Un vendaval invernal cubre todo con nieve dificultando mi visión, aunque me permite avanzar, el espesor que recubre las calles alcanza casi las diez pulgadas; sin importar el frío tengo que llevar provisiones y medicamentos a mi familia. Hace unas semanas que nos resguardamos en cuarentena, pues tuvimos un brote epidémico, por fortuna estoy protegido contra las gélidas temperaturas, además, la máscara de gas que filtra el aire evita contagiarme y mantiene cálido mi rostro. Hace días que no deja de nevar; algo inusual que ocurre en la urbe construida por edificios colosales que forman las principales avenidas, es el año 2040, en ciudad Olimpo, ubicada en el centro de mi país.
Hace tres años comenzó a nevar en las regiones tropicales del planeta ocasionado por la conversión climática, aun con tecnología tuvimos que adaptarnos a marchas forzadas, nuestros entornos lucen lúgubres y metálicos acompañados por una estética de colores neones luminiscentes. Para caminar entre las calles con frecuencia el alumbrado público suele tener desperfectos, bañando todo con una tela azul de luz.
Atmósfera de una ciudad fantasma, no existen vehículos andando de aquí para allá con la frecuencia que se acostumbra por la vida diaria de una ciudad. Prestando atención pueden escucharse ocasionalmente los sonidos de las ambulancias, parece es lo único que irrumpe un silencio incómodo. Mientras camino el sonido de mis pasos retumban y hace ecos en los vacíos bulevares; noto el entorno paralizado, apenas una farmacia, expendedores de oxígeno, tiendas autónomas que distribuyen alimentos, son los únicos giros comerciales abiertos, pero no hay gente a la vista; el aviso de cuarentena parpadea con insistencia mostrando el símbolo de peligro biológico, en algunos segmentos la luz roja cambia los tonos mientras camino, en algunas esquinas es reproducido mediante bocinas la siguiente frase: “Nueva realidad, quedarse sinónimo de seguridad”.
Desde la oleada número trece, todo comenzó a empeorar; cada invierno una mutación nueva surge de algún lugar inhóspito, volviendo frecuente los contagios, ello tuvo como consecuencia que comenzaran patrullando las calles perros robotizados, drones aéreos e incluso los denominados “Golem”, androides antropomórficos que vigilaban se cumpliera “por seguridad” el aislamiento, sin embargo, pocas personas pueden soportar estar algunas horas en sus casas.
El virus SARS-COV2, intercambió información con diversos microorganismos, sigilosamente, como un enemigo perfecto de la humanidad, comenzó alterando nuestro entorno, una gama de infecciones se asociaban o recombinaban su información genética, de manera simultánea, muchos contraían diversas infecciones conjuntas o los sistemas de salud habían quedado debilitados tras resistir los embates de diversas pandemias ocasionando consecuencias a largo plazo, un aumento de la mortalidad comenzó a surgir por las secuelas causadas en el organismo, y conforme mutaba, dañaba distintos órganos, diferentes grupos poblacionales, edades, nuestra población se fue diezmando poco a poco.
Me ausento de las galopantes ideas que analizan el entorno, apresuro el paso, casi trotando sobre la nieve, he recordado que mi hermano mayor se encuentra en cama luchando por su vida, el virus le provocó una neumonía, ocasionada por una variante que intercambió información con gripe aviar, por desgracia el médico tratante no administró correctamente los medicamentos, su esposa e hijos están también en casa, aislados, separados, así que apresuro mi marcha, necesito cuidarlo…
Soy el único que ha estudiado ciencias de salud, renuncié a ser médico cuando nada funcionaba para controlar los brotes epidémicos, hace cinco años dilucidaba al grado de la psicosis, (algo que sucedió inevitablemente), todo lo que podría suceder cuando comenzó a extenderse el agente causal; tuve que observar pacientes, conocidos, amigos y familia que fallecían por falta de oxígeno, infecciones con caminantes o farmacorresistentes. Todos pretendían que algún día se solucionaría, sin embargo, no fue así, nuestra tecnología ha tenido que adaptarse para sobrevivir, una pesadilla que no termina.
Prefiero correr, mientras el vapor caliente emanando de mi boca me acompaña dejando un hilo donde avanzo, conforme llego a casa, noto que los vecinos confusos, observan desde sus ventanas para saber qué sucede en el mundo exterior, mientras intento ignorar su presencia, aunque estoy consciente de portar una máscara de gas atrae toda la atención, pronto llegaré a casa, tal vez, no sepan mucho de microbiología, física, epidemiología, pero desde mi percepción, el aire gélido está envenenado.
La casa ubicada en las orillas de la metrópoli, obsequia una vista del valle que conforma un paisaje único entre la creación del hombre y la naturaleza, respiro, admiro la belleza de la vida, en unos minutos tendré que colocarme el traje de protección personal para estar cerca de mi hermano, la enfermedad es cien veces más contagiosa que la viruela, tuberculosis o ántrax; apenas las vacunas pueden frenar temporalmente su avance, ni hablar de los tratamientos son complejos de conseguir, pero llevo los medicamentos para que se recupere pronto, espero poder descansar pronto…
Victor Santiago Lezama