Sinopsis
Desde esta azotea pueden contemplarse tantas vidas como momentos quedan por vivir.
Drama con dos personajes, uno masculino y uno femenino
Juan
Mujer (Pilar, Remedios, Gloria, Iris)
Exterior. Azotea
Sonido de coches y bocinas de fondo
A la izquierda del espacio, Juan está tumbado en una hamaca con ropa de verano
(pantalón corto y camiseta).
En el suelo hay un libro, un vaso de agua y unos prismáticos.
A la derecha, un personaje femenino está de espaldas al público, en penumbra.
A su lado, hay una mesa de tocador con una silla, un baúl lleno de ropa y un espejo de
tamaño mediano.
Al fondo, una pantalla grande de TV o panel para proyecciones.
JUAN: No me extraña que el índice de suicidios sea tan elevado en los países nórdicos.
No podría vivir sin la luz, sin el cielo azul, sin estos momentos en los que me dejo impregnar por la vitamina D y en los que me evado de la realidad e intento crear la mía propia.
Recuerdo que cuando vivía en el extranjero me sorprendía cómo la gente se volvía loca cuando salía un rayo de Sol.
No importaba la temperatura.
A cinco grados, las fuentes de las plazas se llenaban de chicas en bikini mojándose la cara y los parques se atestaban de guiris sedientos de luz.
Por eso me volví.
Por la falta de luz.
Echaba de menos el Sol.
Dicen que es antidepresivo y yo lo noto.
Noto cómo me entra por la cabeza, se concentra en mis sienes, después en mi cuello y va bajando progresivamente por todo mi cuerpo como un chute de adrenalina.
En verano, mi psiquiatra me reduce a la mitad los ansiolíticos que tomo el resto del año.
Por eso me volví.
Pausa
En el extranjero estaba drogado la mayor parte del tiempo. Aquí, al menos, dispongo de tres meses de relativa calma. Cuando no tengo mucho trabajo, me gusta subir aquí.
Digo a mi madre que me voy a dar una vuelta porque se preocuparía si le dijese que estoy en la azotea.
Aún conserva dentro un miedo irracional por el pasado que le he hecho vivir. No se lo echo en cara; supongo que es normal porque las cosas no se olvidan de un día para otro.
A alguien como yo no se le olvida fácilmente, esto lo tengo claro. Para bien o para mal, marco todo y a todos los que me rodean. Y, a mi madre, más.
Se incorpora
Desde esta azotea me siento como James Stewart en La ventana indiscreta. Escribo mi propia novela simplemente mirando lo que tengo enfrente. Cada semana, suelo añadir capítulos nuevos.
Hay veces que opto por los seriales de televisión y hasta creo artistas invitadas. Esto hace que venga a mi cabeza el famoso guest starring de series como Hotel o Falcon Crest, concepto que aprovechaban los guionistas para que alguna vieja gloria hiciese un cameo antes de enterrarla o darle el Oscar honorífico.
En una pantalla de TV/proyección, aparecen imágenes de las series que menciona.
El personaje femenino en penumbra, aún de espaldas, imita los gestos de lo que ve en
la pantalla.
¿Por qué en las series de los 80 se mantenía la tensión sexual hasta el último minuto?
En Luz de Luna, la pareja protagonista no se acuesta hasta el final. Lo mismo pasaba en Falcon Crest, Remington Steel, la serie Hotel. Me vienen tantas a la cabeza.
Ese detalle sexual, por llamarlo de alguna manera, de las series de los ochenta no me
ha marcado. Yo siempre he sido muy cabrón y me acostaba con quien conocía a los cinco minutos, me parecía una pérdida de tiempo todo el proceso de seducción.
Bien es cierto que las condiciones en las que solía encontrarme cuando conocía a
alguien no eran las más propicias para entablar un juego de miradas y flirteo.
El coqueteo pasaba a un segundo plano. Esto en cuanto a los seriales para adultos.
Los infantiles eran casi peor: Candy Candy, Heidi, Marco. Inapetencia sexual, una amiga tetrapléjica maltratada en un colegio y una madre desaparecida al otro lado del mundo.
¡Así ha salido mi generación!
También suelo imaginarme mi vida como el tráiler de una película, con los títulos de crédito, la banda sonora y los nombres de los protagonistas.
Moviendo los brazos de izquierda a derecha. El personaje femenino de espadas, en sincronía con sus movimientos.
En la proyección, aparecen los títulos de las películas imaginarias que relata a continuación.
Juan en “La humanidad al acecho”.
Juan en “El balcón de las fantasías”.
Juan en “Asume que eres un Don Nadie”.
Juan en “Pon fin a esta mierda y deja de jodernos a todos”.
Hay tantos Juanes como películas vienen a mi cabeza, aunque todas tienen el mismo
final: la nada.
Pausa
En la pantalla, siguen sucediéndose los nombres de los filmes imaginarios.
Cuando me imagino mi vida como el tráiler de una película lo que más me gusta es pensar que alguien está viéndolo, que lo observan sentados en la butaca de un cine. El momento que más me satisface es cuando sale mi nombre en letras bien grandes. Soy el protagonista absoluto de esa película y quienes me están viendo lo saben.
Y lo saben bien.
Quieren aplaudirme porque son conscientes de que soy importante. La putada es que solamente suelo imaginarme el tráiler, que dura apenas 60 segundos.
Cuando intento visualizar la película entera, me desconcentro o simplemente me aburro y todo se reduce a una especie de coitus interruptus.
Han visto mi nombre en la pantalla y unos segundos de mi actuación, pero no han ahondado en la interpretación porque se ha cortado… de raíz.
Se quita las gafas de sol y coge los prismáticos del suelo
Se levanta de la hamaca y se aproxima al “borde” de la terraza
Se ilumina al personaje femenino que estaba en penumbra
Al darse la vuelta, es una mujer de unos 60 años, en bata de estar por casa y una escoba en la mano con la que barre. Su mirada está ausente
De vez en cuando, deja de barrer para mirar a la nada.
Ella sigue con sus movimientos el parlamento de Juan.
Ésta es Pilar.
Sé cómo se llama porque en el barrio la conocen. Este vecindario es muy pequeño y se sabe todo. A mí no me hablan porque creen que estoy loco. Y es verdad, lo estoy, y mucho, pero para mí la locura siempre ha sido una virtud y no un defecto. No suele gustarme la gente plana que habla despacio, que se incomoda por todo, cuestiona lo irrebatible para hacerse notar y sentirse superior a los demás y se escandaliza por gilipolleces. Me da vergüenza ajena e incluso me aburre.
A Pilar le pasa algo parecido desde que la abandonó su marido cuando la descubrió en la cama con su socio. La tildan de puta. La puta y el loco. Haríamos una buena pareja artística. Dos viejos cómicos recorriendo España en un carromato, como los actores de antes, como en «El viaje a ninguna parte».
Yo dejaría que Pilar se acostase con quien quisiera y ella entendería mi locura.
Todas las mañanas barre su terraza durante una hora. Dedica unos cinco minutos a cada baldosa. Cada cierto tiempo deja la escoba, la agarra con las dos manos como si fuese un
micrófono y mira al cielo.
Aplausos, Pilar, extasiada, se imagina los aplausos del público.
Silencio
Pilar dirige la mirada al vacío.
Se toca la cara con dulzura.
Suele palparse la cara, como si se acariciase a ella misma.
Mi madre dice que hace el mismo gesto cuando la ve en la pollería. Mi madre, que es muy bruja, asegura que está acariciándose el alma. Quizá rememora su juventud. Era una mujer muy guapa, de esas de rompe y rasga. Llamaba la atención allá por donde iba.
Dicen que se parecía a Sofía Loren, una mujer con curvas, auténtica, un torbellino. ¡El Katrina hecho mujer!
Hay gente que tiene aura e ilumina la estancia en la que entra, ¿verdad?
Estás comiendo en un restaurante y, de repente, alguien pasa por tu lado y un “no sé
qué” te obliga a levantar la vista. A mí me sucede esto; es cierto, no bromeo ni me las doy de pretencioso. Tengo algo especial y quienes me conocen bien aseguran que no hace falta que haga nada para llamar la atención porque la atraigo por mí mismo.
De hecho, llevo toda mi vida tratando de no llamar la atención censurándome y autolimitándome, buscando eliminar ese “no sé qué” del que siempre he disfrutado de manera innata. Y al final creo que, realmente, he conseguido que desaparezca.
Me sucede muchas veces con quienes conozco.
La primera impresión que doy es asombrosa, recibo decenas de elogios y de piropos, llenan mi buzón de mensajes con requiebros y ofrecimientos de una cena, un paseo, un café.
Yo, en mi estupidez, me encargo de que esa primera impresión vaya corrompiéndose, inventándome paranoias y obsesionándome. De modo inconsciente, transmito esa perturbación a mi “nuevo amigo”, quien termina por salir corriendo y haciéndose una imagen terrible de mí.
Eso se une a mi falta de claridad a la hora de transmitir sentimientos. Pienso que los demás serán lo suficientemente perspicaces para saber que algo me ha sentado mal sin que yo diga ni haga nada.
Algunos se quedan a mi lado…
Pausa
Sí, no estoy solo del todo, pero solo permanecen los masoquistas, los que están más locos que yo o simplemente quienes son capaces de romper el envoltorio podrido que les he ofrecido para descubrir el interior verdadero.
Yo no lo haría, la verdad, bastantes problemas tenemos en nuestro día a día como para estar jugando con un desequilibrado que ha institucionalizado el sufrimiento como su modo de vida. Me aburriría y le obviaría.
A Pilar creo que le pasa algo parecido. Se regodea en su sufrimiento. Mi madre dice que todos sus días no son sino una sucesión de noches.
Silencio
La mujer se agacha para dar unos golpecitos a la escoba.
Le duele la espalda y pone un gesto de dolor.
Sigue observando el horizonte con la mirada perdida.
Saca del bolsillo de la bata una fotografía y la contempla con candor.
El socio de su marido la utilizó y la dejó colgada a las pocas semanas de que la abandonase su esposo. Tiene dos hijos, pero tampoco viven en casa. Nunca les he visto.
Tienen miedo al qué dirán y están esperando a que su madre muera para heredar el piso.
A Pilar le gusta salir al balcón y barrer durante toda la mañana. No hay nada que barrer, quizá su propio interior. No quiere llamar la atención, pero el mero hecho de que pase horas en la terraza con la escoba hace que la llame.
Igual que yo.
Pausa
El modo en que coge la escoba, cómo mira al cielo sin pensar, cómo se agacha para recoger las imaginarias motas de polvo.
Todo el barrio la observa y habla de ella.
A mí me recuerda un poco a mi madre.
En la pantalla/proyección, una gran fotografía de Elizabeth Taylor en “Una muer marcada”.
Una mujer marcada, como la película de Elizabeth Taylor.
¿Quién no está marcado por algo en la vida?
Mejor estar marcado, como los toros, que tener la piel lisa. Con la piel lisa y sin marcas, cuando llueve, el agua corre y no se acumula en los surcos.
Pilar tiene muchos surcos, como yo. Son pequeños pantanos, algunos llenos de fango, pero otros con nenúfares muy hermosos. Estoy seguro de que nos entenderíamos.
Un día bajaré a la pollería y le propondré ir a ninguna parte.
El personaje femenino (Pilar), de nuevo en penumbra, se sienta de espadas en la mesa tocador y empieza a cambiarse de ropa y maquillarse.
Juan deja los prismáticos y da un sorbo al vaso de agua. Camina por su balcón.
En realidad no volví del extranjero por la falta de luz. Había alcanzado un estadio del que no podía dar marcha atrás.
Una mañana te levantas y no te reconoces en el espejo. Es como si el reflejo fuese el de otra persona. Ahora me doy cuenta de que mis padres tenían razón cuando me decían que necesitaba ayuda.
Pausa
¡Mamá, papá, gracias, teníais razón!
La psicóloga que me trataba en el extranjero decía que tenía una pulsión destructiva dentro de mí. Aún la tengo. Esas cosas no se van de la noche a la mañana. No estoy bien del todo.
Cuando se ha jugado demasiado con las drogas se alcanza un estadio de no-retorno del que no hay vuelta atrás.
Al volver permanecí en casa durante una temporada. Mis padres decían a los vecinos que estaba descansando del estrés de haber vivido fuera tanto tiempo.
Miedo al qué dirán, algo parecido quizá a lo que sucede a los hijos de Pilar.
En este barrio hay mucha hipocresía, un calco de lo que sucede en este país de pandereta lleno de mentecatos, majaderos y envidiosos. De todos modos, algo he progresado.
Ahora tengo trabajo, delante de un ordenador, con mi sueldo a fin de mes, algo impensable hace apenas un lustro.
El personaje femenino (Remedios) se da la vuelta y es iluminado.
Es una chica de unos 20 años vestida con un picardías, muy sexy y maquillada y con
auriculares.Se pone a bailar, tocándose y moviendo mucho los brazos.
Juan coge de nuevo los prismáticos.
Remedios, Remedios, Remedios.
Tiene solo 20 años, aunque va siempre tan maquillada que aparenta más edad. Suele salir a la calle con chándal y en tacones. A mí no me gusta ese rollo.
Tampoco me gustan las mujeres que visten como la Koplowitz, pero ni una cosa ni la otra.
Remedios tiene algo especial. Yo creo que los tacones y el chándal y los kilos de colorete son como una máscara que se pone para que nadie sepa realmente cómo es. Es su uniforme del día a día.
En la pollería siempre monta el número quejándose de las codornices expuestas en el mostrador. Dice que están secas y que son muy caras. Para mí que lo hace para llamar la atención o porque se lo dirá su madre. No me la imagino cocinando codornices al horno.
Es de esas veinteañeras que tiene miedo a ponerse el mundo por montera y descubrir nuevos horizontes, pero tiene algo.
Yo, como estoy pasado de rosca y se me va la cabeza, creo que tengo el poder de
descubrir cómo es ese algo.
Solo falta que Remedios me deje ser su mago Merlín.
Pausa
¿Por qué parte de la juventud ha perdido el ímpetu y las ganas de lanzarse al vacío?
¿Por qué su ideal de vida es no hacer nada y quedarse en casa de los padres hasta los
40? ¿Es miedo o pereza?
No hay trabajo, es verdad, pero la ilusión por avanzar no depende de eso la mayor parte de las veces.
Remedios, de brazos cruzados
Hace que mira por el balcón
Se contonea, coge de su bolso dos codornices y juega con ellas.
A mí me echó los trastos hace algunos años, pero simplemente porque pensaba que tenía dinero al vivir en Suecia. Fue en la pollería. Cogió dos codornices y se las pasó por los labios y las tetas. La dueña de la tienda estaba poniéndose cachonda con esa escena y yo no podía contenerme. Había oído que se ponía a cien cuando los repartidores descargaban el género a las seis de la mañana en la cámara frigorífera de la parte de atrás.
Lo que más le excitaba eran las codornices, los muslos y contramuslos y la carne de
caballo.
Todo esto me lo contaba mi madre, que desde que yo estaba más o menos bien no tenía otro modo de perder el tiempo.
Remedios no era tonta y sabía que pasándose las codornices por las tetas obtendría un buen descuento. En tiempos de crisis, hasta que te descuenten 40 céntimos en la compra diaria de pollo es importante.
Pausa
A mí es que no me gustan las codornices, aunque ella sí que me gustaba.
Gabriella Ferri, “Remedios».
Juan deja los prismáticos, cierra los ojos y se tapa la cara con las manos. Al abrirlos, Remedios está a su lado. Le agarra del brazo. Bailan.
Tras el baile, el personaje femenino (Remedios) vuelve a la mesa tocador, de espaldas y de nuevo en penumbra y empieza a cambiarse de ropa y maquillarse.
Juan vuelve a la hamaca. Cierra de nuevo los ojos, mete la cabeza entre las manos, y los abre.
Muy inquieto, en voz muy elevada.
Ahora entiendo a Nabokov cuando escribió Lolita. Entiendo a los personajes manipuladores de las películas de los años cuarenta. Comprendo a las mujeres que encarnaban el estereotipo de la femme fatale.
A mí me ha conquistado la chica de las codornices que huele a comida precocinada. No me dirige la palabra pero me mira siempre de soslayo y me sonríe.
¡Métete en mi puchero, Remedios, deja que te eche unas yerbas y te conquiste con mis
sortilegios!
Coge un libro de autoayuda titulado “Tus zonas erróneas”
Bebe un poco de agua y sigue hojeando el libro.
Propaganda de mi psicoanalista.
¿Das y recibes amor en abundancia?
Supongo.
Pero tengo que decir que doy mucho más de lo que recibo. Y ya estoy cansado de esto. Estoy cansado de elegir a mis parejas en función de su malestar y de ejercer de enfermero o de psicólogo con ellas.
Al cabo de un tiempo yo me encargo de solucionar todos sus problemas, las dejo perfectas y yo acabo hecho un desastre.
Seguro que con Remedios me sucedería algo similar si empezara a salir con ella. Cambiaría sus tacones, su aspecto de putilla de extrarradio y su chándal barato por ropa de marca y zapatos italianos y yo acabaría saliendo a la calle en calzoncillos.
¿Te preocupas demasiado por cosas pequeñas? Sí, por gilipolleces. Lo grande se me da bien.
En lo pequeño la jodo.
Una vez mi loquera me puso un ejemplo, un poco extremo pero que me sirvió de bastante ayuda y me hizo reflexionar. Me sirvió durante diez minutos, después volví a ser el mismo imbécil de siempre.
Recrea la escena
Restaurante atestado de gente del centro de la ciudad, diez de la noche de un sábado. Yo estoy comiendo un plato de macarrones. Entran unos terroristas y la emprenden a balazos. Muerte, dolor, angustia, gritos de desesperación.
Yo, ileso, dejo mi plato de macarrones, auxilio a los heridos, hablo con ellos para infundirles ánimo y hasta hago una crónica para un periodista de un medio de comunicación que acaba de llegar al lugar de los hechos.
A la media hora, mientras estoy tomándome una infusión relajante, en un descuido se me cae la cucharilla al suelo y el camarero, a lo lejos, me mira con mala cara, o con lo que yo interpreto como mala cara.
Resultado: depresión absoluta durante una semana entera.
Pausa
¿Realizas actos de bondad sin esperar nada a cambio?
Sí, así me va.
Me sacan de quicio esas preguntas que parecen sacadas del examen de ingreso al seminario.
¿Eres optimista?
A ratos.
¿Estás saludable?
Obviaré esa pregunta.
¿Eres honesto contigo mismo?
No.
¿Estás vivo?
Respiro.
Luz ilumina al nuevo personaje femenino (Gloria), que se ha girado.
Aparece una señora muy mayor, de unos 80 años, con un abrigo de pieles. Anda ”por su balcón” con altivez. Hace que saluda a una ficticia muchedumbre moviendo las manos.
Juan coge de nuevo los prismáticos
¿Qué respondería ella a las preguntas del manual de mi psicoanalista?
Tenerlo todo y perderlo de golpe. Abrazar la fama y la gloria y caer en el olvido de un día para otro. No sé cuál es su nombre, pero yo la llamo Gloria.
Me recuerda a Gloria Swanson en El crepúsculo de los Dioses.
“El crepúsculo de los Dioses”, Escena final/escaleras
El ocaso del mito, la vejez, hacerse mayor. Gloria nunca baja a la pollería del barrio.
Se conformó en su momento con bajar las escaleras como Norma Desmond ante la atenta mirada de su mayordomo. Ni siquiera sale a la calle.
Una chica joven le lleva de modo altruista comida a casa y le limpia el piso. Cuando era joven, fue una actriz famosa e incluso se dice que fue a Hollywood y a Cinecittà y que se codeó con actores de la talla de Gary Cooper.
Silencio
Observa los movimientos de la anciana, que simula que está hablando con alguien, como en la escena de una película.
Juan está sentado en la hamaca con los prismáticos que se pone y se quita.
Dolores Stevens. Creo que ese era su nombre artístico en Los Ángeles. Se limitaba a hacer de asistenta mexicana de familias adineradas. Exceptuando a Sara Montiel, el revuelo causado a posteriori por españolas como Penélope era inexistente en los años 50, así que Gloria tuvo que conformarse con esos papeles.
Pero se codeó con los más grandes.
Su marido se murió hace unos años, cuando volvió de Hollywood. Ella se quedó sola y se refugió en lo que fue y nunca volverá. Aquí en España se limitaron a invitarla a una cena en una asociación cultural y a dedicarle una estatua de medio metro en un centro de rehabilitación de la tercera edad.
¿Qué contendrá su memoria?
A veces me pregunto que contiene la mía. A mí no se me ha ido nadie, pero a ella, sí. Ella, de hecho, se irá dentro de poco. Yo hace tiempo que me fui.
Gocce di memoria (Gotas de memoria), Giorgia
La anciana, quieta en el balcón
Él, abstraído, habla mirando a la nada con la música de fondo
Me gusta mucho esta canción, Gotas de memoria.
Porque, para mí, la memoria se compone de gotas, de pequeñas parcelas, no creo en la memoria como un todo. Es algo parecido a la felicidad. No existe la felicidad con mayúsculas, como concepto utópico, sino que podemos vivir pequeños momentos de felicidad que, al mezclarlos en nuestra coctelera interior, nos permiten decirnos “coño, soy un poco feliz”. Pues con la memoria pasa algo parecido, mezclamos esas parcelas y entonces podemos decirnos “coño, tengo recuerdos, algo he vivido en esta vida”.
Pausa
Todos aquellos que se van dejan siempre aquí un poco de ellos mismos. Éste es el secreto de la memoria. Supongo que Gloria habrá retenido gestos de su marido, ademanes, modos de hablar, expresiones.
En cierto sentido, debería sentirse segura porque sigue estando a su lado.
Viene a mi cabeza ahora una frase de Gabriel García Márquez que siempre me ha impactado: “La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos. Y gracias a ese artificio logramos sobrellevar el pasado”.
El personaje femenino, de espaldas y en penumbra, se sienta de nuevo en la mesa
tocador y empieza a cambiarse de ropa de nuevo y a maquillarse.
Juan se levanta de la hamaca y pasea por su balcón con los prismáticos.
Cuando me fui a vivir al extranjero ya había jugado con las drogas.
Mi frase más recurrente era el “yo controlo”, aunque tras once años metiéndome de todo había poco que controlar. Me convertí en una persona insufrible, sin valores, impredecible y mentirosa.
Pienso que puede decirse lo mismo de una persona enganchada a una relación destructiva, o al juego, o al sexo. Muchas personas no comprenden cómo o por qué algunos se vuelven adictos a las drogas.
Me echaron de mi curro en Suecia porque no daba ni pique.
Iba al psiquiatra, pero entre que mi nivel de sueco era paupérrimo y mi inglés era casi peor no me enteraba de nada de lo que me decía. Además, acudía a la consulta colocado y la loquera me ponía a cien, la típica sueca con unas tetas de impresión que casi le hacían de bufanda y esa expresión de guarra que ves en las playas de Mallorca en verano.
Tuvieron que echarme varias veces porque la acosaba.
No me quedó más remedio que volver a España a casa de mis padres.
Pausa
La drogadicción es una enfermedad compleja. Dejar de consumir drogas no se consigue sólo a base de fuerza de voluntad, con la simple intención o la firme decisión de hacerlo. Muchos piensan que es vicio, los ignorantes. No lo es.
Es una enfermedad a la que llega por factores diversos.
Silencio
No quiero hablar de esos factores, pero no porque no desee compartirlos sino porque se me han olvidado. Recuerdo que sentía la necesidad irreprimible de buscar y obtener de forma regular algo que me produjese placer o ayudara a evitar el malestar que me causaba mi vida.
Tampoco era un malestar tan terrible, no, ni mucho menos; no procedo de una familia desestructurada ni sufrí malos tratos ni me faltó de comer. Supongo que ya nací defectuoso.
“El ángel azul”, Marlene Dietrich, “Falling in love again”.
El cine siempre acude a mi encuentro en los momentos en los que me encuentro triste. Siempre.
Como estoy triste la mayor parte del tiempo puede decirse que vivo en una película permanente. La faena, como he dicho antes, es que esa película se compone de pequeños fragmentos, nunca se desarrolla por completo… Se corta.
Se ilumina al personaje femenino, que se ha dado la vuelta. Es una mujer de unos 40
años vestida como una ejecutiva. Tiene un portátil sobre las rodillas.
Se toca con lascivia.
Miradla, tiene el vicio dentro. Me pone muy cachondo.
Todas las tardes sale a su terraza, se coloca el portátil encima de las piernas y se masturba. Estoy seguro de que sabe que el barrio entero la está observando. Sin duda, sabe que yo estoy contemplándola. Estoy seguro de que yo no le importo, pero sé que disfruta escandalizando al resto de los vecinos, disfruta dando de qué hablar; le gusta que sus piernas, su ordenador y su
mano juguetona protagonicen las tertulias de sobremesa o invadan el confesionario del cura de la iglesia de la esquina.
A mí me parece de puta madre que vea porno y más a la vista de todo el mundo. Hay que eliminar ese tabú de que el porno es solo para tíos y de que es algo malo.
Se llama Iris y baja a la pollería a primera hora de la mañana antes de irse a la empresa de la que es alta ejecutiva. Suele comprar codornices adobadas.
Cuando vuelve del trabajo, sale a la terraza, se arremanga la falda y se relaja durante media hora.
Me recuerda a Marlene Dietrich en “El ángel azul”.
“En Berlín importa poco si uno es hombre o mujer. Hacemos el amor con quien nos parezca atractivo”. Hace poco leí en un periódico esa frase. Es de Marlene… Y es una lástima que esto no pueda aplicarse a este país, donde el sexo sigue creando unas parcelas de desigualdad enormes porque sí que importa si uno es hombre o mujer y con quien se acuesta.
Silencio
Iris disfruta con el ordenador encima.
Con una mano se toca y con la otra teclea en el portátil.
Iris es la máxima responsable de una empresa de importación de componentes mecánicos.
¡Qué arte tiene! Gana una cuarta parte menos que su compañero, aunque le da mil vueltas y está mucho más preparada que él. Si la conociese en persona le diría que se fuese al extranjero, como hice yo. Progresaría porque es auténtica. Progresaría porque es inteligente. Aquí llegará un momento en que la lanzarán al foso de los leones.
Pausa
Ahí está, seguramente cerrando un acuerdo internacional con la mano derecha y con la izquierda endulzando un pacto consigo misma. Nunca se le ha conocido novio fijo. Es un pájaro libre, como yo. Me gustaría establecer una relación poliamorosa con Remedios y con Iris.
Yo sería el jamón del sándwich que formarían ellas dos.
Con Iris compartiría cultura y sabiduría y con Remedios me dejaría impregnar de la morralla del barrio. Los domingos por la mañana iría con mis dos mujeres a misa, cada una se sentaría a
mi lado y me meterían mano al término de la homilía del cura.
Remedios con chándal rojo y tacones baratos.
Iris con un traje de marca muy ceñido que dejase entrever las bragas. A menudo iría sin bragas para facilitar que mi mano se colase por sus entrañas en mitad de la celebración litúrgica.
Mejor el día de Corpus Cristi o en la misa del gallo, que estaría más concurrida la iglesia y el sacerdote con los nervios a flor de piel.
¿Había dicho antes que no me gusta llamar la atención? No me acuerdo.
Mis padres estarían al lado, hiperventilando, deseando que siguiera enganchado a las drogas porque el Juan renacido no les convencía y les ponía en evidencia ante el vecindario, formado por carcamales fachas del Opus presos de la doble moral.
¡Jodeos todos!
Juan se excita, deja los prismáticos y se toca a la vez que Iris
Ambos gimen y comparten el momento de excitación sexual, cada uno en su zona
Se apagan las luces
Al encenderse de nuevo, el personaje femenino (Iris) ha vuelto a su posición original
de espaldas, sentada y en la silla.
Juan está sentado en la hamaca
La pulsión destructiva que mencionaba mi psiquiatra sueca sigue dentro de mí.
Ya no robo dinero a mis padres ni me meto mierda pero psicológicamente me gusta hacerme daño.
Si una mañana me levanto y no encuentro algo que me haga sentir mal, me lo invento.
Mi psiquiatra decía que estaba obsesionado con una especie de estigma que habitaba dentro de mí. Un estigma que me lleva a no ser feliz y que, cuando desaparece, trato desesperadamente de encontrarlo o crearlo de la nada.
Ahora que trabajo en casa y gano mi sueldo a fin de mes sé que a mi madre le falta algo. Está como ausente. Esto no puedo decírselo a ella, pero sé que está triste porque ya no se siente útil.
En el fondo, echa de menos que le robe dinero y que esté drogado porque ahora como ya estoy bueno se aburre y no se siente útil.
Juegos de luces: zona personaje femenino-Juan.
Foco ilumina la zona del personaje femenino y seguidamente a Juan.
Después ambos iluminados para seguir el ritmo inicial de zona femenina-Juan.
Aparece Remedios, iluminada pero de espaldas.
Se le distingue por los auriculares (el público sabrá quién es cada rol femenino por el
distintivo que porten y el diálogo de Juan).
Juan hablando muy alto, de pie, medio loco.
¿Quién habla conmigo?
¿Quién?
¿Hablas tú?
Dime algo, por el amor de Dios.
Te estoy esperando.
Háblame.
Susúrrame aunque sean dos palabras mal dichas.
No me importa.
Sólo quiero sentir la fuerza de esas palabras.
¡Engáñame!
¿Quién habla conmigo?
¿Quién coño soy?
Pantalla TV aparecen fragmentos de las películas que menciona
Soy un soñador, como el personaje de Amelie.
Un iluso en busca de un príncipe azul como en Pretty woman.
Un enamorado de un espejismo como Ilsa Lund en Casablanca.
Un perdedor sin futuro.
Sigo buscando a mi Remedios, a mi alma gemela, a la persona que consiga que me olvide de mí mismo.
Muy alto, nervioso, de pie, hablando directamente al público
Así estoy yo.
Marcado como Elizabeth Taylor.
Caído como Gloria Swanson.
Con furor uterino constante como Lolita.
Objeto de deseo como la Marlene de El ángel azul.
Manipulador como la mejor Verónica Lake o Bárbara Stanwick.
Flirteando con los barbitúricos como Marilyn.
Aparece Pilar.
De espaldas, iluminada, se le distingue porque lleva una escoba.
Juego luces Juan-Pilar
Pilar se acaricia el alma cada vez que pasa su mano por la cara.
¿Quién me la acaricia a mí?
Yo no lo sé.
Ni quiero.
Se está muy bien sufriendo y compadeciéndose de uno mismo. Lo otro me aterra.
De vez en cuando, escojo escenas de películas que me hacen llorar y me emocionan. Busco como un loco un DVD en el armario del pasillo y me encierro en mi habitación. Después de llorar, me miro en el espejo y me gusta ver cómo bajan las lágrimas por la mejilla. Puedo estar así una hora entera.
Llega un momento en el que estoy tan concentrado en mi propia imagen y en el recorrido de las lágrimas que se difumina mi rostro y no veo nada.
Aparece Gloria
De espaldas, iluminada, se le distingue porque lleva encima un abrigo de pieles
Juego luces Juan-Gloria
¿El que tuvo, retuvo? Creo que no.
Yo sembré una buena cosecha en su momento y recogí parte de la colecta. La otra se pudrió y ya no sirve ni como abono. Gloria al menos tiene la memoria, que hace que no esté sola. Se acuerda de su marido, de quien imita sus gestos y maneras.
A mí no me queda ni la memoria. ¿Me queda un futuro? ¿Existe la memoria de lo que está por venir?
Aparece Iris.
De espaldas, iluminada, se le distingue porque lleva un portátil
Juego luces Juan-Iris
¿Qué se consigue con el dinero y con la fama y con un buen trabajo y con una sólida
reputación?
Basura.
Lo más seguro es que de aquí a unos años echen a Iris de la empresa en la que trabaja.
Si no la echan, la recluirán en una esquina ganando la mitad de lo que percibe su compañero de mesa. Tendrá incluso que dar las gracias a su máximo superior porque le ha permitido
mantener el empleo. Hipócritas, mequetrefes, todo es mentira, vivimos en un mundo que no existe, es un espejismo lleno de lodo.
Tira el vaso de agua, los prismáticos, el libro. Da un golpe a la hamaca
No me habla nadie. Han dejado incluso de hablarme mis propios yoes.
Se han cansado de la sarta de gilipolleces que les cuento. Cuando les busco, me evaden. Cuando les pido consejo, me ignoran.
¿Qué salida me queda?
Pausa
Se acerca a la zona en la que está la mujer, la agarra del hombro y le da la vuelta
La mujer, al girarse, sostiene un espejo en el que Juan se ve reflejado.
Silencio. Segundos de desconcierto
Juan toca su propia imagen en el espejo.
La mujer deja el espejo; se supone que se ha transformado en Juan, en su yo más auténtico
JUAN 2/mujer
¡Mira que te gusta joder al personal y compadecerte de ti mismo!
Pelele, que eres un pelele, ve a llorarle a mamá si tienes huevos.
Ahora que no le robas pasta para ponerte hasta el culo estará más calmada y escuchará esta sarta de chorradas que dices.
No hará falta que vayas como una nenaza a revolver el armario del pasillo en busca de películas lacrimógenas porque el llanto de tu madre, hasta el coño de escucharte, valdrá por sí solo.
Juan 2/mujer empuja a Juan 1 por todo el balcón, le zarandea, le pega, le lanza al suelo
JUAN 2/mujer (tono de voz muy elevado y hostil)
Tírate por el balcón de una vez.
Nos harías un favor a todos, en especial a ti mismo.
Empieza por hacer algo útil.
¡Qué razón tiene tu madre al pensar que te vas a lanzar desde esta azotea!
Habla con ella antes porque creo que no tienen seguro de vida que cubra los gastos de
tu muerte; después de todo lo que robaste la dejaste al borde de la bancarrota.
Juan 2/mujer sigue empujándole
¿No te has imaginado nunca el día de tu entierro?
Yo, sí, constantemente, ya sabes que siempre me ha gustado el más allá.
Veo a tus padres borrachos, apoyando el gin-tonic encima de la lápida, tus supuestos mejores amigos bailando la lambada con el cura que acaba de pronunciar el responso quien, por su parte, flirtea con el sepulturero.
Y el pobre Juan está en el ataúd, solo, pensando que el murmullo que oye en el exterior es el eco de la angustia y el dolor de sus seres queridos.
¡Qué estúpido!
No es consciente de que se está celebrando una gran fiesta por su muerte, por su desaparición; no se da cuenta de que la humanidad festeja su marcha por todo lo alto. Incluso en su última morada es tan ingenuo que piensa que alguien le quería.
¿Por qué no te acercas a los señores del público y les lloras un rato?
Es un modo de engañarles, de pensar que tienes una vida tan sumamente jodida que
solo te queda la compasión de los demás.
Venga, cobarde, acércate a ellos y llórales un rato. Es lo que te gusta, sufrir y no coger al toro por los cuernos.
Te has drogado, has sufrido, te han defenestrado y hecho vacío centenares de personas que no entendían tu magia, pero estás vivo, imbécil, ¿es que no te das cuenta?
¡Deja tus yoes, entiérrales y céntrate en el presente! Sal de la ciencia-ficción y vuelve a la vida.
Con un Juan te basta. Los demás simplemente ensucian al original.
Juan 1 se levanta, encendido y muy alterado, y empuja y tira al suelo a Juan 2/mujer profiriendo un sonoro “¡No!”. La mujer se queda a un lado
Pausa
JUAN: Mi madre solía asegurarme que cuando me decía que me quería no lo hacía por costumbre, sino simplemente para recordarme que era lo mejor que le había pasado en la vida. Yo creo que Pilar hace lo mismo con sus hijos.
Pausa
“Hay que apoyar a los que desean ser diferentes y luchan contra aquellos que quieren que sean iguales”.
Hace poco leí esa frase en algún sitio, creo que en la misma publicación en la que aparecía lo de Berlín y el amor libre. Podría aplicarse a mi amiga María.
Se parece a Remedios, basta, del extrarradio, dice lo primero que se le pasa por la cabeza, no se lava casi nunca y hasta huele mal, esconde las bragas usadas debajo de la cama porque le da pereza meterlas en la lavadora y se alimenta a base de comida precocinada del día. Pero la amo, sí, la quiero mucho, porque me recuerda constantemente que hay que ser auténtico y porque emplea el sentido del humor para combatir sus miedos internos.
Pausa
Juan 2/mujer, en el suelo, mofándose de lo que dice Juan, su otro yo
Mi abuela, según me contaba ella misma, era una mujer muy guapa, de esas que atraían las miradas de todos los hombres cuando entraba en un restaurante. Se murió cuando yo tenía 20 años, hace ya mucho tiempo, pero aún me acuerdo de ella. Mi madre ha heredado su porte y su estilo. Eso se tiene o no se tiene. Gloria se parece a ella.
JUAN 2/mujer (en el suelo, riendo como una loca)
La gente es una mierda, Juan.
Hace daño por proximidad, es uno de los mayores peligros de la civilización. Uno nunca es tan libre ni tan independiente ni tan objetivo ni tan frío como cree, siempre hay algún gilipollas que termina por afectar a tu vida de alguna manera.
Hay gente que se empeña en que existen personas con súper poderes, se creen enérgicos al insultar y juzgar sin tener conocimiento de causa, puede que les excite luchar por el ficticio bien común. Pero te advierto que lo único que verás con súperpoderes llegará portando una guadaña. Nadie irá a tu entierro, como mucho dejarán una nota pegada a la puerta de casa, una nota coronada con sabor a rollito de primavera con el número de tu nicho. Haz algo útil.
Juan, en penumbra, escucha a la mujer, confuso
JUAN 2/mujer (en el suelo, diabólica)
La muerte es la única novedad permanente, lo demás ya está inventado y lo tenemos en las librerías, simplemente lo verbalizamos de otro modo.
Ven conmigo al hades, te garantizo que se está mucho mejor.
JUAN: Preferiría vivir, pero supongo que la vida está descartada.
JUAN 2/mujer: (en el suelo)
Hay vidas que nacen muertas.
Ven.
Se repite el “ven” muchas veces, como un eco
Sonido de truenos
Pausa
Se apagan las luces
Ruido de que algo golpea contra el suelo
FIN
Eduardo Viladés.