Hansel y Gretel (La versión alterna)

Vivían en una cabaña lejana en medio del bosque, un pobre leñador y sus dos hijos. Tras la muerte de su madre a la hora de parir a la menor, Gretel, su padre había tomado por esposa a una mujer de carácter amargo. Ella era también una viuda que habiendo desposado a un hombre de la corte y pensando que sería ella dueña de todas sus fortunas, lo envenenó hasta conseguir su muerte. A pesar de lograr su acometido, la mujer, enferma de riquezas materiales, no tardó en acabarse la fortuna que su esposo había dejado, quedando en la ruina. Como era de esperarse, la mujer vagó por las calles en busca de ayuda, los habitantes del pueblo la despreciaron por la sospecha y la mujer desconsolada se introdujo en las profundidades del bosque, esperando morir. Ahí, el leñador la encontró y se apiadó de ella. La mujer se aprovechó del pobre hombre y no tardó en ganarse su corazón, convenciéndolo de que sus hijos necesitaban una madre para crecer correctamente.

Llegó una época de pobreza en el país y apenas y les alcanzaba el trabajo del padre para comprar una pieza de pan a la semana que compartían los cuatro. La mujer, frívola y egoísta, le dijo a su esposo que no podían sobrevivir los cuatro de esa manera, que sería mejor dejar a los niños en el bosque, y así como él se había compadecido de ella alguien más se compadecería de sus hijos, dándoles una mejor vida. El padre, al principio ofendido por la propuesta, se dejó convencer por la mujer, y con mucha pena en una noche, hicieron el plan para el día siguiente abandonarlos. Los niños, que no habían conseguido el sueño por el hambre, escucharon la conversación. Gretel, que ya cargaba el peso de la muerte de su madre, lloró por su vida y lloró por la de su padre, atado y embrujado por aquella mujer sin corazón. Hansel, en un intento por consolarla le dijo que él encontraría el camino de regreso.

Al día siguiente la familia se adentró en el bosque, Hansel iba cuidadosamente dejando migajas de pan detrás de él, esperando así dejar un trayecto para seguir regreso a casa. Se detuvieron en un espacio abierto donde hicieron un gran fuego y los niños no tardaron en quedarse dormidos. Cuando despertaron ni su padre ni su madrastra estaban ahí. Gretel estaba seria, dolida, Hansel se apresuró a buscar el camino de pan, pero no lo encontró, las palomas se lo habían comido. Anduvieron en el bosque dando vueltas sin descansar, Gretel completamente desesperanzada.
—¿Y para qué quieres volver a donde no te quieren? —decía Gretel, muy seria.
—¡Papá sí nos quiere! Sólo no sabe cómo alimentarnos —contestaba Hansel, nervioso.
—Él nos abandonó, yo no quiero regresar —decidió Gretel.
De pronto entre los árboles del bosque apareció una linda casita de jengibre, con columnas de caramelo, ventanas hechas de azúcar y adornos de malvavisco. De la puerta principal salió una viejita, con pelo blanco como nube y una sonrisa tierna.
—¿Quién anda ahí? ¿Están perdidos? —preguntó la anciana— Pásenle, deben tener mucha hambre y sed, yo los atenderé mis niños —dijo sin darles tiempo de decir nada.
Dentro de la casa la anciana les alimentó con toda clase de manjares, cuando hubieron ter-minado los arropó y los cobijó en unas camas suaves y ahí cayeron en un sueño profundo.
—¡Levántense, sabandijas! —gritó la anciana, ya no con aquella voz dulce y tierna sino con una voz chillante y ronca, los niños se despertaron de golpe, asustados, para ver una horrible anciana, con verrugas y una nariz gigante, los ojos nublados y el pelo crespo y tieso.
—¡Querían comer! ¡Comerán hasta que me sirvan de cena! —terminó con una risa aguada y malvada.
Hansel rompió en llanto, Gretel, que parecía ya no sentir nada, no hizo gesto alguno. La bruja decidió que Gretel serviría mejor como esclava y a su hermano lo engordaría para comérselo guisado. Lo encerró en un corral y todos los días hacía que Gretel lo alimentara. Como la bruja no veía más allá de su nariz, cada vez que iba a revisar el dedo de Hansel para ver si había engordado estos la engañaban con un hueso de pollo.

Durante la engorda, Gretel aprendió toda clase de trucos de la bruja. Vio cómo esta convertía la mierda de los animales en joyas, cómo hacía hechizos malignos por encargo y cómo transformaba objetos vivos de aspecto, entre ellos, a sí misma, haciéndose pasar por noble anciana, por joven seductora, por madre cariñosa y hasta por hombre de poder. Lo que Gretel no veía era que al final del día en su aposento la bruja estaba condenada a un horrible ataque de histeria, en el que se retorcía con dolor de huesos y espasmos en todo el cuerpo y la inundaba una tristeza profunda.

En una ocasión la bruja preparaba un conjuro fatal que sería llevado por un cuervo a un desdichado, era un amuleto hecho con vísceras de animales, plata y tierra de panteón. Gretel cuidadosamente tomó un poco de todos los elementos, e incluyó un colmillo de serpiente que había visto utilizar a la anciana en otra ocasión y mandó a una lechuza a llevar el terrible encargo a su destino.

Una noche, tras uno de estos horribles ataques, la bruja salió de su cuarto destrozada y enfurecida, despertó a Gretel ordenándole preparar el agua y prender el horno para cocinar a su hermano. Gretel preocupada no sabía como zafarse de esta. Pensaba mientras prendía y calentaba el horno, la bruja reía con cada vez más fuerza.
Una vez que el horno estuvo listo mandó a Gretel a mover las brasas para meter a su hermano, Gretel le dijo que no sabía cómo hacerlo.
—¡Niña tonta! Ni agarrar una espátula sabes, voy a enseñarte cómo se hace —la bruja se asomó en la boca grande del horno y Gretel, sin perder tiempo la empujó dentro, cerrándolo rápidamente, atrapándola para ser consumida por las llamas.
Enseguida fue a rescatar a su hermano y salieron de ahí, no sin antes recoger algunas joyas y implementos para el camino y esta vez Gretel se encargó de dejar un fino camino de perlas que sólo brillaban con la luz de la luna desde la casa de jengibre hasta la suya. Usando un amuleto abrecaminos que había visto a la bruja usar, fueron siguiendo sus luces hasta su antiguo hogar. Cuando llegaron su padre estaba tirado en el suelo, flaco y desnutrido, delirando. En la chimenea los restos de la madrastra calcinada le daba un olor de putrefacción a toda la casa. Debajo de la mesa el amuleto desenvuelto que había dejado la lechuza y algunas plumas del pobre animal que dios sabría dónde había quedado.
—Se fu… se fue… se fueron…se me fueron —repetía el leñador, fuera de sí mismo.
—¡Papá! —gritó Hansel apresurándose a levantarlo del suelo.

Gretel sólo lo siguió con la mirada. El padre al reconocer a su hijo estalló en llanto, se abrazaron por un largo momento, cuando el padre vio a su hija parada en la puerta se levantó torpemente acercándose a ella, cuando quiso abrazarla Gretel sólo dio un paso hacia atrás. Su padre, sorprendido se hincó y le pidió perdón una y otra vez, Gretel sólo lo observaba, fría. Extendió su mano y entregó a su padre algunas joyas y un frasco.
—Cuando te arrepientas realmente, bebe de este frasco, que te enseñará la empatía —dijo la niña casi susurrando.
—Gretel, ¿qué es eso? —preguntó su hermano asustado.
En ese mismo momento el padre, avorazado abrió el frasco y se lo bebió por completo. Gretel lo observaba con ganas de detenerlo. Frías lágrimas pesadas como plomo rodaron por sus mejillas. Su padre aventó el frasco al suelo, y comenzó a toser, tosió tan fuerte que empezó a escupir sangre, y poco a poco fue perdiendo la vida. Gretel estaba completamente fuera de sí.—Gretel, ¿qué hiciste? ¡Papá! Gretel, ¿por qué? —Hansel gritaba entre sollozos mientras sostenía a su padre en brazos.
Gretel, consternada no supo decir nada y al no poder contener su llanto salió corriendo por la puerta. Siguió el camino nacarado hacia el bosque, su llanto poco a poco se convertía en histeria, los huesos le dolían y sentía espasmos en las piernas, en los dedos de las manos y los pies. Llegó a la casa que ya no era de jengibre sino una cabaña vieja, enmohecida y húmeda, se adentró en ella y se dejó caer en el suelo donde se retorció gritando y gimiendo por un largo rato hasta que su llanto se convirtió en risa y su dolor en histeria. La voz se le hizo aguda y sus carcajadas llenaron el bosque de una maldición nueva…

Camila Barragán

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