Novela colectiva

Con Uk hemos llegado al final de la primera temporada y es preciso recapitular.
El presente texto fue un ejercicio nacido del taller organizado por José María Mendiola, el apreciado Chema. La idea era completar un cadáver exquisito de manos de los participantes de dicho taller. Una pista, los nombres de algunos personajes son los nombres de los talleristas. Chema escribió este primer capítulo, se sortearon los siguientes para que cada aprticipante le diera continuidad a lo ya escrito.
En esta parte se deja ver la mano del autor con su sentido del humor, una gran imaginación y la crónica de los tiempos vividos en la ciudad de las montañas en aquellos tiempos. 2013

I

Varios metros sobre el suelo, encaramado en la pared, inmóvil a la sombra del alero, era imposible que lo vieran. Pero por si las dudas, también aguantaba la respiración mientras observaba a los guardias revisar el cadáver. Como buenos soldados, estaban más preocupados por buscar monedas u objetos de valor que señales que pudieran dar con el asesino. No sabían que Egroj se les había adelantado y que por ello se mantenía oculto.
            Finalmente, se convencieron de que el fiambre no tenía nada más valioso que la ropa puesta y procedieron a desnudarlo, luego de lo cual se retiraron, quejándose de los ladrones y los homicidas de poca ética. Egroj hizo cuentas: ya eran 23 los muertos en circunstancias poco comunes, lo que significaba que había un sólo asesino suelto. Seguramente alguien de la especie de los bres, cuya fama de violenta sólo era equiparable a la de los preteros. De cualquier modo, lo que más lamentaba era no saber de antemano dónde iba a aparecer el siguiente cadáver: sería una manera más o menos honesta de asegurarse un ingreso cómodo. Brincó y aterrizó en la calle, miró a todas direcciones y, satisfecho, echó a andar rumbo a su cubil. Pese al aire espeso de esa mañana, se sentía ligero.
            Era una hora temprana, pero los templos ya estaban abiertos. A  Egroj le parecía que era el momento exacto de cambio de turnos: ladrones, asesinos, prostitutas, vividores y beodos se iban a dormir, la conciencia tranquila; mientras, los sacerdotes, las beatas, los comerciantes y los burócratas salían a la calle, a joder al prójimo.
            Robó una manzana en el mercado, susurró blasfemias en el oído de un ciego, empujó a una anciana al paso de un carruaje tirado por shavannas y orinó —mientras eructaba estentóreamente— la estatua del caudillo fundador de la ciudad. Siguió el cauce del río, que sólo llevaba agua un solo día al año: en la época de lluvias y cuando esto pasaba desaparecían las casas, los comercios y los habitantes que insistían en construir en la cañada. Una especie de deporte: quién sobrevive al caudal y quién no. Hasta ahora nadie había salido con vida, pero la esperanza nunca muere.
            Las pisadas uniformes a sus espaldas le indicaron que alguien lo seguía. En la siguiente esquina se desvió, pero unos guardias que ahí aguardaban comenzaron a caminar hacia él. Volvió a su camino y notó que las pisadas ya se habían multiplicado. Afuera de su guarida había más soldados, por lo que hizo ademán de haber recordado algo de último minuto y tomar el camino hacia cualquier parte, lejos de ahí, pero un uniforme le impidió avanzar.
            —¿Egroj Verderojo?
            —¿Quién pregunta? —la voz que salió de su garganta fue un graznido chillón, a su pesar.
            —Necesitamos de sus servicios —se le respondió.
            De pronto la mañana había refrescado, como si un viento helado hubiese atraído a su seno a la ciudad.
            —Soy un soldado licenciado. Tengo una vida honesta que… —la carcajada del que parecía comandante lo interrumpió.
            —Primero: se es soldado hasta la muerte; es parte del contrato. Segundo: conocemos tu vida “honesta”. Tercero: no puedes negar la ayuda a tus camaradas del ejército. Cuarto —el otro carraspeó, con un poco de molestia—: eres el único secto que puede llevar a cabo esta tarea.
            —Mejor digamos que soy el único secto de la ciudad, y punto.
            —Como sea. El Regente quiere verte.
            —¿Él o ella?
            —Él.
            —¡Dioses!

            En la ciudad había dos gobernantes, que se turnaban según sus propios acuerdos. Ella era una droula implacable, bigotona y hambrienta de poder y ganancias. Él era un ánudo, considerado por muchos como un retrasado mental bien intencionado; en realidad, era un retrasado mental ambicioso y maligno. Egroj fue custodiado hasta el Palacio. Lo cual es un decir: a rastras, golpeado cuando se podía y empujado para que caminara, al tiempo que él profería gritos, maldiciones y advertencias de las pocas posibilidades de fertilidad de sus captores si seguían tratándolo de esa manera.
            El ánudo se encontraba en la Sala de Visitas, entretenido con las peleas de la servidumbre por un trozo de comida. Su nombre real era Eróstrato, pero él lo pronunciaba Edóstato El Madavillozo, y así obligaba a sus súbditos a que lo llamaran.
            Egroj fue arrojado a los pies del Regente y éste sólo hizo una mueca.
            —Qué cosa tan fea. ¿Es deal?
            —Sí es real, su Señorí… su Señodía.
            —Ash, bueno. Necesitamos de sus sedvicios.
            —¿Quiénes necesitan de mis servicios?
            —Nosotos.
            —Utedes. Bien. ¿Qué necesitan de mí?
            —Sus sedvicios.
            —Sí, pero… —calló. Lo pensó mejor— ¿Qué quieren que haga?
            —Acaba con todo.
            —¿Con todo, con toro, con qué? —preguntó al aire. Los guardias presentes se encogieron de hombros.
            —Con los asesinatos.
            —Ah.
            —Ya van cinco y son muchos.
            —Bueno, en realidad van más de veinte.
            —Cinco —el Regente golpeó el suelo con el pie— y eso es decid mucho. Acaba con ello, aunque tengas que matad todos.
            —¿Matar toros?
            —Todos.
            —Toros —Egroj miró a los guardias pero éstos estaban muy ocupados observando una mancha en la pared.
            Una puerta se abrió y entró una réplica exacta del Regente. Gordinflón, amanerado, más que caminar anadeaba sonriente.
            —¡Te pesento a mi clon! —exclamó Edóstato El Madavillozo.
            Ambos comenzaron a pellizcarse sus partes nobles entre risitas y se desentendieron del secto.
            El Comandante lo tomó del brazo y lo encaminó a la salida.
            —¿Al menos tendré algún tipo de honorarios? —preguntó Egroj.
            Las carcajadas todavía se escuchaban mientras se alejaba de la puerta del Palacio.

***

Gracias a su iniciativa, visión y experiencia, Chema nos inculcaba el consejo que muchos seguimos atesorando, cito «Déjense de mamadas y pónganse a escribir».
Nos
sugería superar nuestros egos, ínfulas, abulias, envidias y demás aspectos de la naturaleza humana que nos pudieran distraer del cultivo del oficio que nos tiene aquí: el oficio literario.
Gracias a su lectura, interpretación atenta y crítica firme pero certera al material que llevábamos cada sesión, pudimos aprender y aprehender de su experiencia como escritor. Su idea era generar una revista literaria pero… la vida no se deja de mamadas e hizo que el maestro se nos adelantara en el camino.

             Sabía que debía encontrar un lugar donde fluyera la información. Al menos, donde hubiera hipótesis, chismes y alguna que otra verdad disfrazada de rumor. La taberna estaba a reventar, pese a la hora del día. Las diversas especies se esforzaban en perder la conciencia, ayudados por el licor infame que se servía ahí. Tuvo que soportar más de dos horas sin que nada útil le indicara el camino a seguir, aunque sí se enteró de que:

  1. Una guerra había comenzado en las antípodas del planeta;
  2. Los antiguos dioses habían despertado y andaban haciendo travesuras en alguna parte;
  3. Pese al tabú, había habido mezcla entre especies y varios híbridos se paseaban como cualquier hijo de vecina;
  4. El Regente tenía preferencias raras…

Estuvo a punto de retirarse del lugar cuando lo detuvo en seco la palabra “crímenes”, susurrada por un arvo cuyo plumaje parecía recién barnizado. El emplumado estaba sentado a la mesa con otros individuos de variada especie, todos con cara de indigestión. Egroj se aproximó al grupo disimuladamente, los ojos fijos en su bebida. Esperaba que no advirtieran el temblor de sus vestigios de alas, lo que sucedía cada vez que se excitaba.El arvo parecía el más ebrio de la mesa, aunque había cierta lógica en sus palabras: —Para mí es claro que se trata de un asesino serial –decía–. Vean si no (eructo): siempre mata ánudos; lo hace cercenándoles la garganta, y no los roba.
            —¿Cómo? ¡Si siempre aparecen desvalijados! —protestó uno del grupo.
            —Claro (eructo), luego de haber sido revisado profesionalmente por nuestros celosos guardianes.
            Los murmullos en la mesa indicaron que todos estaban de acuerdo.
            —¿Pero quién crees que sea este asesino serial?
            El arvo se encogió de hombros y, luego de dar un último eructo, cayó dormido.
            Hasta ahí la información útil. Egroj salió de la taberna y se dirigió a su cuchitril. Al dar vuelta en una esquina llegó la noche, un dolor agudo en la cabeza y luego la nada.

***

           Con la semilla sembrada y algunas intentonas nació la idea de dar a luz a Uk en enero de 2016, este semanario que cada viernes se da a la tarea de compartir el talento de nuestros colaboradores con textos que van desde la narrativa, la dramaturgia y la poesía, pasando por ensayos, artículos, reseñas, entrevistas y hasta certámenes de creación literaria. Siempre en los géneros que se dejan entrever en este ejercicio: La fantasía, la ciencia ficción, el horror/terror y la poesía. Uk está a una semana de cumplir seis años que suena fácil pero si multiplicas te darás cuenta que fueron más de un millar y medio de entradas.

Cuando despertó, el cráneo a punto de dar a luz, seguía sin ver nada. Percibió a otros alrededor suyo. La oscuridad desapareció de un manotazo: alguien, vagamente conocido, sostenía una capucha en la mano.
            —Hola, hola —el arvo sonreía, sobrio, rodeado de sus compinches de mesa. Estaban en alguna bodega cuyos olores narraban historias de horror. Olores que ni las alimañas soportaban. Egroj vio claramente cómo varias se marchaban con maletas y pequeños carretones de mudanza—. Te vi muy interesado en nuestra platiquita de la Taberna. ¿Tienes información para nosotros?
            —No —respondió Egroj—. Y nada de lo que dijeron vale lo que un…
            —Cuidado con lo que dices —lo interrumpió uno del grupo.
            El secto suspiró. Las ataduras de manos y pies le impedían hacer cualquier otro movimiento, y la silla en la que estaba sentado parecía clavada al suelo.
            —¿Qué sabes?
            —No todos los muertitos son ánudos. Sólo a uno de ellos le cercenaron la garganta, y no siempre son los guardias los que desvalijan a los friambres.
            —¿Cómo sabes esto último? —la expresión de Egroj lo dijo todo— Ah.
            —Lo que no sé… es quiénes son ustedes.
            —Somos las Fuerzas Especiales del Regente —todos a la vez tomaron aire y se mostraron como los héroes dispuestos a salvar la ciudad.
            —Un momento… —Egroj no podía dejar pasar la oportunidad. Esperó a que expulsaran el aire y se relajaran— ¿Ustedes quiénes son?
—Somos las Fuerzas Especiales del Regente —nuevamente, y para regocijo del secto, tomaron aire y se mostraron como los héroes dispuestos a salvar la ciudad.
El arvo notó la intención del otro e hizo un gesto que borró el cuadro heróico de su grupo.
—¿Quién eres tú? —preguntó.
—Mi nombre es Egroj. Pertenecí a la milicia hasta que me licencié. Problemas con la espalda, tú sabes. Y las articulaciones. Y tal vez porque el capitán me descubrió con su esposa. Cosas de salud. Luego, esta mañana (¿o ayer?) me llevaron con el Regente y me pidió (es un decir) que investigara los asesinatos.
—No puede ser.
—Oh, sí que puede ser. La esposa del capitán se caía de buena.
—Ya sabía yo que el Regente no es de fiar.
—¿Cómo puedes decir eso de los políticos?
El arvo quedó pensativo unos minutos. Su grupo se movía inquieto. Al fin, pidió que desataran al secto.
—Me llamo Esoj. Ellos son Lom, Leumas, Maharba y la sombra que se halla allá al fondo… —Egroj pudo distinguir apenas una figura recargada en una pared lejana— es Arlep, una hembra bosonia, y ya sabes lo que dicen de ellas: hasta cuando no hacen nada son mortales.
El secto estuvo a punto de soltar la carcajada creyendo que era una broma, pero vio que nadie sonreía.
—Parece que vamos a tener que trabajar en equipo —suspiró Esoj.
—Nunca he hecho esto, y no lo tomes a mal, pero lo mío no es trabajar con otros. Sé cuidarme solito.
—Se nota —la sombra se movió. Egroj vio que la bosonia tenía rasgos sectos. Un escalofrío por poco logró que emergieran sus antenas. Hubiera sido humillante.
—Si nosotros estamos en este caso por invitación del Regente… ¿no habrá alguien más?
—Lo dudo.
—¡Nadie se mueva! —una voz gutural siguió al estruendo de algo que se quebraba.
Un lumpe abarcaba lo que quedaba de la puerta y más allá.
—¿Y tú quién eres? —Esoj parecía realmente enfadado.
—Investigo los horripilantes asesinatos y ustedes son mis principales sospechosos —le respondió el recién llegado.
—Apuesto que contratado por el Regente…
—¿Y qué si es así?
—Bienvenido al club. ¿Tu nombre?
El lumpe titubeó un poco, pero respondió: Soy Zivalag, miembro del cuerpo de élite de intrépidos investigadores.
Todos se miraron y un suspiro colectivo llenó esa bodega.
—Bueno —aventuró Egroj—, podemos dividirnos los casos. Van veintitrés asesinatos…
—Veinticuatro —lo interrumpió Zivalag, y arrojó al centro de la estancia un cadáver—. Este es el más reciente y sangriento caso.
—Bueno, eso nos facilita las cosas —el secto se sentía cada vez más confundido—. Ocho cada uno.
—Falta una sola e imprescindible cosa —dijo el lumpe, y salió.
Todos se vieron entre sí, confundidos. Egroj notó que una de las alimañas que se mudaba iba siendo regañada a chillidos por su pareja. Luego entró una especie de cama a la bodega, empujada por Zivalag. Era un aparato con tubos por doquier, compartimientos, perillas, indicadores…
—¿Y eso…? —comenzó Osej.
—Es un portentoso y sugestivo aparato clonador —respondió el otro.
—Los dioses sean misericordiosos.

JMMH
José María Mendiola Hernández

Y sí, esperamos que los dioses sean misericordiosos en esta pausa que el equipo editorial de Uk (Laura Elena Sosa Cáceres, Abraham Martínez Azuara y el del teclado: Samuel Carvajal Rangel) ha decidido tomar, esperando y deseando que sea temporal y revitalizadora.

Nos queda por agradecer encarecidamente a esas dos partes del equipo que conformaron este proyecto: por un lado los creadores, sin ellos no habría qué leer; y por el otro los lectores, que sin ellos esto sería sólo un clamor, probablemente mudo, en el desierto. Dos millares de gracias.


Y así como esta primera entrega de la novela colectiva, iniciada por Chema, queda en suspenso
, deseamos que pronto les podamos traer la continuación de este proyecto en compañía del siempre bien ponderado Uk y el resto del equipo.

Feliz 2022.

Samuel Carvajal

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