Rascal hunter en primera persona.

            Estás castigado. Mamá te ha mandado a la cama sin cenar. Hoy sí te pasaste de la raya, dejaste dos materias de la prepa para segunda oportunidad y esas salen caras. Sabes que a mamá la acaban de despedir de su trabajo y no hay dinero para tus tonterías. Tienes hambre pero siempre has sabido cómo burlar los castigos de la vida. O los de tu madre. En tu mochila guardas las barritas energéticas del desayuno y te queda un poco del jugo que no te terminaste en la tarde.

            —Apaga ya esa luz y duérmete que estás castigado —se escucha fuera de tu habitación el grito casi histérico de tu madre. Hoy si la defecaste, deberías aceptarlo. Apagas la luz pero enciendes la consola de video. Tal vez hoy no te desveles tanto, dos o tres de la mañana, tal vez.

            —Apaga la maldita tele, Alberto —insiste desde la planta baja. Por supuesto que no le harás caso, la bajas el brillo a la pantalla, juegas con audífonos y tratas de no gritarles a tus compañeros de juego. No se dará cuenta. Sólo quedas tú y tu amigo de siempre para derrotar a tres rivales, probablemente ganan si no pasa nada.

            —Mierda, ¡no! No, nonono —la señal del wifi se ha ido, seguramente tu madre ha desconectado el módem sin decirte nada. Al parecer el castigo va en serio. Arrojas el control sobre tu ropa tirada en el suelo. ¡Mierda!

            Te recuestas en tu cama con la vista fija en el techo, esperas un poco a que se te pase el coraje por la victoria casi obtenida pero ya perdida porque no hay nada qué hacer. Seguramente el módem ya estará en su habitación como aquella vez que descalabraste al hermanito del vecino con una piedra sólo porque tomó tus bicicleta sin permiso. Ya se le pasará, siempre se le pasa. Tal vez le queden datos a tu celular, un rato en las redes sociales que te distraigan, o ¿por qué no? Un poco de pornito ligero para dormir a gusto. Los padres no saben de aparatos mas que lo esencial así que nunca se dará cuen…
            La puerta se ha abierto repentinamente, mamá te conoce mejor de lo que imaginas. Se va directamente a la luz que te ilumina el rostro en la penumbra de tu habitación
            —Te dije que estás castigado. No nintendo, no celular, no tele, no música. A dormir y ya mañana veremos.
            El portazo es su besito de las buenas noches.

            ¿En serio te vas a quedar castigado? Repasas el día y todo lo divertido que fue. Le bajaste el aire a las llantas de las maestras que «te reprobaron» ambas materias que «se te fueron a segundas». Entraste a la cafetería y te robaste las barritas energéticas y el jugo que fueron tu cena. Convenciste a Pedro de robarle el celular al rarito de la escuela. Pedro se resistía y no quería hacerte segunda. Finalmente lo amenazaste con enviarle a sus papás las selfis que él le mandó a su novia enseñando sus miserias. Aceptó. Lo siguieron hasta el corredor detrás de los vestidores, el patio estaba vacío, ya sólo quienes habían reprobado materias tenían que asistir. No lo golpearon mucho, sólo lo suficiente para hacerse de su celular y obligarlo a quitarle las contraseñas. Algo que te pareció extraño fue que el chavito no pareció enojarse, puso cara como si se librara de un gran peso. De alivio y no de coraje. No importa, pensaste, claro que su cel es mejor que el tuyo. Y con plan de datos lo mejor de todo.

            Lo sacas de tu mochila en la oscuridad. Te pareció muy raro que Pedro no quisiera saber nada del aparato. Como que le tenía miedo y casi salió huyendo de la prepa rumbo a su casa. Mariconcito. Lo enciendes y nuevamente la luz de una pantalla ilumina tu cara. Mamá no regresará porque está segura que ya te privó de cualquier cosa que aligere su castigo. Ilusa.

            Curiosamente, ahora que lo recuerdas, la cara de susto de Pedro cuando se hicieron del aparato te desconcertó, te dijo tonterías de que no deberían robarle algo a un retrasadito mental. Te reíste y le contestaste que su víctima sólo era lento, no retrasado. Él sólo los miraba como si le gustara que le robaran su preciado celular. Pobre idiota, tal vez sí era retrasado. No, el aparato no navega en páginas para adultos, quizá su plan de datos tiene candados. Trataste de abrir todas las que te sabes de memoria pero ninguna accedió. Tampoco el buscador te arroja resultados cuando buscas lo que tanto te gusta. Revisas los datos y ¡mierda! Justo ahora la conexión está bloqueada, seguramente lo reportaron como robado. Empiezas a creer que será una noche realmente aburrida; te levantas al baño y de pasada terminas tu nutritiva cena, los envases terminan en el piso sobre tu ropa regada.
            Después de satisfacer tus necesidades, todas, regresas a tu cama y al recoger el aparato este se enciende y está cargado un videojuego: Rascal hunter. Te da risa el título tan noño pero algo es mejor que nada. Seguramente es un juego descargado porque claramente el aparato te indica que sigue sin datos y sin señal. Es un videojuego en primera persona. Eres una especie de bestia o demonio que recorre las calles nocturnas de algún pueblito matando gente. Ya te la sabes, más muertos, más puntos. Dale, no hay nada mejor qué hacer.

            Te encanta los juegos donde tienes que matar. Este demonio usa armas, a veces solo sus manos, otras sus poderes. Matar, matar, matar. Te aburrirías si no te gustaran tanto estos jueguitos. Se pone interesante porque no has perdido, sabes que eres un vago. Te has enfrentado a un sacerdote y le has sacado las tripas, a una patrulla con policías y los has quemado vivos. Te sientes excitado y le estás agarrando el gusto. Terminas otro nivel y el siguiente te deja elegir el escenario en un mapamundi. Te decides por curiosear si en este jueguito existe tu pueblo. Te divierte encontrarlo en la lista de mapas.
            Sigues tu recorrido nocturno y reconoces la escuela vacía ya que el juego transcurre de noche, la plaza comercial, el zócalo, la clínica. Claro que en el camino has matado a medio pueblo y has ganado muchos puntos. Te encaminas a la iglesia y te da la opción de prenderle fuego. Claro que tú odias ir a misa con mamá y alegremente te decides rociarla con gasolina y arrojarle un cerillo. Te divierte saber que hay gente dentro. Sigues jugando y te entra la duda si el mapa contiene tu colonia. Te enfilas a ella. Tienes sed y poniendo pausa te diriges a la cocina. No crees que mamá te prohíba tomar agua por estar castigado. Te sorprende encontrarla en la sala viendo las noticias. Le preguntas que qué pasa y te responde: están transmitiendo el incendio de la iglesia en vivo. Alguien le prendió fuego y al parecer había personas dentro.

            No, demasiada coincidencia piensas, mamá olvida que estás castigado de tan absorta que se encuentra frente a la pantalla. Subes a tu habitación y en efecto, el incendio se aprecia a lo lejos desde tu ventana. Insistes, es una coincidencia. Retomas el juego pero este ya está avanzado. El demonio ha caminado varias calles y está en tu vecindario. Te olvidas de lo de afuera y te sumerges en lo de adentro. Sí, definitivamente es tu calle, y aunque los gráficos parecen las imágenes del google maps hay algo inquietante en el hecho de que tú controles al demonio. Eliges cambiar de arma y dejas los trinches, las hachas y los bidones de combustible. Te decides por una Magnum. Hora de disparos. Buscas el hogar de tu amigo Pedro a unos cuantos metros de la tuya. Tiras la puerta de una patada y encuentras a su familia en la sala viendo las noticias. ¡Increíble! Te sorprende el nivel de detalle del juego ya que en la pantalla de la sala en el celular también transmiten el incendio de la iglesia. De lujo, piensas. No lo dudas y abres fuego sobre todo a su padre que tiene la idea de que tu eres una mala influencia para su hijo. Pum, pum pum, Todos muertos, te alegrarías pero te sorprende el color de la sangre pero más la calidad del sonido. No sabes si es el superestéreo o fue que en realidad el sonido vino de la casa de tu amigo. Así te pareció.

            Al celular le queda poca batería y, obviamente, no tienes el cargador. Buscas el tuyo que por fortuna no se llevó mamá, y todo para darte cuenta de que no le queda, es diferente la entrada. Te asomas a la ventana y a lo lejos sigue las llamaradas de la iglesia, eso ya lo habías visto, pero lo que no habías notado son las torretas de patrullas y ambulancias muy cerca de la casa de Pedro. Sientes un extraño estremecimiento, como si algo no marchara bien.

            Regresas a la cama y al juego, tu demonio está agazapado frente a la casa de Pedro y, curiosamente, el número de vehículos de auxilio en la pantalla coincide a la perfección con los que contaste por la ventana. No puede ser. Dudas si seguir jugando o ya salir del juego. Quieres apagar el celular pero el botón no funciona. Te quedas pensativo un momento. Le queda poca pila, ¿qué es lo peor que puede pasar? Decides seguir castigado, mueves a tu personaje pero el control ahora se dificulta, lo quieres mover a la izquierda y camina a la derecha; quieres que se detenga y sigue avanzando. Tal vez sea el nivel de la batería o la señal o de plano es un aparato chafa por chino, piensas. No importa, hasta que se agote la pila.

            Definitivamente los controles se han vuelto locos, el demonio se dirige a tu casa, te divierte un poco la situación porque te gustaría ver aparecer tu hogar en un videojuego. El demonio ha dejado el revólver sin municiones y él solo ha retomado un hacha. Está frente a tu puerta. Quieres hacerlo que se marche pero no obedece. Los hachazos empiezan a tumbar la entrada de tu casa, alcanzas a ver la cara sorprendida de tu madre, el demonio se abalanza sobre ella, quieres impedirlo y alejarlo de ahí pero no lo logras, no te obedece. Arrojas el aparato al fondo oscuro del clóset. Silencio. De pronto retumban en la casa unas pisadas lentas, escuchas a tu madre gritar, pedir auxilio, proferir un largo «no». No lo puedes creer. Estás alucinando, no es posible. Lo escuchaste del piso de abajo al mismo tiempo que de la bocinita del celular en tu armario. Guardas silencio mientras sientes un mareo. No se oye más durante un rato. Debe ser falso. Es mi imaginación te dices para sosegarte un poco.

            Reinician las pisadas y corres al clóset a recoger el aparato, la pantalla casi está oscura por la falta de energía y tu personaje se pasea por la cocina. Te encierras en el armario mientras presionas todos los botones y nada funciona, ninguno. Ese acto parece haber puesto en guardia al demonio y este sube lentamente las escaleras, son idénticas en la pantalla y en el mundo real. Escuchas las pisadas. No puedes detenerlo. Ves en el celular la puerta de tu habitación, cada vez se mueve más lento. Estás sudando. Entra, reconoces tu ropa tirada en el piso, el envase del jugo…. sudas… las envolturas de las barritas energéticas. Quieres llorar. Tu personaje dirige su vista a la puerta del armario. Casi te cagas del susto. Avanza. Tiemblas. Toma la perilla de la puerta. No puedes evitarlo, lloras. Gira…

            La pantalla se apaga y todo, todo queda en penumbras.

 

Samuel Carvajal

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