Comenzó con la lluvia

Eran las primeras lluvias de la temporada, los hombres que necesité para poder hacer esto no prometían nada pero sí podían garantizar que este clima estaría presente, y ser exigente hace que las cosas se dificulten, por eso es que aquella operación me salió cara, no esperaba a otro monstruo en la arena en donde reparto todo. Recuerdo aquel repiqueteo que sonaba en todas las partes alrededor del sitio en el cual estaba. Los árboles contenían hojas que hacían rebotar las gotas de una manera que me hipnotizaba. Salí del Cutlass azul 1994 y azoté la puerta para asegurarme de que aquel sonido fuera escuchado por otras personas cerca, escuché el repiqueteo de las gotas que cantan de forma reiterativa, llegaban a mojarme la cara, estaba lista para ello, habíamos acordado en que no veríamos a nadie más, sin embargo, como una protección, tenía algunos espías escondidos entre las esquinas y los autos de aquella calle que estaba alejada del centro. Como era de esperarse la noche me permitía estar de forma contemplativa. Se necesitaba esa calma para poder hacer el intercambio de rehenes. No quería llegar a esto pues era innecesario, de no haber sido por aquel incidente ocurrido en El Edén, no tendríamos que haber pasado por todo este proceso. Y es que aquel ejército lo hicimos por una familia de licántropos sueltos, mismos que fueron voluntarios para transformar a varios de mis hombres y a este grupo de mujeres que no tenía otra opción. Aquellos niños quienes tuvieron la enfermedad de Licaón y cuyos padres fueran nahuales también me sirvieron para que esto que estoy haciendo ahora mismo fuera un ritual que despertara fuerzas que no podían entender.

Los veo a lo lejos, espero atenta, a la expectativa. Andan en camionetas negras, como si fueran una caravana de un largo rango, acostumbran a hacerlo de esa manera pues entre todos se protegen por si al principio y al final les pasa algo; al tener así esa estrategia hacen cierre. Delante están los que vigilan expectantes, porque esperan ataques, y detrás hay otros carros y camionetas que me vigilan en convoy. De la Aerostar gris frente a mí bajan otros dos tipos que miran retadores, como si yo no supiera sus planes para amedrentar a la organización con tan poca cosa como lo son los vampiros, apenas los llegamos a conocer. Mis hombres están conmigo, todos tenemos algún arma, las de ellos son armas largas para mirarse amenazadores, bajo el vestido negro entallado que cubre mis pantorrillas yo tengo un arma chica, justo en el sostén, realmente lo mío no es esto, pero siempre es necesario tener un poco de protección. Las botas que traigo tienen un tacón que permite caminar entre el cemento mojado. Lo de ellos es una vestimenta mucho más sencilla de lo que se podría esperar de las circunstancias: pantalones de mezclilla, chamarras, chalecos antibalas y camisas de vestir. Y claro, yo soy la única que debe ser el dulce goce visual porque de mí no se espera mucho, así es esto.


—Ya sabes para qué estamos aquí —me dice en un tono paternal, como si no supiera lo que está pasando, donde me da a entender como si hiciéramos menos a la organización e ignora el hecho de que fui yo quien los citara previamente para la reunión porque su cachorrito me dañó a una de mis cánidas, la más fuerte, la cual requirió de puntadas para poder recuperarse. Suspiro por lo que dijera el capitán. Obvio, sigo pensando en Mandy, la afectada en todo esto, y que tengo en una de tantas casas de seguridad para que no sepan de su halconcito independiente quien fuera el responsable de este desmadrito el cual me pusiera lenta la operación que traíamos.
—Eso está más claro que esta lluvia la cual parece tenerlos atarantados —les respondo sin ningún tapujo. Siento cómo el agua cae en mi cabeza y se cuela entre mis cabellos refrescando mis ideas, parecido a tomar un baño con agua tibia en casa.
Tanto problema con peinar el lugar de gente y matarla para que se me deshaga todo por un rehén importante con el que me están chantajeando. El agua no es suficiente para empaparme, por lo que aún siento el arma bajo el brasier. Miro a mis tres hombres, uno de ellos por andar de pretencioso tiene lentes oscuros. Pestañeo y siento cómo las gotas quedan colgando en las pestañas, como si fueran péndulos que miden mi tiempo en esto.
—¿A quién me traen para dejarles esto? —les pregunto enérgicamente.
—Es un testigo, él le dirá qué pasó originalmente.
Veo cómo bajan a un tipo escuálido que llora de forma inconsolable, eso se escucha a través de la capucha improvisada de trapos que le pusieran encima para que no pudiera ver nuestra localización. Viste una camisa a rayas amarillas y verde militar; un destello de lástima atraviesa mi espina dorsal, me sacudo el cabello para poder controlarlo y aparentar que esto no me importa. Como de vez en cuando les funciona a ellos, yo también lo repito, a mi manera y de forma automática, la diferencia está en que mientras ellos ven pura matazón y quieren hacer un cochinero, yo veo por donde limpiar el camino de mierda que van dejando, aunque a veces sea tanto que no sepa cómo poder aparentar que esto tiene algún origen limpio. Necesito mantener la apariencia ante todo.
—Muy bien —regreso al Cutlass para abrir la cajuela.
Estos zapatos son encantadores pues me hacen sentir en tierra y a la vez tan encima de ellos, que quisiera todas las mujeres los utilizaran para sentir el mismo poder que yo tengo. Detrás de mí está mi grupo de seguridad, dándome la espalda, esperando a que esto fluya de forma tranquila, yo también espero lo mismo que ellos. Acerco la llave y activo el botón, escucho el clic de la cajuela y la abro, esta se levanta de forma automática, saco una caja que está descubierta pero protegida con plástico para no ser arruinada durante la lluvia.
—¿Le puedo ayudar? Déjeme ayudarle —me dice en voz baja Franky, uno de mis más cercanos guardias, quien ha sabido mantener separado el negocio de lo personal.
—Déjame hacerlo, deben ver un poco a la fuerza de mi lado —le guiño el ojo de manera coqueta, él sonríe apenado y luego toma su semblante de guardián. Agarro la caja y la llevo a la capota.
—¡Aquí está! ¡Armas a cambio de información! Se les ha borrado el número de serie, y vienen reforzadas para sus propias necesidades, tienen un paquete de balas adaptables para la circunstancia necesarias, y además de eso son difíciles de unir a nuestras dos organizaciones. Déjenme hablar con él, acérquenlo.

Veo cómo le apuntan a su cabeza, le entierran las manos en su hombro derecho, esto lo hace ponerse más nervioso, lo acuclillan frente a mí, baja la cabeza pues claramente lo han desmoralizado lo suficiente, y no estuve con él para evitarlo. Iba a ser uno de los costos en vidas humanas el cual estuve dispuesta a pagar. Me le acerco y lo tranquilizo de la mejor forma posible, pido a mis guardias acercar una almohada que traigo para estos casos, y me arrodillo casi a la par del prisionero para hablarle a su nivel, suavizo el tono, lo callo con un “shhhh” largo, le acaricio la espalda como a un niño regañado y le digo: ¡Calma, tranquilo!
Veo cómo sus sollozos se van apaciaguando y procedo a seguir con este protocolo personal. —Después de todo lo ocurrido, tendrás que venir conmigo —le digo de forma pausada y acercándome a su oído, a manera de susurro, continúo la conversación—, pero únicamente si me respondes algunas preguntas que te tengo, sólo empezaré con una.
Oigo a través de los trapos usados como capucha su respuesta con un suspiro asustado, después veo cómo traga saliva, y entre sollozos me dice «E… está, está bien», y comienza a llorar.
—Vas muy bien, tranquilízate
—O… okay
—Quiero saber, de entre esa matazón ¿Viste quién estaba?
Comienza a gemir largamente, el estrés postraumático es mucho en él. Veo cómo los otros le apuntan, y luego cómo me apuntan a mí, y a mis guardaespaldas apuntándoles a ellos.
—¡Whoa! —grito a todos mientras alzo las manos en forma de rendimiento—, ¡Espérense, raza! ¡Cálmense! ¡Ya cálmense todos! ¡Bajen sus armas! ¡Solo está sacando lo que necesita sacar y ustedes no ayudan! ¿Estamos?
Los miro a todos con el enojo característico que siempre tengo cuando no quiero que salgan mal las cosas. Me conocen poco en el negocio y saben qué tipo de mirada es esa. Todos alrededor bajan sus armas, pero no sin bajar la guardia necesaria para cuando se trata de intercambios como estos.
Regreso con él, que está frente a mí, le vuelvo a acariciar la espalda, y le pregunto directamente en voz baja: ¿Eran seres horribles?… ¿Cómo coyotes gigantes? ¿Algo que ves en tus pesadillas? ¿Con dientes muy afilados?

Veo cómo llora y gime, resultando esto en que vuelvan a subir las armas, pero sin verse tan amenazados pues ya les había dado una advertencia previa, otra vez los miro enojada, él baja aun más la cabeza, quiere sentirse seguro, con esto ahora confirmo que sí eran de mis filas, pues reconozco el trauma que le dejan a las víctimas que no asesinan. Es algo que ni mil prozacs, ni la heroína o cocaína o marihuana van a borrar tan fácil de su ya perturbada psiquis. Hago una señal con la cabeza y paso las llaves para que mis ayudantes saquen el resto de las armas de la cajuela del Cutlass, nuevamente le acaricio la espalda. Veo cómo van sacando las cajas con armas, también noto que el colchoncito en mis rodillas se está enlodando.
—Ven conmigo, levántate, sé que puedes hacerlo, anda, te voy a alejar de ellos y sus amenazas. Vamos.
Lo agarro del brazo y lo levanto, mis guardias poco a poco empiezan a rodearme, voy al asiento trasero, uno de mis guardias, quien abriera la cajuela, se sube, todos los carros y camionetas frente a mí empiezan a encenderse e irse tan organizadamente como llegaron. Franky comienza a manejar.

—Eso estuvo cerca, Áspid.
Siento el andar del carro con sus respectivos enfrenones frenéticos por intercambios tan delicados como el que debíamos hacer.
—Siempre está tan cerca, pero ahora queda lejos, recuerda eso, así es el presente perpetuo.
Franky se ríe de mis ocurrencias y yo sonrío aliviada.
Le quito la capucha de trapos lentamente, su cara está llena de agua, eran trapos de limpieza de piso.. Noto que la víctima no tiene una quijada tan pronunciada, de hecho es débil, y aun así pudo aguantar sin chistar. Lo miro nuevamente y él me mira con los ojos rojos y llorosos de tanto sufrir.
—No te preocupes, sacaremos todo esto de tu memoria a su ritmo, ahora descansa, que nos espera un gran viaje adelante.
Continúa llorando, miro hacia el vidrio frontal, tenemos preparada la casa de seguridad.

Laura Elena Cáceres

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