— ¡Hermano! —grité mientras seguía buscándolo, esto se había salido completamente de control y tenía que rescatarlo antes de que pasará algo más grave.
Al subir al noveno piso del hospital me topé con la misma escena de pisos anteriores y de nueva cuenta pasé sobre los restos de pacientes, enfermeras y personal médico que yacían esparcidos por los pasillos. Me dirigí al área de pediatría donde imaginé que él iría para estar con los niños, aquí escuché los murmullos de los pequeños pacientes que se escondían bajo algunas camas. Me asomé debajo de una de estas y les sonreí a dos pequeños que creían estar muy escondidos, estos me miraron con pánico.
—No pasa nada, niños, estoy buscando a mi hermanito ¿saben para dónde se fue? —les pregunté de la manera más amable posible, sin embargo, estos arrancaron en llanto por lo que hice que se callaran rápidamente (la verdad los niños me sacan de quicio).
Continuando con mi búsqueda descubrí que en el siguiente pasillo había muchas más personas mascaradas, algunas aún seguían con vida y se retorcían de dolor o intentaban juntar sus extremidades con la esperanza de poder volver a unirlas, cuando realmente debían de aceptar que ya no había nada que las pudiera salvar. Al pasar entre las agonizantes víctimas decidí acabar con la miseria de algunas de ellas, en especial de los que me miraban sin asustarse, me agradaba que no me hicieran sentir un monstruo.
El camino de mortandad, vísceras y sangre me terminó llevando a donde se encontraba mi pequeño hermano. A este lo encontré en el suelo llorando mientras hincado devoraba por el vientre a una pobre enfermera la cual aún intentaba defenderse con sus debiluchos brazos dándole golpes a lo que para ella pensaría que era la cabeza de mi hermanito.
Al ver cómo luchaba la mujer me apiadé un poco y decidí darle un pequeño toque en la frente con una de mis espinas, lo que hizo que esta rápidamente dejara de moverse y perdió el brillo en los ojos que tienen los humanos cuando siguen con vida.
—Tengo mucha hambre —me decía mi hermano sin despegar sus mandíbulas del cuerpo de su presa. Esta imagen me llenó de ternura haciéndome recordar los primeros frenesíes que tuve mucho antes de aprender a comportarme correctamente.
—No pasa nada, hermanito —le dije al pequeño mientras lo abrazaba afectuosamente con la mayoría de mis apéndices mientras con otros le retiraba de sus fauces el cuerpo de la desafortunada mujer—. Vayamos a casa antes de que hagas más destrozos, te prometo que con el tiempo el hambre irá disminuyendo.
Enlacé una de mis extremidades con las de mi hermano y recorriendo juntos los inertes pasillos del hospital regresamos a casa.
Eduardo Nápoles