Corríamos en la oscuridad de la noche, en una carretera donde había un peligro inminente, no sólo por las comunidades hostiles o por el narco que rondaban ese paso de Chiapas, había “algo” en el lugar.

La terracería nos hacía el paso más difícil con el maravilloso Beat 4×4, no llevábamos ni música en la radio, sólo escuchábamos a la estúpida Cortana dar las indicaciones del camino de vuelta al mundo real que conocíamos y quien, en un principio, nos llevó nuevamente por ese paso de la muerte.

Los árboles que se derrumbaban tétricos se comían la luz de los faros, el sudor frío escurría de nuestras sienes, había una sensación de incomodidad, el aire pesaba en los pulmones y nuestro cerebro cansado empezaba a jugar con nosotras.

De pronto avistamos el puente de concreto que conectaba a ese mundo espectral y desconocido con el nuestro; aceleró a fondo, salimos del túnel y sentí alivio al ver el cielo estrellado; sin darnos cuenta, un carro del otro lado del puente hacia exactamente lo mismo atravesándose en nuestro camino, ella dio el volantazo tratando de controlar a “la Catarina”, no frenó, pero sí iba lento, como si el suspiro de alivio nos impulsara. Después del susto diabético ambas miramos al auto, mismo que aún estaba en marcha con las luces prendidas en la cima del puente, inerte y sin una sola persona dentro… solo le dije “pon el seguro y pícale, pícale” y aceleró de nuevo entrando en el último túnel de árboles para llegar a la ciudad.

Nunca lo hablamos, quizás por el shock del momento o lo extraño de la situación, pero muy en el fondo ambas sabíamos por las placas y características, incluyendo el logo, que ese auto era el nuestro…

Pamela Ortiz

(Cuento ganador del primer lugar del concurso La Cabra Negra y Sus Mil Relatos 2022)