Andrés, estudiante de filosofía, de pronto visualizó una sombra minúscula deambulando entre el tráfico, entre los carros y el humo de los escapes. Aquel vistazo duró unos segundos y pensó que se trataba de una alucinación, tuvo que concentrarse en los estudios sobre la etimología de la palabra. El concepto de Sofía, la filosa, lo desconcentraba en poco. En los asientos delante de él se encontraban un jugador de fútbol americano y otro de básquetbol, discutían sobre el puntaje y las manchas que el pasto hacía a sus ropas. En la otra hilera dos muchachas con maquillaje de diamantina y peinados exagerados platicaban sobre sus últimas compras y competían sobre quién tenía el mejor celular. El chófer aceleró al cambiar el semáforo de color. En los asientos de atrás un hombre cincuentón con cara torva se le quedó mirando. Él estudiante le regresó la mirada, volvió a fijar su vista en los papeles que tenía frente así, se trataba de un tema que tratarían ese día. Entonces la miró, la mariposa negra vagando sobre las cabezas de los demás pasajeros, pérdida, temblorosa, sacudía sus alas de forma confusa, amenazante como un murciélago. Nadie más parecía notar su presencia, subía y bajaba como queriendo conocer el interior. Se ocultó bajo un asiento. Andrés hizo a un lado su mochila, bajó la cabeza, no encontró a aquel curioso huésped.
El conductor hizo parada, una mujer vestida de blanco y con un bebé en sus brazos entró y se acomodó detrás de las muchachas emperifolladas. Andrés, suponiendo que el insecto volador se había marchado, volvió a concentrarse en las hojas de estudio. Entonces pasó frente a sus ojos, sin hacerle daño, soltando algo de polvo de sus alas. Antes de estornudar tuvo un vistazo de un par de ojos de búho. Giró su cabeza en dirección al vuelo agitado de aquel animal. Se fijó en el hombre cincuentón detrás de él, este lo siguió viendo con extrañeza, el bicho volador desapareció nuevamente. Las puertas traseras del vehículo se abrían a cada parada, Andrés ansiaba que la mariposa encontrase una salida por ahí, encerrada sentía compasión por ella, pero no aparecía cuando eso sucedía. Nuevamente desapareció por entre las personas y volvió a aparecer. Ahora revoloteaba sobre las muchachas, soltando su polvo en las caras, chocando con sus cabezas, ellas por espantarla agitando sus manos y golpeándose sus caras alborotaron sus cabellos y arruinaron su maquillaje. Entonces las amigas comenzaron a discutir pues una a la otra se echaban la culpa de haberse puesto feas. Primero fueron reclamos civilizados, después palabrerías alteradas, enseguida subió el tono, luego los gritos, comenzaron las cachetadas y los rasguños, iniciaban una trifulca y recuperaron el maquillaje en sus ojos por medios naturales como los moretones y la sangre. Los viajeros miraron sin creerlo, la madre apretó a su hijo envuelto en telas blancas para protegerlo, posó su cabeza sobre él y miró a los demás con preocupación. Uno de los muchachos se levantó a tocar el timbre para hacer parada. Detrás de él se levantó su amigo. Hubo una curva brusca antes de detenerse, eso los hizo trastabillar y rozar sus cuerpos accidentalmente, uno pidió disculpas, el otro sonrió y lo besó en la boca de manera apasionada. Ambos sonrieron con alivio y continuaron con caricias, decidieron no bajar y continuar con el acto al fondo, junto al cincuentenario, quien se acercó a quitarles las camisas, se quitó el cinto de cuero y comenzó a golpearlos con él en las espaldas.
Andrés, el estudiante, tomó aquello con tranquilidad. Guardó sus hojas y sus libros en su mochila pues pronto le tocaría bajar. También se adelantó la madre con su hijo a la puerta. Tocó el timbre y se sostuvo del tubo, la madre vino detrás. La mariposa voló cerca de ellos haciendo un círculo y después continuó hasta donde se encontraba el chófer. Ambos bajaron con tranquilidad. El autobús avanzó cuatro cuadras, le tocaba hacer vuelta pero siguió y chocó frente a una pared de concreto. Andrés y la madre intercambiaron miradas relajadas, alzaron los hombros y continuaron su trayecto hasta subir a la mitad de un puente peatonal cercano, bajo ellos el tráfico abundaba, montones de carros circulaban sin detenerse. La mujer alzó a su hijo, se acercó a la barandilla y lo soltó, acto seguido ella subió a la barandilla y se dejó caer también como si se tratase de un clavado. Andrés vio eso y se le antojó imitarlo pero el tráfico ya se había detenido por un carril. Caminó para encontrar otro que no se detuviese. Aventó su mochila al tránsito móvil, escuchó un golpe sobre un parabrisas, luego un rechinar de llantas en el asfalto, esto fue la señal para lanzarse. En las centésimas de segundo antes de que su cabeza se partiera como un huevo recordó a Sofía, la filosa, ahora se la imaginaba como Atenea o una amazona exuberante, sonrió por ello y sus dientes se partieron en el impacto. El flujo vehicular se detuvo.
Adentro del autobús la escena no era diferente, las muchachas terminaron atravesadas desde el estómago por un tubo que se soltó al impacto, los muchachos y el anciano terminaron con las columnas y los cuellos rotos algunos asientos adelante, el chófer no tenía cara pues estaba llena de esquirlas de vidrio y carne magullada. Por entre una ventana estallada la mariposa salió volando, elevó el vuelo de forma alegre hasta el sol del atardecer que se perdía en el horizonte y volvió a perderse entre los autos.
Laura Elena Cáceres