¿Cuántas veces más iba a hacer uso de ese recuerdo? Porque nunca sabemos, mientras pasan cosas importantes y otras no tanto, que años después podríamos evocar ese preciso momento, ya fuera insípido o rotundo. En loop. Para siempre.
En el fragmento, te veía a ti donde estuvimos tantas veces rodeados de amigos en común. Habíamos decidido coincidir los últimos dos o tres meses, pues cometí el acierto de buscarte por casualidad.
Debían ser las dos de la mañana. Estuvimos, por alguna razón, caminando por el mismo pasillo, que casi nunca estaba solo.
Como tú no ibas a hacerlo, te puse un brazo alrededor. Te sonreí. Respondiste con mesura. Entendí que necesitabas que te soltara y por única vez en la vida no lo tomé personal.
Horas más tarde me fui, casi sin despedirme, y sentí un extraño remordimiento de volver a verte en la memoria: solo y frente a la barra. No seguí el procedimiento que ya conocíamos. El que debí.
Afortunadamente, pude encontrarte otra vez pasadas las semanas. Con más gusto todavía. Recuerdo tu abrazo, ahora sí, de frente, voluntario. Recuerdo tu perfume, porque es casi imposible separar asociaciones. Recuerdo el frío, la lluvia, tu distancia, tu humildad, tu comprensión para con mis prisas.
Y te recuerdo ahí mismo en otro tiempo diciéndome: «me gustas así». E incluso antes, quejándote de que te obligara a escuchar mis secretos: «siempre me platican lo que yo no puedo platicar» y «él es mi hermano, pero ni a mi hermano le cuento todo».
Fue muy poco tiempo. Siempre fue muy poco tiempo. De seguir presente me hubieras dicho algo útil, como me hace falta. Y ya que no es así, estoy atrapada en la repetición de aquellas noches, después de las cuáles no volví a verte a los ojos.
Gabriela Dimas Yázbeck