Versus – The Wickerman

Desde que los primeros seres humanos comenzaron a observar la naturaleza, se dieron cuenta que el paso de las estaciones era constante. Así surgieron los primeros calendarios cuya finalidad era determinar cuándo era el mejor momento para sembrar y cuál para recolectar los frutos. Asociado así a los inicios de nuestro pasado sedentario, podemos decir que este ciclo es uno de los fundamentos de nuestra identidad como seres humanos. De este modo el día más largo del año (el solsticio del verano) y la noche mas larga del año (solsticio de invierno) eran fechas antecedidas respectivamente por la primavera, época de fertilidad que muchas culturas relacionaron con el primer día de mayo; y por la víspera de todos los santos, que estamos por celebrar próximamente.

Estos rituales, herencia de un pasado chamánico y animista, nos pueden parecer el día de hoy no sólo como arcáicos, sino además un recordatorio de ese pasado primitivo, casi salvaje, que llega a hacernos sentir incómodos o molestos. Somos personas civilizadas, somos parte de una humanidad que conquistó el espacio, a la enfermedad y que no ha dejado sin explorar rincón alguno de la Tierra, ¿o no?

Esta es la premisa que nutre el subgénero conocido como «Folk Horror«. Según Adam Scovell, en él se trata la simbiosis entre el folklore (el conocimiento popular y tradicional de una cultura) y el horror (para apelar a una definición muy general, ese miedo irracional que surge ante un peligro que no termina de ser comprendido), en donde no sólo antiguas creencias, sino también mitología y brujería, permean la atmósfera en la que se desarrolla la historia.

Si tuviéramos que mencionar los inicios del folk horror, nos remontaríamos a los inicios del cine con «El Golem» (1915), «El carruaje fantasma» (1921) e indudablemente una de las primeras cintas de brujería del cine mudo, «Haxan» (1922); sin embargo son tres las películas que hacia el último tercio del siglo XX, le dieron forma al género como lo conocemos hoy. Me refiero a «Witchfinder General» con el legendario Vincent Price (1968, titulada en español «Cuando las brujas arden» o «El gusano conquistador»); «Sangre en la garra de Satán» (1971) y «El hombre mimbre» (1973) y es esta última, la que voy a reseñar hoy.

La cinta empieza presentándonos al sargento Neil Howie (Edward Woodward), un policía piadoso y recto, pero no lo encontraremos en la calle o en el precinto, sino en la iglesia. El sargento se traslada a la isla de Summerisle, debido a una carta anónima que denuncia la desaparición de una adolescente llamada Rowen Morrison, de quien se sospecha haya sido asesinada. La isla está tan apartada, que sólo se puede llegar en barco o avión, y es de este último modo como el sargento llega.

De entrada, los residentes le dicen que no conocen a ninguna Rowen, y cuando llega a la posada «El hombre verde» (referencia al dios celta de la fertilidad, Beltane) tampoco puede averiguar nada salvo la afición de los caballeros asistentes al local: cantar canciones obscenas sobre la joven hija del posadero. En un breve recorrido por la isla, el sargento Neil se encuentra con muchachos teniendo sexo al aire libre, una mujer desnuda llorando ante una tumba y la ausencia de autoridades eclesiásticas en la isla. También se encuentra con que no le pueden ofrecer de postre ni una de sus legendarias manzanas, aduciendo que todas fueron exportadas ya. Las pesquisas del policía lo llevan a entrevistar a la maestra de la escuela, en cuyas clases se habla de las propiedades medicinales de las plantas y el significado del árbol de mayo, que no es otra cosa que el culto al falo. Neil descubre que Rowen era una alumna, y acusando a la maestra de obstrucción de la justicia, da con la dirección de la madre, en la oficina postal. Tras descubrir que Rowen murió y está enterrada desde hace meses en lo que antes era el cementerio, debe recurrir a la máxima autoridad de la isla, Lord Sommerisle (Christopher Lee), nieto de quien la poblara en la era victoriana hace más de un siglo, y quien logró que esa tierra fuera fértil no sólo con agronomía, sino «regresándole a la gente los antiguos dioses».

Tras permitirle la exhumación, el sargento se encuentra con el cadáver de una liebre, y completamente harto de la conducta licenciosa de los pobladores y la complicidad de Lord Summerisle, opta por regresar a su avión y amenazar a los pobladores con volver acompañado de otros policías.

Sin embargo el motor del avión no arranca, y tampoco funciona la radio, lo que obliga al sargento a volver a la isla.

Paganismo, brujería, ritos de fertilidad, música preciosa, y una intensa confrontación entre la vieja fe de un hombre, y una fe aun más antigua profesada por los pobladores; es lo que el espectador va a encontrar en el clímax de una cinta que con su casi medio siglo encima, sigue entregando una de las actuaciones más intensas de Woodward y a uno de los antagonistas más inquietantes y memorables de la larga carrera histriónica de Christopher Lee.

Nuestra vida está llena de rituales: desde la hostia que representa el cuerpo del mesías que murió para salvar a sus fieles, pasando por esos panes con forma de persona y cuyo origen se remonta a la antropofagia, hasta las rondas infantiles y los carnavales y mascaradas; parece que la razón es sólo un tenue barniz que cubre a un tótem de sólida madera, en cuyo corazón aún se enraízan nuestros miedos más atávicos y nuestro pensamiento mágico, motores de espantosas supersticiones y creencias, que nos pueden llevar a ejecutar crímenes atroces, mientras cantamos alabanzas a Nuada y Avellanau.

Si no has visto «El hombre de mimbre», ¡no esperes a la noche de Walpurgis para hacerlo!

 

Abraham Martínez Azuara

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