La bella Dolly

A los quince años tenía un gran parecido con una finada diva del cine nacional y esto la convirtió en una modelo cotizada por fabricantes de marcas exclusivas de ropa. Tres años después aceptó la invitación de protagonizar un culebrón de la televisora más importante del país: así descolló como una de las mujeres más hermosas del país. Sin embargo, a sus escasos veintisiete años de edad, Marel Félen anunció su retiro, rechazó excelentes ofertas de trabajo en televisión, cine y se negó a conceder entrevistas.

Los admiradores de Marel se preguntaban qué misterio había detrás de la repentina desaparición de la diva. Ante la falta de información surgió un alud de versiones: que falleció, que tenía una enfermedad incurable, que se había visto obligada a abandonar el país… “Muerto el rey, viva el rey”, es lo que procede en estos casos, así que la televisora lanzó a su nueva luminaria: Katya Malva, quien comenzó a brillar cada vez más nublando en la mente del público a su antecesora. Luego de cinco años muy pocos recordaban a Marel Félen, entre ellos el reportero Hilario Cristal, quien la conocía por las entrevistas que le hizo a esta estrella. Con cuánto embeleso miraba él la resplandeciente perfección de esa mujer.

Los amigos de Hilario habían notado el abatimiento del periodista desde la desaparición de Marel. Caminaba inquieto, titubeante, como un hombre en conflicto con una idea o un recuerdo. Cada día, a diferentes horas, iba a la que fuera la residencia de la actriz. El inmueble lucía oscuro, abandonado. Pese a esto no perdía la esperanza de encontrar una pista que lo condujera a su localización. Sabía que ella no había salido del país: aprovechó sus influencias como reportero para que en el aeropuerto le informaran si la diva abordaba algún avión.

Una vez que fue a la vivienda de la exdiva a las dos de la mañana, vislumbró una silueta femenina que se asomó por la ventana. Escondiéndose entre los arbustos, él se acercó al balcón y se mantuvo inmóvil, casi sin respirar. Cuando el alba enrojecía ya la ciudad, escuchó una queda voz que lo enardeció e, incapaz de controlarse, se hizo visible ante la mujer. Asustada, ella se metió y cerró ipso facto la ventana, pero se mantuvo agazapada detrás de ésta. 

—¿Eres tú, Marel? ¡Dime que eres tú, no me tortures más con tu ausencia. Soy Hilario, tu eterno admirador, me estoy muriendo con la incertidumbre! —la silueta se tornó muda—. ¡Por favor, permíteme verte. No te he olvidado!

La mujer, quien vestía una túnica negra, le hizo a Hilario la señal de que se aproximara y él obedeció.  Con voz apenas audible le dijo que le abriría la puerta principal y le indicó que entrara cinco minutos después de que ella la hubiera franqueado: lo esperaba en la sala donde tantas veces la había entrevistado. ¡Sí, era ella, la había reconocido por su peculiar voz! Sintió el corazón retumbando con el estallido de su alegría: ¡Por fin volvería a ver a Marel!

Mientras ingresaba al inmueble sintió que palpaba de nuevo el esplendor, la belleza y el poder de la fémina que lo esperaba en la estancia. Al llegar, merced a la suave luz producida por la claridad del amanecer divisó una mujer que tenía la piel pegada a los huesos. La boca, antaño bermeja, ahora parecía un descolorido olán mal pegado en el rostro de un cráneo. A pesar de los signos de destrucción imperaba en aquel cuerpo una actitud altiva.

—¿Qué te pasó? —exclamó sorprendido mientras se sentaba en el sofá y estrechaba las enjutas manos.
—Mi mamá… se obsesionó con la idea de tener una hija hermosa… una mujer con las características físicas de la gran diva Mireya Montalvo. Fui un clon de ella, un embrión en un tubo de ensayo… Después me implantaron en el útero de mi madre para que me desarrollara. La mujer, que a sus 32 años lucía como anciana, hablaba con dificultad.
—Esa era la razón de tu gran parecido con la finada Mireya Montalvo… —dijo atónito el reportero.
—Sí, pero ahora soy más semejante a Dolly, la famosa oveja clonada —trató de ser irónica al tiempo que las lágrimas resbalaban incontenibles por sus mejillas—. Por favor… sé discreto… me encantaría que la gente me recordara como… una persona… normal…
—Por supuesto, Marel, así será: te juro que guardaré el secreto. Me encargaré de que todos te recordemos como la hermosa mujer que fuiste.

Un mes más tarde la madre de Marel recibió en secreto las cenizas de una hija que murió prematuramente por un envejecimiento anormal.

Martha Cupa León

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