Cumbia triste

Lalo había acudido a casa de su tía por la mañana para que le permitiera tomar un buen baño caliente, pues en el tejabán que compartía con su padre y su hermana, la única adecuación sanitaria era una palangana que rellenaban con agua del depósito comunitario del predio de carretoneros. Después la mujer lo despidió con besos y le metió un billete de cincuenta en la bolsa de la camisa. El inesperado gesto de su tía le dio más bríos para la cita que había planeado, pues ahora podría invitar a Laura a comer una torta al final del evento.

Aún era temprano. Se dirigió al tejabán y se pasó la tarde engalanándose; se vistió con la única camisa de buen ver que tenía, boleó sus zapatos, procurando aplicar algunos toques de esmalte de uñas negro -que le había pillado a su hermana-, ahí donde la piel del calzado comenzaba a descascararse. Y pasó una hora peinándose el cabello de un lado al otro, mientras se miraba en el espejo roto que su hermana había colgado en la pared.

Los domingos no acompañaba a su padre a recoger basura con el carretón por las calles de La Aurora, pero trabajaba por las tardes en la ladrillera de Chano, limpiando el lugar para cuando los albañiles llegaran a primera hora del lunes estuviera listo para otra jornada. Hoy su padre había tomado su lugar, después de que Lalo le insistiera mucho para que lo dejara ir al baile del Centro Social La Fama. Como su hermana trabajaba doble turno en el Gigante, tendría la casa sola para él. Así que decidió hacer tiempo practicando sus pasos de baile sobre el suelo de tierra apisonada, procurando no manchar sus zapatos. Quería impresionar con su baile a Laura, a quien había conocido en la secundaria nocturna donde ambos cursaban el tercer año. Lalo había estado a punto de abandonar la escuela pues por más que se esforzaba no lograba entender las fracciones o la historia de México, pero cuando Laura llegó a medio curso, expulsada según dijo de otra secundaria por pelear con una maestra, Lalo se vio abatido por el primer amor de adolescencia. Laura parecía ser de buena familia, la llevaban y recogían sus padres en un automóvil muy bonito, siempre usaba ropa nueva y se adornaba con alhajas que a Lalo le parecían de lo más elegante. Si hubieran estado en una secundaria regular, nunca se hubiera atrevido a hablarle, pues en las escuelas donde él había estudiado con anterioridad, siempre había sido víctima de burlas por el trabajo que desempeñaba con su padre y por traer siempre la misma ropa a punto de rasgarse.

Aún recordaba con amargura, cómo había sido expulsado de la última secundaria. El Pelón y la Cuca habían vaciado un tambo de basura en el patio y animaron a los demás para ordenarle a Lalo recoger la basura.
—Órale, Lalo, ponte a hacer tu chamba güey, que para eso te pagamos —le dijo la Cuca arrojando una moneda a sus pies.
Al principio trató de ignorarlos pero después de recibir varios empujones no le quedó más remedio que defenderse. Logró derribar de un puñetazo a la Cuca pero el Pelón era más fuerte, y apoyado por otros de sus amigos le dieron una golpiza con la cual acabaron de romperle la camiseta que su madre le había regalado antes de morir el año anterior. Después volcaron más tambos de basura sobre él. Para colmo, la directora llegó y al verlo tirado lleno de basura, lanzó el enojo en su contra y lo obligó a recogerla toda y colocarla de vuelta en los tambos, para después expulsarlo.

Así había sido siempre su vida, nunca había pensado en poder tener alguna novia en la escuela pues las chicas al pasar cerca de él, se tapaban la nariz lanzando comentarios como “ay, qué peste” para luego alejarse carcajeándose.

Ahora en la nocturna su suerte había cambiado, aunque seguía siendo el apestado era por otro motivo. La mayoría de sus compañeros eran mayores que él; mucho mayores, pues eran estudiantes que llevaban años trabajando, tenían familias y lo último que querían era distraerse con las conductas adolescentes. Así que ahora compartía su invisibilidad con Laura, quien a pesar de recibir comentarios lascivos de otros estudiantes, en especial los de más edad, era una chica que sabía repeler cualquier acercamiento indeseado.

Varias semanas atrás, Lalo se había armado de valor y la invitó a una tardeada en La Fama.
—Se pone chido —le dijo—, van a tocar los de Renacimiento 74.
—Guácala, qué pinche asco —contestó Laura alejándose hacia la salida.
Avergonzado, no le insistió pero al siguiente lunes por la noche, cuando un maestro no acudió a dar su clase, ella se acercó a su pupitre y le dijo —¿Y el próximo domingo quién toca?
La cara de Lalo se iluminó —Bro… Bronco, creo —respondió sorprendido pues no esperaba que ella le volviera a dirigir la palabra.
—A ese sí llévame, ¿a qué horas nos vemos allí?
Sin creer en su buena suerte se puso a trabajar como loco durante la semana, hasta tomó un turno por la tarde en la frutería de Doña Isela para juntar todo lo que pudiera de dinero, pues su padre le daba muy poco de las ganancias del carretón.
Averiguó el signo zodiacal de Laura y en la plaza compró a un baratijero una medallita de latón con un dije de Libra. Había planeado dársela durante el baile. Ahora, una semana después, sentía que la suerte estaba a su favor, y con el dinero extra que su tía le había obsequiado, pensaba que podría darle a Laura una velada que la enamoraría.

Cuando ella quiso saber a qué se dedicaba él ocultó su profesión como recogedor de basura, explicando que ayudaba a su padre con un negocio. Laura quiso saber más y Lalo le contestó que era un negocio de traslados.

Salió a las cuatro del predio de basureros, una lluvia había dejado charcos por todas las callejuelas así que anduvo con cuidado para no ensuciarse. Dobló por el callejón que salía hacia la avenida y divisó a su primo Hugo, que se encontraba tomando caguamas con los otros pepenadores. Fingió no verlos a pesar de los chiflidos que le lanzaban a modo de saludo. Escuchó los pasos detrás de él que se acercaba corriendo y se supo atrapado.
—Eh, perate, perate güey, ¿a dónde vas tan pipilisco cabrón?
Lalo le dirigió una sonrisa fingida a su primo, quien apestaba a mariguana y cerveza, lo cual en su experiencia, nunca acababa bien en Hugo.
—Voy a la Fama, hay tardeada.
—Nombre, güey, ¿a qué chingados vas allá? Vente a poncharte un churro con nosotros —le dijo su primo dándole un jalón en el brazo.
—No, güey, es que me están esperando ya, bato.
Íralo, no me digas que te ligaste una ruca. No, pos qué chido, loco, es más, yo voy contigo güey, deja me pongo una lima.

Los planes que hasta ahora parecían salirle bien, comenzaron a desmoronarse, pues salir con Hugo siempre acababa en problemas, lo cual lo ponía nervioso y molesto. Pero su primo era el tipo de persona a la que no se le podía decir que no. Así que se resignó a tener que lidiar con él. Pedía a Dios que lo ayudara a que Hugo no regresara pero unos minutos después, su primo salía de su tejabán, cambiado con unos pantalones aguados y una camisa de muchos colores. Lalo no sabía de dónde obtenía dinero para siempre comprar ropa nueva, si rara vez trabajaba.
—Órale, güey, vámonos —le dijo dándole un empujón hacia la calle.

Bajaron por las faldas de Las Mitras hasta el camino a Villa de García donde abordaron el ruta siete que los llevó hasta la preparatoria 23, Hugo le ordenó a Lalo detenerse para poder liar un porro y así “ponerse en onda”. Lalo estaba impaciente, eran pasadas las cinco de la tarde, hora a la que se había citado con Laura.
—Ya, güey, no la hagas de bronca, a las morras hay que hacerlas esperar, si no creen que uno anda urgido.
Lalo no tenía intención de escuchar consejos románticos de su drogadicto primo, sólo quería llegar.

Un par de calles más adelante se atisbaba el alto caserón rectangular con techos de lámina y paredes cubiertas de carteles publicitarios y grafiti. Una versión en grande de los tejabanes del predio donde vivían. Sentía un cosquilleo en el estómago al aproximarse al centro social. A esta distancia ya se escuchaba el distorsionado sonido de música que brotaba del único portón de acceso. Cuando estaban a unos cientos de metros el corazón le dio un vuelco a Lalo al darse cuenta de que la fila para entrar se extendía por al menos dos cuadras sobre la avenida Juárez.
—Puta madre, Hugo, nunca vamos a entrar.
Su primo lo ignoraba por completo pues estaba distraído viendo a las mujeres que caminaban hacia el lugar, muchas de ellas con minifaldas y cabellos esponjados.
—Nombre, Lalo, qué bueno que te traje, pa que waches rucas chidas.
Ya cerca del portón la gente se congregaba en masa discutiendo con el joven portero que les pedía paciencia. Alguien le dio un jalón por la manga de la camisa, Lalo se giró para encontrarse con Laura quien iba vestida igual que la mayoría, minifalda, ombliguera y un copete que desafiaba la gravedad. Junto a ella, dos chicas con un look parecido sonreían al verlo.
—Hola… Laura, es que se tardó el camión.
—Ya, güey, venimos llegando también.
La chica se acercó y le plantó un beso en la mejilla. Después le presentó a sus amigas cuyos nombres no escuchó por el ruido. Las chicas también lo besaron, haciéndolo sonrojarse. No lo esperaba y no recordaba haber saludado con un beso a nadie más que a su madre y su tía.
—Está bien lleno y no quieren dejar entrar más gente, dice el de la puerta que hasta que se salgan algunos.
Como un felino, Hugo llegó hasta ellos y se presentó con exceso de confianza. Plantándoles besos en las mejillas para luego pasar por los hombros de las amigas de Laura, sus correosos brazos. Las chicas reían con coquetería. Lalo envidiaba la destreza de Don Juan de Hugo.
—¿Listas para bailar conmigo? Yo puedo bailar cumbia con las dos al mismo tiempo.
—Nombre, pero si no quieren dejarnos pasar —atajó una de las chicas con aire lastimero.
—Ah, cómo de que no. Yo conozco al Tigre, ahorita van a ver.
Hugo se dirigió al portón casi empujando a la gente que estaba ya rodeando la entrada. Intercambió un saludo de pandillas con el joven portero para enseguida hacer una seña hacia Lalo y las chicas indicándoles que se acercaran. Cuando atravesaron la multitud y cruzaron el umbral, escucharon un abucheo y rechifla, en especial de las personas que estaban en la larga fila. El último en entrar fue Hugo, quien les grito “Eh, cálmense, nosotros somos VIP” y soltó una carcajada burlona.

Adentro el calor era sofocante, la gente bailaba a ritmo de cumbia de forma apretada. Sólo había unos pocos espacios donde se podías estar de pie sin ser arrastrado por la masa de parejas que giraba como un enorme remolino.
Laura se dirigió a Hugo y abrazándolo por la cintura le agradeció el haber venido y ayudado a que los dejaran entrar. Lalo volvió a sonrojarse pero ahora por celos.
—Bueno, nenas, vénganse conmigo —les dijo Hugo conduciéndolas de la mano hacia la gente que bailaba. Al pasar por el lado de su primo le dijo al oído: Eh, loco, relax, que yo no voy a bajarte el ganado, tú disfruta la tarde.

Cuando se hubo quedado solo con Laura con timidez le pidió que bailara con él. Pero ella le dijo que tenía mucho calor y que deseaba un refresco primero. Lalo la condujo a una barra de cemento donde el dueño del lugar, un hombre entrado en años, despachaba botes de agua y refrescos en vasos desechables. El costo de los refrescos era al menos cinco veces más elevado que en la tienda, lo que molestaba a la mayoría de los clientes, especialmente porque llenaba los vasos con hielo triturado y de una sola botella de Coca Cola, despachaba tres recipientes.
—Ahorita bailamos ¿sale? Nada más deja me tomo mi soda.
—Te quería dar algo —le dijo Lalo extrayendo una pequeña caja de cartón grueso donde llevaba la cadena.
Laura abrió la caja y sus ojos se expandieron enormes —¿Cómo supiste que soy Libra? —preguntó con sincera curiosidad.
Él explicó que había mirado en la libreta de los datos de los alumnos que tenía la maestra.
—Pónmela —dijo ella girándose.
Lalo obedeció y guardó la caja de cartón en su bolillo.
Después de terminar el refresco arrojaron los vasos al suelo donde montones de basura se acumulaba. Laura lo llevó de la mano hacia la multitud y comenzaron bailar tratando de permanecer en la orilla de la vorágine, donde era menos caliente y se respiraba mejor. El conjunto Tropical Florida interpretaba lo mejor que podía sus melodías, sin embargo la acústica del lugar era terrible, y esto aunado a la cantidad enorme de gente gritando, hacía que la cacofonía fuera dolorosa. Sin embargo la gente estaba divirtiéndose lo mismo que Lalo y Laura.
“Caminaba por el parque, sin hallar a dónde ir, triste y sin amor”.
Laura acercó su pecho al de Lalo y comenzó a moverse de forma sensual. Él estaba fascinado.
“Tenía una carita muy linda y unos ojos verde mar, me conquistó…”
Lalo también se apretó hacia ella y comenzó a sonreír.
“Y me sonrió, y me sonrió, ella con su sonrisa me aceptaba…”
Laura entrelazó sus dedos en la nuca de Lalo sin dejar de bailar. Sonriendo acercó su cara a la de él.
“Ella me dijo ¿Cómo eres? Y yo le dije puedes verme…”
Laura besó a Lalo al mismo tiempo que se contoneaba. La inexperiencia de él no menguó el momento y correspondió lo mejor que pudo.
“Y me contestó, me contestó, que era ciega y no podía verme”.
Continuaron bailando durante mucho tiempo hasta que Tropical Florida terminó su ronda y anunciaron que en unos minutos continuaba el plato fuerte, lo cual hizo que la muchedumbre gritara con júbilo.

Se encontraron con Hugo y las amigas de Laura, todo mundo estaba cubierto en sudor. Lalo ofreció comprar más refrescos para todos pero las mujeres dijeron que preferían cervezas, así que se dirigió a la barra, sólo para ser informado después de una larga serie de empujones para llegar hasta la hielera, de que no se vendían bebidas alcohólicas. Regresó cabizbajo con su grupo y comunicó lo ocurrido. Hugo le ordenó que volviera y comprara los refrescos para todos y de una de las enormes bolsas de su pantalón extrajo una botella de tequila que llevaba oculta. Lalo compró las bebidas y regresó con los cinco vasos entre la gente que se amontonaba en la barra, haciendo que derramara parte de su contenido. Hugo vertió su alcohol barato en cada uno de los refrescos y brindaron.

El grupo Bronco, comandados por Lupe Esparza, afinaba sus instrumentos desatando gritos de impaciencia.
—Ya vamos, raza, ya vamos —dijo el cantante—, sólo hay unos problemas técnicos que Aurelio ya está arreglando.
La camarilla de Lalo estaba en un costado del salón disfrutando de sus bebidas. Se sirvieron de nuevo mientras Hugo coqueteaba con ambas chicas a las que les hablaba con frases sexuales al oído, provocándoles risitas. Lalo y Laura, tomados de las manos a la espera de que comenzara la música, se daban besos furtivos. De pronto otro grupo compuesto por tres hombres y tres jovencitas, se aproximó a ellos.
—Hey, Laura, no te veía desde que te expulsaron, güey, ¿qué te has hecho? —le dijo una de las recién llegadas.
Las chicas se abrazaron intercambiando besos y saludos con los recién llegados. Laura con un ademán hacia los primos los presentó: Karen, estos son «Lalo y Hugo» dijo mientras tomaba la mano de Lalo y lo rodeaba por la escuálida cintura.
—No mames, Laura, ¿por qué andas con este carretonero?
Lalo miró a la chica petrificado reconociéndola en el acto. Era una de las muchachas que vivían en La Aurora, donde él y su padre prestaban servicios de recolección. El color se le subió al rostro, lo que causó que el grupo de recién llegados soltaran carcajadas burlonas.
—Te la bañas, güey, yo sé que te gustan los tipos malos pero este bato siempre anda mosqueado con su caballo y un viejo andrajoso.
Laura lo miraba boquiabierta sufriendo también la humillación del momento.

“Por las cosas tan preciosas, que me das y que te doy…” La gritería era ensordecedora cuando arrancaron los primeros acordes, y una avalancha de gente se lanzó hacia el escenario, empujando todo a su paso.

—¿No me dijiste que…? Ah, órale, ya entiendo, pero ¿sabes qué, Lalo? Me cagan las mamadas, llégale a la verga.
Dicho esto, la chica se dio media vuelta para tratar de dirigirse hacia la salida. Lalo la tomó de la muñeca pero ella forcejeó. Uno de los tipos que venían con Karen le dio un empujón a Lalo que lo hubiera hecho caer, de no ser que su cuerpo fue amortiguado por personas agolpadas a sus espaldas.
—Eh, tranquilo, morro, ya te dijo la chava que no quiere tener nada que ver con mugrosos —le espetó el tipo.
Aún no acababa de terminar la frase cuando Hugo con su velocidad habitual, se lanzó hacia él, impactándole su puño en la boca lo que hizo que varias piezas dentales salieran volando. Los otros dos que venían con el agredido intentaron defenderlo pero gracias a la experiencia callejera de Hugo, no fueron rivales para él, y en cuestión de segundos, ambos estaban en el suelo.

“Porque si nos ofendemos, al final más nos queremos, no nos vamos a olvidar”.

Desde algún lugar del recinto, se escucharon dos detonaciones de arma de fuego, después los gritos descontrolados de la multitud.

«No nos vamos a olvidar, no nos vamos a dejar, aunque se destruya el mundo”.

En cuestión de segundos reinó el caos. El aluvión descontrolado se dirigió hacia la salida, cerca de donde se encontraban Hugo y su primo. El primero, enfermo por la ebriedad y los efectos de las drogas, comenzó a golpear sin discriminar a los hombres y mujeres que sólo intentaban escapar hacia la calle. Lalo trató de calmarlo, pero Hugo estaba hecho una furia.
—Pégales, güey, nos quieren chingar —le gritaba mientras a Lalo lo jalaba de la camisa para quitarlo del paso.
Un hombre entrado en años y vestido de vaquero se dirigía con la corriente hacia la salida, protegiendo con su brazo a una aterrorizada chica a la que llevaba sujetada con fuerza. Hugo disparó un puñetazo que se fue a hundir directo en el pecho de la mujer. El vaquero furibundo sacó de su pantalón una navaja de mariposa y con un movimiento circular de su muñeca la enterró hasta el fondo en el abdomen de Hugo. Este, aún y atravesado intentaba golpear y patear al vaquero, pero el brazo del hombre era tan largo y fuerte, que el herido no podía alcanzarlo. Después cayó al suelo y la marejada continuó su curso. Lalo intentó levantar a su primo que, afectado por la rápida pérdida de sangre, no lograba ponerse en pie. Logró arrastrarlo hasta la barra y se metió con él debajo de una mesa. Hugo había provocado un enorme pleito entre los asistentes quienes ahora se disputaban a puñetazos unos contra otros el derecho a salir. A lo lejos, Lalo divisó a los del grupo musical ser retirados por la puerta de acceso a la parte trasera. Algunas personas intentaban salir por ahí pero eran impedidas por los ayudantes de la banda, así que al poco, una batalla campal se desató dentro del recinto. Gruesas gotas de condensación de los humores de la gente, caían del techo como si fuera lluvia.

Una hora después Lalo logró salir, Hugo iba apoyado en su hombro con las piernas renqueantes. A unos pasos de la puerta se escuchaban las sirenas de ambulancias y granaderas que trataban de atender a los cientos de heridos. Algo brilló a los pies de Lalo, su instinto de pepenador lo obligó a mirar, descubriendo tirada frente a él la cadena con el dije del signo Libra, estaba rota. La recogió y la puso en su bolsillo. Cruzaron la puerta, el estacionamiento parecía un campo de batalla, donde decenas de personas estaban recostadas siendo atendidas por sus acompañantes y algunos paramédicos de la Cruz Verde de San Pedro.

Hugo le pidió a Lalo que lo llevara hacia las sombras atrás de los automóviles, como los gatos callejeros que buscan morir escondidos, él no quería dialogar con autoridades. Pasaron por encima de algunas personas tratando de no pisarlas. A un lado del edificio una figura yacía recostada, mientras que dos mujeres lloraban hincadas a su lado. Lalo la reconoció de inmediato, Laura estaba boca arriba. Con la poca luz que le llegaba de una farola pudo ver que la chica yacía con los ojos y la boca bien abiertos y no se movía. Lalo había visto incontables cadáveres de animales en las calles para saber cuando estaban vivos o muertos y Laura era de estos últimos. Se dirigió arrastrando a su primo, cada vez más pesado, hacia la calle Virgilio C. Guerra y entraron al oscuro atrio de la parroquia San Vicente. Lalo recargó a su primo en una jardinera y lo observó exhalar su último aliento. Buscó en los bolsillos de Hugo y extrajo algunos billetes y monedas, ignorando las dosis de mariguana y cocaína en bolsitas. Después se dirigió hacia su casa en las faldas del Cerro de Las Mitras.

Los periódicos locales reportaron al día siguiente el terrible saldo de muerte en un concierto del conocido grupo Bronco. La mayoría de las investigaciones apuntaban a que se había rebasado la capacidad del lugar, el cual además no contaba con salidas de emergencia. No se había localizado al dueño del inmueble para ser cuestionado por las autoridades. Sólo el Diario de Monterrey reportó la muerte de un narcomenudista conocido como Hugo “N”, quien había perdido la vida a causa de una herida punzocortante. Entre sus pertenencias se habían encontrado pequeñas cantidades de enervantes. El sacerdote de San Vicente de Paúl lo había encontrado el lunes al medio día, cuando había ido a regar las plantas del jardín. Su muerte no estaba ligada a los hechos ocurridos en el Centro Social La Fama.

Santiago Pérez

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