M’ghin se encontraba mirando el techo de su celda. La condena estaba por dictarse, su destino estaba sellado. La milicia de Echtan (el planeta que los terrestres conocemos como Marte) era implacable y por ende no era nada empática con el fracaso. La dolorosa derrota, causada por la aparente falta de juicio de M’ghin y su mano derecha, Trikfa, en la batalla de Freya, los había sometido a investigación, encierro y, finalmente, a juicio. La milicia de Echtan impedía que los acusados se defendieran ante un jurado o un juez. En vez de eso simplemente se presentaba evidencia a un comité y este decidiría su destino.
La puerta de su celda se abrió y mostró a dos guardias inmaculadamente uniformados con su armadura ligera gris con el escudo de Echtan en el pecho. Una minimalista pero hermosa representación del sistema solar. M’ghin se puso de pie y los acompañó a lo que supuso seria la audiencia que dictaría su sentencia.
El pasillo parecía no tener fin. Jamás supuso que se encontraría en esa situación, todos los años de entrenamiento lo habían preparado para pelear hasta el final, como es bien sabido de los Echtanitas, pero sus muchas batallas ganadas jamás lo hubieran preparado para el remordimiento que sintió al ver a sus tropas morir en Freya. Nunca vio una masacre igual, una lucha tan dispareja, la crueldad de los Freyanos era imposible de comprender para la mentalidad práctica y eficiente de la milicia de Echtan, así que decidió ordenar la retirada. Trikfa, pese a sus muchas protestas, eligió compartir la culpa por lealtad. Esperaba que la evidencia fuera suficiente para al menos liberar a Trikfa, ya que incluso protestó cuando M’ghin dio la orden. Se preguntaba si Trikfa tendría una audiencia separada.
Los guardias se detuvieron en una sala de juntas en el complejo militar de Ghith, uno de los pocos que M’ghin no conocía, por lo que se sintió incrédulo cuando las puertas se abrieron y en la sala de juntas se encontraba el Gran Rikthom, el jefe supremo (o como lo llamaban los Echtanitas: T’roh) que supervisaba la invasión a Freya. Los guardias lo escoltaron hasta la mesa.—Nunca pensé verte en azul.
—T’roh… ¿qué hace usted aquí?
—Salvándote el pellejo, por supuesto.
—No lo entiendo…
—Empezare por decir esto… la milicia de Echtan nunca se rinde y lo que hiciste no tiene nombre. Cuando peleamos lo hacemos hasta el final.
M’ghin lo miró con vergüenza y el T’roh cambió su severo semblante a uno de preocupación.
—Pero, M’ghin, después de analizar la evidencia el comité llegó a la conclusión de que no somos rivales para los Freyanos. Después de la invasión destruyeron Yigh y Nogte junto con sus respectivas lunas. Todo indica que los Freyanos no tienen interés en expandirse. Después de su contraataque no han dado señales de tomar otro tipo de represalia.
—Echtan no es un planeta sencillo de colonizar, T’roh. Pocas razas pudieran habitarlo. Y no ayuda el hecho de que la superficie no está habitada.
—Sin duda pero debemos planear qué hacer si alguna vez volvemos a encontrarnos con los Freyanos, o con alguna raza superior a ellos en las artes del conflicto.
M’ghian se aterrorizó al pensar que habría alguna raza más peligrosa que los Freyanos, y entonces fue cuando su rostro dibujó una mueca de horror.
—Veo que vas comprendiendo, M’ghian. El comité dictaminó que, si bien cometiste una infracción que se castiga con la vida, tu decisión no fue incorrecta. Trajiste de vuelta a una décima parte de tus tropas, guerreros que ya conocen una guerra con un enemigo que no se puede derrotar. Ahora sólo necesitamos aprender los modos de una guerra poco práctica, y más sanguinaria o desmoralizante.
—¿Vas a enviarme a Mhir?
—Así lo haremos.
—T’roh… Rikthom, ahí es a donde mandamos a los infractores menores.
—¿Y sabes por qué lo hacemos? Los Mhiritas son crueles y despiadados, incluso entre ellos mismos. No hay duda alguna de que pudieran dominar el arte del conflicto si tuvieran una tecnología más avanzada.
—Pero, por supuesto… ¡seria como darle un arma a un Fhiht de Yigh!”.
—Claro. Pero podemos mostrarles el camino. Un intercambio cultural, por así llamarle.
—La asociación de planetas…
—¡Echtan ES la asociación de planetas! Todas esas razas están bajo nuestro yugo y harán lo que nosotros les indiquemos.
—Lo lamento, T’roh… Agradezco su intervención. ¿Cuál es mi misión?.
—Tu misión es conquistar una región de Mhir. Aún mantienen la costumbre de separar el territorio por fronteras, eso facilitará el control de la zona. El resto de las regiones entrará en pánico y seguramente el resto del planeta colapsará en poco tiempo. Cuando tengas el control de la región, el alto mando contactará a los líderes del planeta y se les ofrecerá un tratado similar al de Jinnu. Los detalles de la misión están cargados en este dispositivo.
—¿Los trataremos como aliados?
—Aliados a la fuerza, pero sí. No sabemos de qué son capaces esos salvajes. Ahora te reunirás con Trikfa y empezaran a planear el contacto inicial.
Cinco años habían pasado desde que la milicia de Echtan conquistó América Latina. Hubo muy poca resistencia pero el plan del T’roh había funcionado a la perfección. Si bien la organización gubernamental era sumamente deficiente (aunque realmente podía decirse lo mismo del resto de Mhir), la resistencia mas impresionante fue representada por los civiles. Organizaban células de ataque que al poco tiempo se desintegraban y se volvían a organizar con la misma facilidad. Una fascinante estrategia cuando se ve uno superado en tecnología. Pero poco después del contacto con el alto mando la situación se aplacó. Los Mhiritas abrazaron rápidamente la idea de una alianza con el planeta vecino y al recibir los beneficios de dicha alianza, su valor como aliados empezó a notarse. La redistribución de la gente, la correcta administración de recursos (de los cuales Mhir estaba repleto), lograron hacer que el planeta rápidamente enderezara su curso. Los Echtan dhrijis, o “barrios marcianos”, empezaron a hacerse presentes. Echtanitas que se mudaban a Mhir por cuestiones laborales, diplomáticas o de logística. No como en otros planetas, sino como “iguales” a los Mhiritas. La similitud estética entre ambas razas facilitaba las cosas, y aunque la reproducción entre ambas razas resultaba imposible, las relaciones interraciales no se hicieron esperar. Fue una gran sorpresa para los Echtanitas experimentar la afección de los Mhiritas, la cual dejó perplejos a los expertos en el tema. Una raza tan salvaje podía resultar igualmente afectuosa.
Poco sabían los Mhiritas, Echtan planeaba simplemente criar guerreros y armarlos para ir a conquistar Freya, pero los planes fueron cambiando poco a poco, cuando los Mhiritas demostraban cada día su valor y su gran aporte a la cultura Echtanita. En vez de controlarles se les permitió mantener su autonomía (revisada de cerca por un comité que verificaba que las accione de Mhir no chocaran con los intereses de Echtan). La tecnología de Echtan, y el salvaje arte del conflicto de los Mhiritas (junto con su resiliencia y fuerza natural) logró mantener las amenazas a Marte al mínimo. No faltaría mucho para que los Freyanos cayeran. Pero ese ya no era su problema.
M’ghin había ganado tanto para la milicia de Echtan que se le recompensó con un retiro temprano en Mhir. Solamente se le llamaba para consultar en temas de invasión o defensa, y Trikfa heredó su puesto como Fhlit de la milicia de Echtan (o comandante, como dirían los “terrícolas”). Es gracioso como empezaba a adoptar el nombre de “Tierra” y “Marte”. A veces lo usaba sin darse cuenta.
El suave sonido del timbre de su casa inundó la sala. M’ghian bebía tranquilamente su whisky (no había nada mejor que el whisky, en su propia opinión) y se levantó del sofá. Había invitado a sus vecinos del Echtan dhriji donde habitaba, pues era domingo, y así lo dictan las costumbres Mhiritas. El hermoso clima de Buenos Aires no podía ser mas adecuado. No tenia deseos de volver a Echtan jamás.
Quizá se conseguiría una pareja Mhirita. Parecía ser el siguiente paso en abrazar la cultura de Mhir. Pero ya lo diría el tiempo.
M’ghin, el conquistador, fue conquistado, por el ultimo planeta que conquistó.
Javo Monzón