Veníamos a este lugar desde los tiempos en que se bolseaba uno si se quería bailar, moneda de diez pesos la pieza y el show era el striptease, las pudorosas mujeres de aquella era conservaban el vello pélvico, el servicio circulaba la botana de cacahuates y las cubetas de lámina galvanizada con las Coronas en hielo. Olía a orines, porque ahí mismo donde estuvieras, podías desaguar.
Ahora que regreso con la memoria intacta, veo que le invirtieron recursos al sitio, aterrizamos y pasamos a una mesa que parece platillo volador, con tres chicas de otro mundo, con sus pieles de colores expuestas: Celeste, Selena y Luck Star, se hacen llamar, sus muslos miden de circunferencia lo mismo que sus cinturas. Las bebidas son fosforescentes y despiden vapor, la música de veras es como venida del espacio. En el domo negro proyectan en multimedia planetas, nebulosas y galaxias, navíos interestelares, cometas, meteoritos y estrellas fugaces, que contemplas mientras te la chupan. Por eso le pusieron «El Planetario». Y hay cápsulas privadas y tiene mullidas alfombras en vez del serrín, y las damiselas de cuerpos largos y finos pero con curvas, descienden desde el infinito por largos tubos que las traen desde otros astros, como Evas, completamente desnudas, depiladas e inmaculadas.
Pero yo extraño a la Ricarda y a la Patitas, por sólo decir que pienso en esas dos de aquel (este mismo) antro de mierda. ¿Qué se habrán hecho las condenadas?, pensar que hasta quería casarme con la Ricarda.
Una lágrima baldía amenaza con escapar. Le digo a Celeste que pare de mamar, le paso la lengua por su lengua que todavía tiene mis pelos púbicos y le deslizo la creditcard entre las nalgas azules, me voy, le indico. Me dirijo fuera del espacio, antes que los brebajes hagan efecto y ya no pueda tripular la nave por los portales temporales hasta la década de los ochentas.
Arturo Mariño