El murmullo de las mesas continuas llegaba hasta el asiento del señor Martínez. Sentada junto a él se encontraba Linda, su hija de diecinueve años, inmersa en el mundo digital de las redes sociales. Faltaban diez minutos para llegar a la hora pactada de la reunión. “El Flamenco” era uno de los restaurantes con mayor exclusividad de la Ciudad de México, se ubicaba en el piso 209 de la nueva Torre Latinoamericana, servían comida internacional y contaba con una amplia gama de los mejores vinos del mundo.
El señor Martínez miró su reloj, ahora faltaban cinco minutos para la reunión, si no acudían a tiempo se iría del restaurante. La impuntualidad era algo que aborrecía, todos en el mundo de los negocios sabían que si querías llevar un trato por el buen camino con él, lo principal era llegar temprano al encuentro. El señor Martínez pertenecía a la élite de México, su influencia y poder tenía forma de telaraña por todo el Mundo.
Faltando un minuto para llegar a la cima del plazo… los invitados hicieron acto de presencia. El señor Martínez y Linda se levantaron de la mesa y saludaron de mano al señor Sáenz y a su hijo Román.
—¡Francisco! —dijo el señor Sáenz en modo amigable dirigiéndose al señor Martínez.
—¡Rodolfo! —replicó con una sonrisa en el rostro del aludido.
—Por poco y no llegábamos, ya me imagino el coraje que te hubiera dado.
—Bueno, que bien que me conoces —dijo el señor Martínez para después soltar una carcajada.
—Me enteré que tuviste una plática con Don Justino y su hijo —dijo arqueando las cejas el señor Sáenz.
—Francisco, tú eres como un cuchillo quirúrgico: directo y conciso —todos rieron en la mesa y luego el señor Martínez preguntó— ¿Y tú cómo sabes eso?
—Para que veas, aquí todo se sabe.
Los señores entablaron una plática de amigos que tienen mucho tiempo sin verse, por el otro lado sus hijos estaban embobados las redes sociales, algunas veces intercambiaron miradas penosas y sonrisas dubitativas, pero jamás entablaron conversación alguna. Ambos tenían la versión más reciente del teléfono inteligente con mayores avances tecnológicos del mundo. Eran fabricados de una placa de silicio transparente, contaba con las herramientas necesarias para crear hologramas, lo que en el pasado era una utopía que sólo sucedía en las películas, en el presente era una realidad. Con lo que costaba ese aparato se podían mantener durante un año a familias enteras de los suburbios. Ordenaron de comer lo más exótico que tenía el restaurant por ofrecer, carnes de la tierra y del mar. Después pasaron a degustar el postre, pidieron el pastel imposible o como se le conoce de manera coloquial: “chocoflan”.
—Creo que es momento de hablar sobre el motivo por el cual nos reunimos el día de hoy —dijo el señor Martínez limpiándose con el mantel restos de comida que tenía en la boca—, tú sabes lo que yo tengo por ofrecer. Rodolfo… ¿qué nos ofreces a nosotros?
El señor Sáenz puso la mano derecha sobre el hombro izquierdo de su hijo y dijo —El gen APOE e4 fue removido del ADN de Román, lo que es igual a inmunidad al Alzheimer.
El señor Sáenz vio el brillo de la desilusión en los ojos del señor Martínez y de inmediato intento persuadirlo —Mira, sé que no es tan contundente como lo de tu hija, pero los avances en la memoria son muy prometedores, se estima que en los próximos treinta años se puedan almacenar recuerdos en la nube.
El señor Martínez suspiró, hizo una mueca de incertidumbre y después habló —Tengo que pensarlo, tengo que ver qué es lo mejor para el futuro de mi familia, lo que sea mejor para mi hermosa hija Linda. Dame unos días y te llamaré.
—Claro, Francisco, lo entiendo perfectamente…lo entiendo —dijo el señor Sáenz con un tono amargo en la voz.
Terminaron de comer el postre, charlaron un rato más y después se despidieron. El señor Martínez y Linda abordaron el vehículo autónomo que los llevaría de regreso a su hogar. Mientras miraba por la ventana al ángel de la independencia resplandecer en luces de neón, el señor Martínez llegó a la conclusión de que la mejor decisión que podía tomar seria emparejar a su hija, con el hijo de Don Justino. El bebé que naciera fruto de esa unión sería una súper persona, jamás desarrollaría en su vida cáncer por el ADN de su madre, y podría llegar a vivir ciento ochenta años por el ADN de su padre.
Luis Angel Núñez Guerra