Entró al cuarto enjaulado, lo abrazó y acercó su cara a la melena espesa, cuando sintió que los colmillos desgarraban el músculo cercano a la clavícula y el esternocleidomastoideo. La voz en su cabeza resonaba con la siguiente línea: “Si puedes verte a través de esta oscuridad, escucho tu latido y respiración. Sé que no esperas que se presenten, pero desde que fuiste marcado con la estrella, te late bajo la piel.”
—Yo soy como ustedes, llévenme—les suplicó.
Quien lo mordiera dejó de hacerlo, se sacudió y abrió sus ojos ambarinos para tratar de entender lo que le decía el humano, ambos hablaron el mismo idioma.
—¿Quién te dijo que pertenecías aquí?
—Dios, él me habló.
—Pero nosotros buscamos la sangre, no sentimos a Ulthar latiendo dentro de ti.
Estiró las mandíbulas, saboreando con su lengua los restos de carne que habían quedado, en sus vellos blancos, cercanos a sus labios negros sintió como algunas gotas de sangre se resbalaban y caían al piso, miró a la pareja.
—Pierdes tu tiempo, no los matamos así— dijo la fémina.
—¡Mátame! ¡Eres hembra! ¡Matas! ¡Es tu función!
Quien lo hubiera mordido antes ahora se levantaba en cuatro patas mientras el humano se desangraba.
—Para nosotros sigue la muerte —dijo el sabio.
—Yo me quedaré aquí —terció la hembra.
—No tardaran en llegar y matar a uno de nosotros.
—Pero no a este estúpido.
El hombre desmayó del dolor, respirando manso —Han abierto las rejas.
“Escucho el chasquido, pronto llegará el guijarro a estallarme el cerebro. Me arrepiento de los males del humano”
—¡Quedas libr…! —el sabio es interrumpido.
Sintió el estallido en su cráneo duro, otro en su cuello, bajo su melena. Ya no sintió más.
La hembra se levantó de su lugar, se sabía absuelta, vio el cadáver de su compañero en la celda, al joven desmayado y desangrándose, escuchó cómo abrían las rejas, ella se alejó, no todos los humanos eran aptos para la hibridación espiritual ni para el mensaje del profeta.
Ambos eran el cachorro expulsado que salvaba a otro de su expulsión.
Laura Elena Caceres