Un mundo con poderes

Aarón, un joven adulto delgado, un poco alto, acababa de ser contratado en un servicio de paquetería de su ciudad después de ser despedido de su antiguo trabajo, ya que era muy difícil para él usar con provecho sus poderes. Él contaba con una habilidad, como todo el mundo, una habilidad que se les da al nacer; lo malo de esto es que todos contaban también con una desventaja. Aarón lo sabía muy bien así que se dedicó a buscar un trabajo apropiado para usar con responsabilidad sus poderes, encontrándolo en la ya dicha paquetería.

Su jefe, el señor Archiduque, llamó a Aarón a su oficina, quería hablar sobre algunos temas y ahí aprovechó para preguntar sobre su habilidad.
—Y dígame, Aarón, ¿con qué habilidad cuenta usted?
Aarón con cara de sorpresa contestó —Teletransportación, señor.
El señor Archiduque contestó con una sonrisa amigable —¡Qué sorpresa! Yo también cuento con esa habilidad, pero dígame ¿cuál es su desventaja?
—Sólo puedo transportarme a donde haya vida humana —dijo Aarón con una risa—, y al momento de llegar me paralizo por tres minutos —Aarón preguntó con la misma curiosidad a su jefe—. ¿Y cuál es su desventaja?
El jefe se rió y cambió de tema atropelladamente, terminando de hablar y expulsándole lo más rápido que pudo de su oficina. Aarón se quedó extrañado por la rara actitud de su jefe, no le prestó mucha importancia y siguió laborando en la entrega de un paquete.

Alguna vez escuchó a sus compañeros hablar sobre algo que al Sr. Archiduque le acongojaba, pero en ese instante no le prestó mucha atención, siguió su camino.

Por el contrario, un empleado, compañero de Aarón, arribó a la oficina de su jefe con la intención de preguntarle si su nuevo subalterno ya sabía sobre la desventaja implícita en las habilidades del señor Archiduque.
—Disculpe, jefe, ¿le ha comentado ya de su desventaja al nuevo empleado?
—Aún no, sabes que me da mucha pena hablar sobre eso, ¿ya has acabado con tu trabajo?
Terminando de hacer la pregunta, corrió al empleado de la oficina.

Al acabar con sus labores diarias, en la comodidad de su casa le empezó a rondar la duda del porqué al señor  Archiduque le causó mucha incomodidad hablar sobre el tema, porque claro, Aarón no es tonto y supo que al hacer esa pregunta, su jefe se avergonzó de decirlo. A la mañana llegó usando su habilidad, apareció a unos metros de sus compañeros, los cuales estaban hablando sobre el tema de la desventaja del jefe, Aarón, aunque no quisiera, tuvo que escuchar la plática de sus compañeros y la curiosidad en él aumentó a tal punto de que no resistió más la tentación y decidió preguntar a sus compañeros.

—Disculpen, muchachos, oí que estaban hablando sobre el jefe y su desventaja, desde el viernes tengo esa curiosidad.

Sus compañeros se miraron mutuamente con sorpresa porque no esperaban que “el nuevo” supiera eso tan rápido. Le contestaron, más no respondieron su duda —Escucha, Aarón, sólo te diremos que, si necesitas llegar temprano o vas a quedar hasta tarde, le avises al jefe con mucha anticipación. Sólo te diremos eso.

Aarón asintió con la cabeza y se marchó con más dudas de las que había entrado. Caminó por el pasillo hacia la máquina de comida, su jefe iba entrando y se percató que el joven salía de un tumulto de personas, las cuales él sabía, llevaban más tiempo aquí. Con prisa el señor Archiduque se acercó al joven sin siquiera saludarlo y le cuestionó con cierto nerviosismo.

—¿Qué te han dicho los chicos de allá? —apuntando con la mirada en dirección hacia los chicos que estaban atrás.
—Nada, jefe, sólo me dijeron que le avisara si iba a llegar más temprano, o si me quedaría hasta tarde.
El jefe, con aires de superioridad, le reiteró lo que sus compañeros le habían aconsejado. Aarón asintió de nuevo con la cabeza y evitó el preguntarle a su jefe sobre eso que no le ha contado aún. Lo carcomía la curiosidad.

Ya se estaba haciendo un poco tarde y uno de sus compañeros le pidió de favor si le podía suplir unas horas, su compañero tenía que arreglar unos asuntos personales. Aarón aceptó. Su compañero se lo agradeció de sobre manera y se retiró atravesando con dificultad las paredes.

Al anochecer se sintió cansado y hambriento así que se dispuso a ir a una tienda de conveniencia, de esas que abren las veinticuatro horas del día. Él se teletransportó hacia la puerta del establecimiento, cargó con las llaves de la paquetería (ya que quería intentar transportarse de regreso a su trabajo pero de antemano sabía que no iba a suceder, después de todo estaba solo y no podía tele transportarse a un lugar donde no hubiera ya otra persona) así que lo haría a la antigüita. Finalmente y aprovechando que estaba en la tienda, compró un refresco, unas papas fritas y unos cigarrillos. Saliendo del establecimiento se dispuso a encender uno y comenzó a fumarlo, llevaba varias calles caminando, y recordó que iba a intentar llegar a su lugar de trabajo con sus poderes, escéptico hacia el hecho de que pudiera llegar… ¡sucedió! Aarón logró transportarse con éxito a la paquetería donde laboraba, extrañado, y asustado, pensó que se podría tratar de alguno de sus compañeros de trabajo, pero para su sorpresa y desagrado, no fue así.
Verán, Aarón llevaba un buen rato paralizado nada menos que en la oficina del jefe, inspeccionándola con la poca movilidad que sus ojos tenían, preguntándose ¿por qué el señor Archiduque tenía tantos trajes en su oficina? Mientras recuperaba la movilidad tras la sorpresa de aparecer en el privado del jefe, al mismo tiempo este llegaba  pero llegó usando sus poderes y por obra del destino a Aarón le tocó ver y vivir en carne propia, lo que le disgustaba tanto contar a su jefe: la desventaja del señor Archiduque era efectivamente el poderse teletransportarse, ¡pero sólo se podía transportar a él mismo! Cualquier cosa que trajera consigo no se podía ir, cosas como: maletas, zapatos, y lentes, en pocas palabras: ¡aparecía desnudo allá a donde fuese!

El señor Archiduque estaba agachado tratando de encontrar unos zapatos, dándole la espalda a Aarón. Cuando el jefe se percató de su presencia dio un salto del susto y empezó a correr por toda la oficina tratando de encontrar algo con que taparse. Aarón, que ya se estaba recuperando de su parálisis, volvió a entrar en un estado cataléptico por ver la humanidad desnuda de su jefe. Terminando el momento bochornoso, le dio un escarmiento monumental a su empleado reclamándole porque no le había avisado que se iba a quedar hasta tarde.

—Tenemos que arreglar esto de algún modo. Escúcheme bien, Aarón, que no se le ocurra contarle esto a nadie —le dijo el señor Archiduque en un tono de molestia extrema.
—S… sí, señor —replicó Aarón.
—Véame mañana temprano aquí en mi oficina, arreglaremos esto —le dijo mientras se abotonaba su pantalón.

Al día siguiente, llegando a la paquetería se dirigió a la oficina del señor Archiduque tal y como se le ordenó, encontrándolo junto a un compañero llamado Don.
—Este muchacho tiene la habilidad de eliminar la memoria a voluntad, la desventaja es que a él también se le borra ese pedazo de recuerdo —le indicó con toda parsimonia el señor Archiduque.

Ya todo preparado, comenzó la sesión de eliminación de memoria. Durante el proceso, los tres se sintieron mareados y un poco desorientados, sentían que sus mentes se revolvían, como si de un huevo batido se tratase. Al terminar todo esto, los tres salieron con una extraña sonrisa y un poco atarantados. Por un lado tanto a Aarón como al señor Archiduque se les notaba una sonrisa de satisfacción, de profundo confort, casi parecía que había olvidado algún recuerdo bochornoso, los tres se retiraron muy cómodos. Sin embargo, había alguien que había presenciado todo y a ese “alguien” no se le podía borrar la memoria con algún poder: la cámara de seguridad había grabado todo.

Jimmy Celis,  Maurilio Dominguez y  Erick Macías

 

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