La mujer se acerca al hombre. Todavía tiene la mirada soñolienta y la bata que cubre la esbeltez de su cuerpo, marca la tersura de sus senos. Cuando lo mira casi le besa. Él estremece ante la sonrisa descansada de sus gruesos labios.
—¿Qué le preocupa, oficial? —el interpelado se puso en guardia. Aquel tono de voz, casi maternal, se le antojó peligroso. La seguridad de que Roberts Willis había abandonado aquella casa en la madrugada fue definitivamente probado, pero qué sucedió una hora después con esta persona; desde un auto no reconocido todavía, le habían ejecutado fríamente con un arma de óptima precisión.
Ojos entornados que permiten asomar una sonrisa desde la comisura de los labios hasta que chispea en el verde de sus iris, deslumbran al oficial quien intenta disimular su reacción ante la chica; misma sensación que siente por su cuerpo que desborda con el ritmo del baile cadencioso y sensual. Raras veces acompaña a sus colegas al cabaret en el que ella trabaja. La ira le sube los colores al rostro. Se despide sin más con un rictus amargo en los labios. Volveremos a vernos, dice, y sus pasos resultan demasiado largos.
Cuando aborda el auto, presiente su mirada tras el ventanal y aquellos ojos le recuerdan a otros ojos, que la turbación y el frío intenso que le recorre el cuerpo no le permite precisar.
Hora mágica. El sol colorea las nubes con pinceladas impresionantes. No se puede decir que la noche llegará pronto, pero sí las horas ponen misterio en el lienzo del cielo y en un viento casi nocturno.
La figura se encorva, toma los mismos dobleces de las sombras nocturnas que caen en todo el altiplano. Detenido el auto y el maletero abierto, se ofrece la oportunidad esperada. Los trozos que envuelven el contenido tiñen de un color oscuro la tela desde donde son lanzados al lago con precisión matemática. Luego el auto se rinde bajo las llamas. La noche cerrada devuelve aullidos y una música extraña que se unen al ruido ensordecedor de un transporte que se aleja.
Finalmente el hombre cae vencido. Se deja rodear por los brazos tibios de ella; para el oficial su principal sospechosa, pero no es el momento de pensar en ello. Lentamente ella se desnuda. Encima de una mesita dos copas. Siente la lengua torpe, entonces se le aparece el señor Roberts Willis. Hace señas que son familiares y cada vez más urgentes para el oficial, quien no logra reaccionar. Delante de él, un espejo le devuelve una imagen confusa, tan similar a la del Señor Willis que lo trastorna aun más. Del cuello mana un hilillo de sangre, cree sentir que algo le quema, mientras una lengua lame frenética, contorsionado el cuerpo y los ojos transformados por un brillo diabólico. La escena arranca detalles inimaginables que absorbe la penumbra de la habitación.
Al siguiente día en un diario local de una página muy frecuentada: Vampiros del siglo XXI. Resaltan cómo aparece troceado el cuerpo del oficial Donal Milton, desangrado y sin vestigios de huellas que permitan el éxito de la investigación ya en curso.
El misterio se expande. Nunca antes tal cosa había sucedido. Pero, sobre todo los hombres olvidados pronto del suceso, corren al cabaret donde llenan su codicia acariciando las curvas deliciosas de la bailarina que les arrebataba la cordura. Se les sale la baba ante la flamante joven, ignorantes todos de dónde ha salido.
La vedette sonríe y se arrebuja entre las mantas, no sin antes sorber un trago de aquel líquido rojo y viscoso que ya se le hace imprescindible, mientras su mente recorre confines remotos y una música nunca antes escuchada se hace dueña de cada rincón.
Zenaida Ramos
Cuento ganador del 3er lugar del concurso Nyctelios 2022