Jhunis

—Crecí con la historia del niño que lloraba todas las noches para alimentar éste río —dije con nostalgia, pensé que soltaría la carcajada, pero no lo hizo.
—Mi abuela decía que a veces el sufrimiento de los demás sirve para la felicidad de otros. No entiendo eso, quisiera no estar en este puente ni ver el agua correr, si con eso alguien más es feliz.
Sonreímos. Parecía que había leído mi pensamiento. Esa era Jhunis, la chica del instituto escolar que siempre sabía lo que pensaba.

Esa tarde fue preciosa, contemplábamos las lunas de Urón por medio de la capa cristalina que cubría la ciudad. Mientras veíamos correr la polvareda del desierto, algo dentro de nosotros se agitaba. Fue mágico. No dijimos nada, pero mientras regresábamos a nuestros departamentos, con la boardlab en la mano, ella se dio cuenta que temblaba cada vez que me miraba a los ojos. Pienso que eso debe ser lo más cercano al amor que he conocido.

Después las cosas se complicaron, a la mañana siguiente papá fue desalojado del taller de nano bacterias donde trabajaba. Ese día entraba en vigor la ley que exigía a cada habitante de la comuna portar una cámara, además del chip que ya teníamos integrados. Papá había sido acusado de rebeldía por oponerse a usarla. Yo aún era muy joven, no comprendía muchas cosas. Él hablaba todas las tardes de “Los Contados” y “Los Que No Existían”. 
Un día que se me salió platicarle a Jhunis sobre eso, se puso nerviosa. Y con una mirada diferente, empezó a cuestionarme. Apenas si le respondía, el tema me aturdía.

Y a partir de ahí, por algún motivo que desconozco, mis padres decidieron no llevarme al instituto. Razón por la cual la Alcaldía los reprimió varias veces. No sabía qué sucedía, los quería mucho, pero todos mis pensamientos eran sobre Jhunis, seguro estaba preocupada. Me imaginaba a los dos abrazados arriba del puente viendo el agua, al niño, y a ella queriendo ayudarlo.

Cuando creía que las cosas cambiarían, una mañana me vistieron con el traje de plata que usábamos en el desierto cuando recolectábamos muestras. Un guardia de la Alcaldía nos recogió afuera del departamento y nos condujo a la salida de la ciudad. Mamá llevaba un par de maletas.

Mientras nos conducían, creí ver a Jhunis despidiéndome desde su ventana. Lloraba. Por un momento pensé ser el niño del río. Un vacío me crecía en el pecho, mientras mis padres buscaban en el mapa el campamento de “Los Que No Existían”.

Benito Rosales

(Cuento ganador del 2o lugar del 1er concurso estatal de cuento de ciencia ficción «Ana Coztic» 2022)

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