La Casona – Parte 2 de 2

La bruja

Como iba diciendo, la impresión que me había producido la vista de aquella mujer había sido terrorífica. No sé si fue porque mis nervios estaban ya de por sí alterados o bien porque realmente había algo de verdad en todo ello. Y para acabar de empeorarlo, la vieja era la abuela de la señorita Luisa. No cabía duda de que estaba realmente impresionado. Empecé incluso a pensar si no estaba perdiendo también la razón, pero claro está, yo tenía que disimular o me iban a tener que encerrar en algún manicomio. Después de todo eso quedó olvidado durante un tiempo como si fuera un tiempo muerto en toda aquella locura.

La salud de mi primo también experimento algún cambio para mejor. De pronto pareció que el tiempo mejoraba y así pudimos salir todos del encierro. Sólo la vista de que el sol radiante y de los pájaros, las flores, las plantas contribuyó sin duda a que todos nos encontráramos mucho mejor. La señorita Luisa y mi primo paseaban por el jardín de la casona ya que mi primo había experimentado la suficiente mejoría para poder andar por lo menos con un bastón. Parecía más animado y hasta más joven y yo viéndolos, me alegré sinceramente. Pero una duda parecía estar dando vueltas en mi cerebro a pesar del ambiente relajado y tranquilo que nos rodeaba. ¿No sería que aquella gente había matado a mi primo y ese hombre no era verdaderamente mi primo?

El desenlace

Fue todo tan rápido el final que si no lo hubiera vivido hubiera dicho que fue un sueño, pero no, por desgracia fue muy real. En un momento dado mi supuesto primo me mandó llamar a sus aposentos y mirándome con ironía me dijo: Es una lástima que te hayas dado cuenta de todo.
—¿Qué quieres decir?
—Que tú sabes que no soy tu primo sino un desconocido y que a tu primo Felipe le maté para sustituirle.
—No sé de qué me hablas.
—No finjas conmigo. No eres tonto y te estado observando. Además, el profesor se dio cuenta inmediatamente. Sabía que no íbamos a engañarte.
—¿Luisa está metida en esto?
—¿Estás interesado en ella?
—Sí y más ahora que sé que no es nada tuyo.
—Eso tendrás que averiguarlo, pero da igual, no saldrás de aquí con vida. Puedes elegir cómo morir. Después de que firme un documento.
—No voy a hacerlo. Nunca he sido un cobarde —se lo debo a mi primo.
—Eres un tonto, pero allá tú. Con eso sólo aceleras tu muerte.
—¿Cuánto tiempo tengo?
—Una hora. Los demás querrían desaparecer de ti inmediatamente. Supone un peligro enorme para nosotros.
—Gracias por esa hora. La aprovecharé ¿puedo moverme libremente?
—Sí. Sospecho que eres un hombre de honor y cumplirás tu palabra una hora nada más. Adios.

Aproveché mi tiempo y fui a hablar con Luisa. La encontré en su cuarto pensativa. Llevaba un vestido azul oscuro que le sentaba muy bien. No parecía darse cuenta de mi presencia.
—Luisa
—¿Sí? Perdona estaba distraída.
—Sí ya lo veo.
—¿Te marcharás pronto?
—No lo sé aún. Quizás dependa de alguien.
—Quiero irme contigo.
—¿Cómo? —y mi sorpresa era auténtica.
—Sí. Deseo salir de aquí. No quiero participar en esto.
—Entiendo. Ya sospechaba que no tenía nada que ver, pero tenía que asegurarme. Desde el principio noté algo raro en la casa; un presentimiento horrible se apoderó de mí. Necesitamos saber más.
—Hay un jefe que los guia.
—¿El profesor?
—Sí, les escuché sin querer la otra noche, pero se ayuda de otra persona. Mi abuela.
—Por eso no podías hablar y te tenian cautiva.
—Sí ¿Qué vas a hacer, Bernard?
—Hablar con el profesor.
—Pero es peligroso.
—No tengo alternativa.
—Te acompañaré.

No quería que ella lo hiciera, pero me alegré de tener una aliada.
El profesor estaba en el despacho fumando un cigarro. Si le sorprendió vernos no dio muestras. Estaba tan tranquilo como siempre. Se levantó y me dijo que me sentara. A Luisa no le hizo caso.
—Profesor he venido a tratar de aclarar los hechos.
—Debería haber venido antes y yo se lo hubiera explicado todo.
—Está en peligro mi vida.
—No es tan melodramático como eso. Déjame hablar y luego se lo contaré paso por paso.
All Right. Hable tengo una hora.
—Tiene usted mucho más que eso. Verá, señor, hay un par de cosas que tiene que tener claro, la primera es que usted vino a esta casa para ver a su primo porque él le dijo que estaba en peligro de muerte.
—Así es. ¿Y lo estaba?
—Sí, tendrá un día antes de venir usted a esta casa.
—¿Por qué nadie me informó del hecho?
—Porque no hubiésemos adelantado nada.
—¿Se llamó a un médico?
—Sí. Da la casualidad que soy doctor en medicina además de otras cosas.
—Pero no se le hizo la autopsia.
—No hubo necesidad de ello. Yo estuve con él durante los tres meses anteriores a su muerte y firmé el certificado de defunción con total legalidad. Puede verlo si quiere.
—¿Dónde está enterrado?
—Aquí en la cripta.
—Entonces no lo entiendo ¿para qué tanto misterio? ¿Y quién es el que se hace pasar por mi primo?
—Su hermano o debería decir hermanastro.
—Yo no lo sabía y soy su primo carnal.
—Usted mismo me dijo que hacía tiempo que no le veía. No es una cosa para alardear de ello, señor.
—Hasta aquí lo comprendo, pero ¿por qué me hicieron creer que le habían asesinado?
—Ahí es donde debo presentarle mis excusas. Todo formaba parte de un experimento. Su hermanastro no podía heredar ya conoce las leyes de la herencia y más si es ilegítimo.
—Por eso debía firmar para que se creyera que él era mi primo.
—Exacto, veo que usted lo comprende todo.
—Pero eso es un delito.
—No tanto, a fin de cuentas sólo tratamos de enmendar una injusticia. ¿Sabe lo que es ser un hijo natural? ¿Estar escondido porque un caballero rico sedujo a tu madre? Es muy duro para un niño.
—Sí.
—Entonces lo entenderá, pero antes debo decir que su primo no desconocía este hecho y tratará de ayudar. Fue una lástima que murió antes de que viniera usted.
—Debería haberlo dicho antes. Bronceado sin soja remilgado.
—No, pero no quería ofender a su madre.
—Muy bien ¿puedo irme ya?
—Es usted libre de hacerlo, de hecho ya queríamos que lo hiciera. Excúsenos si hemos montado toda esta farsa.
—No importa, ya está hecho. Me despediré de todos. Adiós, profesor.
—Adiós, señor.

Cuando me fui despidiendo de todos noté un alivio y al hacerlo de mi primo vi que sus rasgos se disentían y me sonreía.

Luisa y yo nos fuimos y no volvimos a ver más a los habitantes de la casona, pero alguna vez nos sorprendemos pensando si aquello fue real o bien formaba parte de alguna pesadilla.

Maria Gema Salvador Sanchez

Anuncio publicitario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s