Área protegida

El aire frío de la montaña hacía que el cofre de la vieja camioneta Ranger exhalara vaho del mismo modo que el comisario ejidal y el agente Mendieta lo hacían. Era principios de febrero y el invierno estaba en su etapa más agresiva, como lo demostraban los matorrales quemados que bordeaban la brecha bajo las frondosas coníferas. Mendieta resopló y con un gesto de la cabeza indicó al comisario que lo acompañara.

La noche anterior el sismológico nacional había registrado un temblor y, ya que el epicentro estaba ubicado cerca de uno de los santuarios de la mariposa monarca, los innumerables dioses de la burocracia los habían elegido a ellos para ofrendar un detallado reporte de los daños. Mendieta había esperado encontrar árboles caídos, cerros desgajados e incluso alguna grieta en el terreno, y por su madre que eso es lo que había encontrado y eso es lo que iba a escribir en el reporte… porque si entraba en detalles, lo iban a cesar por borracho si lo leían por encimita, y por mariguano si prestaban atención a lo que sus notas proponían.

A unos metros delante de la camioneta el terreno aparentemente se había hundido, pero no era una cuarteadura gigante en el suelo sino una especie de canal semicircular que interrumpía la brecha horadándola a metro y medio de profundidad, y ensanchándose aproximadamente tres metros. En ambos lados los árboles habían sido derribados y aquel canal se internaba en la espesura, por la derecha bajando del cerro de Ocuiltepec y por la izquierda descendiendo por la cañada. El comisario se santiguó antes de saltar al interior del canal, manteniéndose cerca de Mendieta. Un examen más cercano del suelo reveló una sustancia pegajosa, translúcida, similar a la baba de la sábila pero con un olor que no pudieron identificar, y demostró ser muy difícil de desprender de los dedos, dejando una consistencia untuosa en las manos.

El comisario mencionó a los talamontes, esos que le daban moche al alcalde para poder meter sus máquinas y robarse la madera. Pero Mendieta sabía que ese no era el rastro de ninguna máquina y que esa cosa pegajosa no era lubricante base silicón. Los gruesos pinos que bordeaban la oquedad estaban tronchados a tres o cuatro metros de altura, como ramitas que sucumbieran a su propio peso, y desde el suelo era posible apreciar los colgajos de aquella sustancia… aquella baba que moqueaba del sitio donde los troncos habían sido arrancados.

Mendieta caminó sobre el lodo del canal y se encontró con que el tronco derribado carecía de follaje pero estaba profusamente embadurnado de aquella sustancia. Cuando volvieron a la camioneta y Mendieta escribió aquel reporte, incluyó una recomendación para el alcalde y sus amigos que estaban abriéndose paso en donde el bosque era tan viejo, que nadie en siglos lo había molestado: “Que tengan cuidado con las mariposas pero en particular, con las orugas”

Abraham Martínez Azuara

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