Estoy dentro

Estoy dentro, lo sé, acepto esta realidad tan irreal, pero ineludible, ya estoy dentro. Los latidos del corazón se descontrolan, la adrenalina empieza su loca carrera por las venas, se va tropezando entre tantos triglicéridos y el colesterol; la agitación se refleja en la respiración y en los jadeos, inhalando y exhalando cada vez más rápidamente.

No es la primera vez que estoy aquí, ya he venido o me han traído anteriormente, pareciera que el miedo asociado al placer excita, aunque sepa que en ese juego macabro pudiera perder, los paros cardíacos también son válidos en este juego, no necesariamente debiera de ser la asfixia, el degüello, perforaciones en el abdomen o en la cabeza, no, ésta es la trama del juego: lo inesperado.

No pedí estar aquí, pero ya estoy, no hay vuelta de hoja, o sobrevivo o dejo de sobrevivir. Esta casa la conozco, por eso me tiemblan las piernas, la frase “estoy dentro” repiquetea en mi cabeza, “estoy dentro”. A pesar de la penumbra, reconozco los jarrones, las mesas de centro con sus floreros vacíos de agua, pero repletos de flores muertas; los candelabros colgantes más tenebrosos que nunca; las cortinas deterioradas, semejando faldas de hawaianas mecidas por el viento; aun en la penumbra no dejan de lucir sus ajados bordes dorados, pero tristemente empolvados. Lo cuadros sobre las paredes con sus inquilinos tiesos -rostros de féminos y másculos con ropas medievales muy pasados de moda-, pero con sus ojos de fuego vivos, siguiéndome sigilosos en cada movimiento, con cierto de dejo de alegría, no sé si por verme o por desear a la presa indefensa ya entre sus garras.

Empiezo a recorrer las habitaciones, tropezándome con los muebles, primero hacia el fondo, después buscando la salida; los ventanales empiezan a estremecerse, el viento empieza a soplar poniendo en movimiento las cortinas, se empiezan a caer los objetos de las repisas, de las mesas, los cristales ahora son afiladas amenazas para mis manos y mis pies, a la vez este aire empieza a tornarse cada vez más frío, empezando a calar en los huesos. No hay de otra, o te mueves o te mueves, o te mueven. La sombra amorfa de mil brazos y tentáculos que siempre ha estado presta a recibirme, se ha empezado a mover sobre mí, desplaza sus partes sobre mi rostro, mi cuerpo y mis pies tratando de impedirme correr. Por mi parte intento ordenar mis ideas, mi lógica, mi razón, apelo a la inteligencia cada vez más perdida. Dentro de mí sé que tengo el control, sé que en cuanto esto se ponga difícil hallaré la puerta adecuada para salir – eso creo-, pero no me queda otra opción, no puedo permitir que esa sombra me envuelva y me asfixie, no, salto un obstáculo y otro, abro una puerta, la cierro y me sostengo del otro lado habitación adentro hasta lo imposible; abandono mi trinchera cuando los garfios de la sombra han hecho trizas la puerta, me dejo caer al vacío y caigo estrepitosamente entre escombros de fierros: PTRs, polines, alambres filosos, madera, cristales y objetos punzocortantes.

Mis manos y mi frente han empezado a sangrar, arde, duele, los golpes en la espalda y cuerpo no pueden ser desapercibidos, empiezo a cojear -ojalá pudiera cambiar la “j” por la “g” y quitarle la “a”-, pero a estas alturas de la persecución ya no piensas en carne blandita, sólo piensas “corre por tu vida, jodido”, después de ti ya no hay partido. Entre el embrollo me ilumina una idea, a la música no hay quien se resista, en el último rincón en que me encuentro atrapado, con voz temblorosa -realmente estoy temblando de miedo, no lo puedo evitar- empiezo a cantar.

“Anacleto tiene aire entre los huesos, pero eso no le impide tener gran corazón. Si te asusta, se disculpa. Él no es de ésos que disfrutan provocando un gran sofocón”. Suspenso, ¡¡no resulta!!, su ataque es incontenible. Otra oportunidad: “Tiene la cabeza separada del cuello, la lleva con sus manos agarrada por el pelo. La trata con cuidado, la lava con esmero y la peina en las noches de enero”.., ¡¡Nooo!!, no funciona. Apelo a mi última alternativa: esto es una pesadilla, y salgo de ella a la de ya, es mi única salida. Abro mis ojos entre mis amables cojines y ricos edredones, ¡¡Ufff, la volví a librar!! Espero no volver a caer en ese sueño otra vez, sé, ahí estará ella. Vuelvo mi cabeza a la derecha y sorpresa, ahí está ella, ojos pelones y delgada cabellera, sonríe y me dice: “Hola, ¡¡”Estás dentro”. ¡¡¡Noooo!!!

(Mención Honorífica del 1er concurso estatal de cuento de terror «Juan Francisco Benítez»

Marco Antonio Rivera

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