientes.
—¿Eres la enviada de la Liga? —preguntó confundido el hombre.
—No, soy de la FL, ¿no eres el emisario que…?
—¿La Fraternidad de los Listones? ¿También están interesados en el Umbral?
—Baja la voz —le reprimió Nuyum, inclinándose hacia él.
—Son tantos que ya no sé para quién trabajo. Eso es un riesgo enorme, ¿sabes? —contestó irritado y prosiguió refunfuñando—. Liga Anarquista Posmoderna, Fraternidad de los Listones, Brazo Campesino Armado, Resistencia Potosina…
—¡Ahí vienen los zapatistas! —interrumpió un grito a la distancia.
Se desató el barullo. El tropel de pisadas se abalanzó sobre Nuyum y el emisario.
—¡La ubicación del Umbral, rápido! —siseó fuerte la chica pero la figura del hombre se fue evaporando dejando trazos pixelados hasta desaparecer por completo. Sin embargo, la marca de gis seguía en su lugar despidiendo polvillo morado.
La sorpresa de Nuyum fue interrumpida por una marea incesante de imágenes que la paralizó.
A pesar de que media gafa se le había resbalado sus sentidos fueron saturados por escenas de despojos, persecuciones, tortura y asesinato de comunidades rurales. Un ruido ensordecedor, como de un motor acelerando, acechaba los tímpanos. La gente empezó a caer al suelo una por una estremeciéndose en ataques epilépticos. Nuyum perdió el conocimiento.
—Qué astutos, es una amplificación del Flood Net de los 90 —escuchó Nuyum, sin abrir aún los ojos—. Pero ahora, en lugar de inundar sitios web mal diseñados inundan la mente. Ciberzapatismo evolucionado.
Sintió que unos brazos la incorporaban. Un par de dedos enguantados le abrieron los párpados. Cegada por la linterna LED que se cernía sobre sus pupilas progresivamente fue distinguiendo las siluetas de dos paramédicos. En sus chalecos estaba bordado el logo de MediLux. Al observarlo, Nuyum retrocedió súbitamente, aún mareada.
—¡La asustaste! —dijo uno de los empleados de la salud.
—¡No di mi consentimiento para recibir un examen médico, no se me puede exigir comisión alguna! —amenazó Nuyum, tambaleándose entre las sombras, empujando al vacío con las manos.
Los paramédicos retrocedieron y partieron por el mar de cuerpos inconscientes, buscando otro involuntario paciente.
Con las palmas sobre las rodillas, Nuyum recuperó el aliento. Buscó su visor; lo encontró chamuscado en el suelo. Deambuló sorteando los brazos, piernas y torsos colapsados sobre el sucio pavimento hasta encontrar una caseta videofónica en la esquina de una cuadra solitaria. El diseño era de estilo inglés, cristales amarillos con madera roja. Ingresó y marcó de memoria A87FG-098 sobre el teclado. Como tono de espera sonó una versión en ocho bits de la “Pasión según San Mateo” de Bach, acompañada de una animación 3D de la partitura.
Después de unos segundos el rostro de un hombre canoso con una barba a medio rasurar y lentes gruesos unidos por una abultada bandita de goma, se materializó. Portaba una sotana con manchas de comida y un alzacuello mal acomodado.
Sin levantar la mirada dijo aburrido —Está usted en manos del padre Lorenzo. Si tiene un historial comprobado de fidelidad, por favor cárguelo para aplicar un descuento. Si tiene vales de alguna institución de caridad coloque el código QRL en el lector infrarrojo. Si es nuevo en este servicio, bienvenido sea y que la gracia de Dios ilumine su camino.
—Malintzin murmuró en lengua inventada —soltó Nuyum, interrumpiendo el sopor del padre Lorenzo.
Este dio un pequeño salto y miró a la joven a los ojos. Enseguida, terminó la transmisión. Unos segundos después, un tono entrecortado indicó que había una llamada entrante. Nuyum presionó el botón verde. Esta vez sólo la voz del cura llegó hasta ella, sin imagen.
—No había visto que eras tú, ¿qué sucedió? —preguntó el clérigo.
—El Umbral existe —afirmó Nuyum—. Lo vi funcionar, el emisario era una proyección de realidad aumentada pero pudo dejar una marca de gis sobre la pared. ¡La teletransportación masiva de quarks existe! ¡El Pi puede ser derrocado si esta tecnología es aprovechada para…!
—Oye, oye, tranquila —susurró Lorenzo—, primero dime, ¿conseguiste su ubicación, hay más de un punto de acceso, qué más averiguaste?
El entusiasmo de Nuyum cedió ante un peso que cayó sobre su estómago.
—No, se, se… el emisario se desvaneció antes de… de que pudiera decirme algo —tartamudeó.
—¿Por qué se desvaneció? —preguntó intrigado su interlocutor.
—Los zapatistas llegaron.
—¡Maldi…! —el padre se detuvo antes de completar la injuria.
—No son terroristas, padre, debieron haber estado buscando a alguien, o algo.
—¿Crees que sepan sobre el Umbral?
—No sólo ellos, el emisario ni siquiera sabía que nos contactaba, pensó que yo era de la Liga Anarquista —Nuyum esperó por una respuesta. Al no haberla, agregó—. Esto confirma lo que dije en la última junta del Comité Juvenil, necesitamos crear un Frente Único o nos vamos a seguir tropezando unos con otros, volando como moscas alrededor de la boca del lobo.
—Pues tienes talento para las imágenes, te diré eso.
—Hablo en serio, padre.
—Lo mencionaré al Comité Central —Lorenzo suspiró—, pero no nos hagamos ilusiones, estamos a merced de la visión que tengan las direcciones de los grupos insurgentes —carraspeó como siempre hacía antes de preguntar algo personal —. Pero nos quedan dos minutos, cuéntame, ¿cómo estás?
—Me desmayé —aceptó Nuyum—, por el flujo de imágenes, pero estoy bien.
—No me refería a eso, ¿cómo te estás sintiendo por el TRH que te dio el endocrinólogo, el que te recomendé? Debe ser un vaivén de emociones, ¿no?
Nuyum se quedó callada. Su silencio fue revelador.
—Nuyum… —dijo en tono de reproche el padre Lorenzo.
—Se lo di a Saraí —confesó—. Se estaba inyectando chatarra pirata, y la veía sufrir mucho y…
—Está bien, está bien, sólo falta que te sientas culpable por haber ayudado al prójimo. Pero escúchame, no siempre puedes ponerte en la línea de ataque por los demás, tu vida es tan valiosa como la del resto, y eso también va por la exaltación con la que te ofreciste para esta misión. Esos sentimientos son útiles, pero deben ser controlados.
—Sí, padre, lo siento.
—No te disculpes. Regresa a casa, yo paso el reporte al Comité. Nos vemos en la próxima junta, que Dios te acompañe.
—Que Dios lo acompañe, padre.
Los dedos de Nuyum abrazaban la cruz tallada que descansaba sobre su pecho. Esperaba sentada en los asientos desconchinflados de la estación de autobuses. La luz solar se había esfumado. Los faroles pueblerinos proyectaban sus haces sobre la banqueta. Se alcanzaba a oír el bullicio lejano de las reanudadas actividades del Ave Negra. Unas cuantas personas deambulaban con sus visores puestos escondiendo con timidez las manos en los bolsillos, cubriendo sus rostros bajo sombreros de pana y cuellos de gabardina, avizorando las ofertas de la noche.
El robusto vehículo negro arribó, exhalando al detenerse. “Autobús con destino a Ciudad de México, estación Helú” se escuchó en la sala de espera. Nuyum languideció hasta su asiento. Al arrancar la vibración del vehículo daba leves golpecitos a su cabeza recargada sobre el cristal de la ventana.
Durante el trayecto, entre las sombras del paisaje, se lograba divisar a ratos una maraña de luces en la lejanía. El diseño caótico de las poblaciones las desbordaba con asentamientos irregulares y el resplandor de sirenas policíacas.
Buscando una distracción pasajera, Nuyum sacó su celular pero el reporte del alboroto vespertino ya estaba publicado: “Zapatistas lanzan ataque terrorista. Roban negocios para financiar más actividades criminales”.
Tomó una impresión de pantalla y editó el titular: “Zapatistas lanzan ataque terrorista operativo. Roban negocios Expropian franquicias para construir financiar más actividades criminales el camino a un mundo mejor”.
Publicado originalmente en: https://atomos420266315.wordpress.com/2020/12/21/tlayacapan-2078
Carlos Bryan