Punk

 La luz violeta del amanecer se filtraba por las gruesas ventanas de la bodega. Filas de literas ocupaban un espacio tan grande que la vista no alcanzaba a ver el final. Un grupo de guardias enfundados en uniformes verdes abrieron la puerta enrejada con fuerza. Después del estruendo metálico, las bocinas alrededor de la bodega cobraron vida.

—¡Levántense, Números!

Jack Flash abrió los ojos y por un breve momento de esperanza se pensó ciego, pero solo era el sucio techo de la bodega. Sacudió su cabeza para eliminar esos pensamientos y se incorporó al instante. De un solo movimiento apartó las sábanas, descubriendo la desnudez en la que dormía. Saltó de la litera y sus pies tocaron el cálido suelo de metal, a su alrededor, el resto de los durmientes despertaban uno por uno. Jack inspiró el enrarecido aire y dibujó una sonrisa en su rostro.

—¡Buenos días, Max! ¿Cómo amaneciste en este hermoso día?— le dijo a su vecino de la cama inferior, mientras deslizaba uno de los dos cajones que les tenían asignados a esa litera. Un pequeño indicador verde le anunció que lo había reconocido con permisos de abrirlo.

—Cállate.

—Siempre tan gruñón. ¡Relájate! Hoy veremos a Ruby.

Jack observó a su alrededor, asegurándose que nadie más hubiera escuchado esas últimas palabras. A su alrededor, solo estaba el hervidero de actividad cotidiana. No había suficientes guardias para cuidarlos a todos y se concentraban en las puertas de la bodega por las mañanas. 

Maxwell le respondió con una mueca y pensó en contestarle, pero sabía que era inútil discutir con alguien como Jack.

—¡Más rápido! ¡Rápido! ¡Vamos, vamos!— las bocinas no se callaban.

Jack se vistió con un monotraje con botas y guantes integrados. Acomodando un pequeño respirador en su pecho y colocando los tubos de oxígeno adicional en su nariz. El color naranja de su uniforme lo distinguía del rojo con el que su vecino de litera vestía. Maxwell Edison, ese fue el nombre que Jack le había dado, a falta de que alguien más lo hiciera.

—¡Número 3953! ¡Sector D! ¡Número 4278! ¡Sector E! ¡Número…

Los cambios de asignaturas para los trabajadores llegaban con rapidez. Todos sabían que estar en el sector equivocado era castigo inmediato, en especial si vestían de rojo. Jack suspiró al escuchar que ni él ni Maxwell habían sido cambiados. En la salida, un grupo vestido de amarillo, tenían listas las herramientas asignadas a cada trabajador. Un par de capuchas para cada uno, una mochila llena de semillas para Jack y un martillo a dos manos para Maxwell.

El Sector P estaba algo alejado de la base. Una llanura humeante rodeada de pequeños montes, en el más alto, una enorme antena de disco dominaba el paisaje sobre el cielo rosado del mediodía. Solo algunos agujeros de su trabajo de los días anteriores adornaban la planicie grisácea.

¡Bang! ¡Bang! El primer martillazo de Maxwell rompió la delgada costra de roca que cubría la tierra a su alrededor. El segundo hizo más profundo el agujero, dejando salir un pequeño chorro de gas que lo rodeó.

—¡Gas, gas, gas!— exclamó Jack, mientras se agachaba frente al agujero, agitando con su mano el poco gas que aún salía. Levantó la mirada al ver que Maxwell comenzó a toser. 

—¿Estás bien, Max?

—Sí, está capucha no se sella bien, eso es todo.

—Menos mal— respondió Jack, y volvió su vista hacia la distancia como buscando algo. Maxwell suspiró.

—Olvídate de ella, no vendrá.

Sin ver el hoyo, sus manos depositaron una semilla ovalada cubierta de nutrientes. Mientras, Maxwell ya estaba buscando la marca que Jack había hecho para el siguiente agujero.

—No seas pesimista, Max, ella me prometió que iba a traer algo importante.

—Y no dudo que rompa esa promesa. Los violetas no nos deben nada.

—¡Ella es diferente! Lo sabrás cuando la conozcas, ella es…

—¡Sé de lo que hablo!— Maxwell lo interrumpió— ¿Ya olvidaste que yo fui violeta también? Somos solo números para ellos.

—Ella es diferente.

¡Bang! ¡Bang! Maxwell siguió con su trabajo sin escuchar lo último que Jack dijo. No era la primera ocasión que tenían una discución similar en las semanas que llevaban trabajando juntos. Jack nunca conoció a sus padres, desde niño fue un número más en una u otra cosa, trabajando para todos los niveles de la sociedad.

Veinte semillas plantadas era su cuota del día. Jack tenía una buena visión para los lugares precisos para poner semillas y Maxwell aún tenía la fuerza suficiente para abrir la tierra en dos golpes. Terminaban muy temprano. Lo suficiente para descansar y ponerse a hablar de sus vidas en la colonia. Pero en esta ocasión Jack seguía de pie, escaneando el horizonte con las manos formando una visera sobre sus ojos. 

Maxwell se sentó en una roca, comiendo su ración del día a la sombra de la antena gigante con sus capuchas y martillo en el suelo. Su frente estaba surcada por arrugas de concentración, salpicadas de sudor.

—Lo siento por eso de hace rato, Núm… Jack. Yo tuve un nombre, un nombre real. Conocí a mucha gente traduciendo cosas, hablando las lenguas de los recién llegados, gente importante. Mi grupo era muy grande, ya conoces a varios en la bodega, yo era su jefe… ¿sabes? Y ahora estoy en lo más bajo de los números, un maldito rojo.

Jack sonrió, sabía cuanto le gustaba a Maxwell hablar de sus idiomas.

—¡Pero si ya tienes nombre otra vez! Y pronto tendremos más de que hablar cuando nos ayudes a escuchar música.

—Deberías dejar de soñar.

Apenas Max terminó de hablar con un par de figuras aparecieron a la distancia. Una en un vestido violeta y la otra en un uniforme verde. La cara de Jack se iluminó, mientras Maxwell tomó su martillo, por si la dudas, se dijo.

—¡Mira, Max! ¡Es Ruby! Te dije que vendría. ¡Ruby! ¡Ruby!

La figura violeta comenzó a correr hacia ellos, hasta distinguirse una mujer con un largo vestido y un aparato de respiración mucho más discreto que el de Jack y Maxwell, adornado con motivos dorados. Como una sombra verde detrás de ella, se distinguió un uniforme igual que el de los guardianes de la bodega, con su casco metálico brillando en el sol.

—¡Jack! ¡Jack!

Corrieron y se abrazaron. Jack casi la tumba, pero Ruby solo rió y con un ademán le indicó a la guardia que estaba bien.

—¡Viniste!

—Claro que sí, lo prometí. Y vine con Eleanor, como habíamos quedado.

—¡Excelente! Hola, Eleanor, nos volvemos a ver. Les presento a mi compañero, Maxwell Edison. Max, conoce a Ruby Tuesday y Eleanor Rigby.

La guardia hizo una mueca y estuvo a punto de hablar, pero Ruby la detuvo con la mirada. Max se dio cuenta, pero aún así sus modales de antiguo diplomático le ganaron a su desconfianza.

—Mucho gusto.

—¡Mucho gusto!— respondió la joven.

—Hey— dijo Eleanor.

Después de una pausa incómoda. Jack prosiguió ignorando el ambiente.

—Max y Eleanor, Eleanor y Max, ambos conocen muchos idiomas antiguos, nos ayudarán con las canciones, ¡van a ver!— Jack puso un brazo alrededor de los hombros de Max y estuvo a punto de hacer lo mismo mismo con Eleanor, pero ella dio dos pasos hacia atrás. Ruby se interpuso y jaló del brazo libre a Jack.

—¡Genial! ¡Vamos a la torre!— Ruby comenzó a correr arrastrando a Jack a su lado. Eleanor los seguía cerca y Maxwell hasta el final. Él no dejó de notar que la guardia lo miraba de reojo en espacios regulares de tiempo y con la mano siempre sobre el arma que llevaba en la cintura.

Jack puso su mano en la puerta de la oficina de control de la antena y se abrió con un chirrido. Ruby aplaudió y esperó a que el joven se volviera a acomodar su monotraje para entrar. Adentro, vieron una serie de pantallas apagadas entre botones y palancas oxidadas. Solo el ruido de la estática y crujidos de las bocinas indicaban que todavía había energía. Jack comenzó a pasar sus manos por los paneles, sus guantes dejando una estela de limpieza en la suciedad del tiempo.

—Lo hubieran visto en su época de gloria. Hace como diez años, yo trabajaba aquí con el Doctor Robert y escuchábamos lo que él llamaba, los sonidos de la Tierra. Él me puso Jack Flash, como una de las canciones que escuchábamos. Él era la persona más inteligente que he conocido, sabía que nuestra colonia está a 200 años luz de la Tierra y que estabámos recibiendo transmisiones de hace mucho tiempo, ¡pura música genial! 

—Ni siquiera entendían lo que decían —dijo Max.

—¡Claro que sí! El Doctor Robert sabía todo —respondió Jack, sin perder su sonrisa al manipular los controles—. A cada rato decía que todo este sistema de niveles y colores era inútil. Ponles nombre a todos, me dijo. ¡Un verdadero rebelde!

Max sintió como si esas palabras lo hubieran golpeado, apretó el martillo, pero se contuvo por la presencia de Eleanor, que no le quitaba la vista de encima. Ruby interrumpió el ambiente.

—Lo entiendo muy bien. Apenas llegué aquí hace un par de años, con amnisia o algo así. Nadie de mi familia sobrevivió, pero la bitácora de la nave dice que soy importante y por eso me dieron este color. Nada más. A veces quisiera ponerme a sembrar con ustedes, sería más rápido para hacer bonito el planeta.

—¡Te encantará sembrar! ¡Es muy divertido! —dijo Jack, tomándola de las manos, manchando los elegantes guantes de Ruby, pero ella no lo notó.

—¿En serio? ¿Podría ir con ustedes la próxima vez?

—¡Claro que sí!

—No— dijeron Eleanor y Maxwell al mismo tiempo.

Jack vio como se apagaba la cara de Ruby.

—Eso lo podemos discutir después, ahora, estamos justo a tiempo para escuchar ¡la música!— Jack se volvió hacia los paneles, indicaron una luz amarilla que parpadeaba al ritmo de la estática—. Solo se escucha por la tarde, cuando la antena apunta en la dirección correcta. Antes, el Doctor Robert podía dirigirla, pero eso ya no funciona.

—Awww, que mal— dijo Ruby, haciendo un puchero.

—No te preocupes— respondió Jack —. Lo importante es que tenemos dos personas que podrán entender lo que dicen las canciones y… ¿trajiste lo que te pedí, Ruby?

—¡Oh, cierto!— Ruby sacó de una bolsa una pequeña tarjeta para grabar, Jack la tomó y la metió en uno de los paneles. La luz amarilla se convirtió en verde y ambos saltaron de la emoción. Detrás de ellos, Maxwell se acercó a Eleanor.

—¿Cómo es eso?— dijo el hombre.

—Te olvidaste de muchas cosas cuando te castigaron, John— respondió Eleanor, quitándose el casco y desenrollando su cabello.

Maxwell se encogió de hombros al reconocerla. Cuando tenía otro nombre, Eleanor fue una traductora primeriza en la recepción de la embajada. Ella era de nivel azul, eficiente y ambiciosa, una combinación que la hubiera hecho llegar a violeta muy pronto.

—Soy el número 1138. No, soy Maxwell ahora— alcanzó a decir.

—Por supuesto. Y yo, Eleanor.

—¡Hey, Jack! Mira a Maxwell y Eleanor. Te dije que se iban a conocer— exclamó Ruby, aplaudiendo. Jack los ignoraba, en ese momento él estaba absorto en la estática, esperando el momento en que se convirtiera en música para por fin grabar algo. Puso su dedo sobre sus labios, callándola y Ruby lo imitó, silenciando a todo a su alrededor.

—¿Cómo está la embajada… Eleanor?— Max murmuró, junto a la guardia.

—No lo sé. Justo como la dejaste, probablemente— murmuró Eleanor de regreso.

—Veo que no te fue tan mal como a mí— Maxwell la observó de arriba a abajo.

—A todos nos degradaron por tu pequeña revolución. Yo supe atenuar la bajada. ¿Cómo están los demás?

—Pudriéndose como todos los rojos… y si en algo valen mis palabras, lo siento.

—Demasiado tarde.

—¿Y este es tu castigo? ¿Cuidar a una retardada?

—Es una violeta, debes respetarla y obedecerla— Eleanor lo miró a los ojos, con la mano en su arma.

—Eso no le quita lo estúpida— Maxwell apretó su martillo.

—Es mi boleto para ser azul de nuevo.

Maxwell suspiró y ambos se relajaron. Lo que le iba a decir se quedó en el aire cuando Jack comenzó a gritar.

—¡Ya viene! ¡Ya viene!

—¡Ya viene! ¡Ya viene!— Ruby gritó también.

La estática de las bocinas comenzó a tomar forma y volumen. Se comenzó a escuchar el agudo sonido de una guitarra, golpes de una batería, más y más rápido hasta que una voz comenzó a gritar.

Jack y Ruby comenzaron a saltar, girar y bailar con una enorme sonrisa en sus caras, agitando sus cabezas como lo había hecho Maxwell con su martillo hacía unas horas.

Eleanor no entendía las palabras, algunas parecían un deletreo extraño o una serie de monosilábicos. Max siempre fue el experto en lenguas antiguas, presto para recibir a los visitantes de otros mundos. Algunas veces solo le tomaba un par de días para entender casi por completo los dialectos más extraños que civilizaciones aisladas pudieran construir de las bases lingüisticas en un planeta a casi 200 años luz de distancia.

Pero Max la había educado también, pronto algunos vistazos de entendimiento comenzaron a formarse en la mente de Eleanor. Los artículos eran comunes, no había una diferenciación de género en las palabras, quizás era un Inglés antiguo, pensó Eleanor. 

Entonces una palabra encendió su memoria al reconocer su significado, anarquía. Los ojos de Eleanor comenzaron a abrirse más y más, al comprender que la tarjeta estaba grabando lo que escuchaban. Dio un paso al frente pero se detuvo. Puso su mano sobre el arma, pero no llegó a sacarla del todo cuando el martillo cayó sobre su cabeza.

¡Bang! ¡Bang! El sonido se perdió entre la estridente música, la sangre, entre los oxidados paneles y la suciedad del suelo. Maxwell caminó sobre el cuerpo, hacia donde la pareja seguía saltando y dando vueltas. Sus guantes crujieron de tanto apretar su martillo.

—¡Destrooooooooooy! —gritó Jack al terminar la canción.

Maxwell se detuvo frente a ellos, a su alrededor, la estática volvió a tomar control de las bocinas.

—¡Qué divertido!— gritó Ruby, tomando de las manos a Jack.

—¡Sí! ¡Te lo dije!— le respondió Jack, y entonces se volvió hacia Maxwell—. ¡¿Nos enseñaras lo que dice la letra, Max?!

—¡Sí! ¡Di que sí!— lo secundó Ruby.

Maxwell observó sus caras iluminadas, esperando con anticipación su respuesta. Ambos jóvenes respiraban fuerte y con dificultad, pero no se veían cansados. Los ojos oscuros del hombre brillaron por un breve instante y casi se volvió para ver el cuerpo de la guardia. Pero solo aflojó su agarre y les dijo.

—Por supuesto, pero antes de eso, ¿cómo podemos usar la grabación en la bodega?

 José Talamantes

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