La residencia de los Lobo lucía una febril actividad. La servidumbre iba y venía llevando objetos para allá, otros en distinta dirección, mientras que puertas y ventanas se aseguraban férreamente, como si se quisiera impedir que alguien pudiese entrar… o salir.
Luego de varias horas de intenso trajín todo quedó como lo había pedido don Licandro Lobo, el anciano propietario de aquella vetusta casona, sobre quien circulaba cierta oscura leyenda que tenía mucho que ver con su nombre y apellido. Pero eso no le quitaba el sueño al anciano millonario, quien sonreía cada vez que alguien le preguntaba acerca de aquello «No haga caso de chismes, la gente se entretiene mucho inventando todo tipo de historias» decía con una sonrisa sarcástica.
Aquella tarde era especial para la familia, pues Licandro lll, nieto del anciano, llegaría a su mayoría de edad, sus dieciocho años… bueno, unos pocos más. En la leyenda que contaba la gente se decía que aquella familia tenía muchos años de existir, afirmaban que eran siglos, pero pocos podían siquiera asegurar nada, todo era un misterio. Lo cierto es que cada año se escuchaban todo tipo de historias sobre esta fecha y estos preparativos que hoy estaban ocurriendo. Y también cada año desaparecía una persona de la tercera edad de ese pueblo o de alguno de los pueblos cercanos.
Una de las pistas que llevaron a los investigadores a pensar que había “gato encerrado”, o lobo, era que todos los desaparecidos hasta ese momento, habían nacido entre el 21 de marzo y el 20 de abril.
—Es algo bastante raro, mucha coincidencia en esto de que todos los desaparecidos sean adultos mayores y nacidos en los mismos días o bajo el mismo signo zodiacal —llegó a decir Mariano Rivas, jefe de investigadores.
Mientras todo mundo hacía conjeturas, los preparativos en la residencia Lobo concluían. Sólo faltaba algo: un invitado especial, quien, casualmente, frisaba los setenta años y había nacido un veintinueve de marzo. Era del signo de Aries.
Licandro lll bajó por la gran escalera hacia el salón principal, la mesa estaba a punto de ser servida, bueno, más bien, la víctima por fin había llegado. “Licandrito”, como le llamaba su abuelo, se relamió los bigotes y los colmillos y tras un largo aullido gritó «¡Aaaah, cómo me gusta la carne tan suave de estos vejetes y que sean de estas fechas, es pura chiflazón!». Otro aullido se escuchó en todo el pueblo, pero nadie alcanzó a percibir los lamentos despedidos por aquél que estaba siendo alimento del extraño lobo vejeteariano…
Cuento ganador del 2do Lugar del Primer Concurso Estatal de cuento de terror Juan Francisco Benítez.
Antonio Sánchez Ramírez