—¡Basura!
El editor cerró el manuscrito y lo azotó contra la mesa, haciendo revolotear papeles alrededor de la testa del escritor sentado frente a él en una minúscula silla.
—Tiene que leerlo completo para entenderlo.
—Cinco páginas es más de lo que pude soportarlo —se levantó despacio de su confortable asiento y abrió una ventana de la enorme oficina. A pesar de la altura, el bullicio de la ciudad los envolvió. Sacó un cigarrillo de su bolsa y lo encendió sin alejarse de la ventana. Aspiró. Se volvió un instante hacia su mesa, llena a reventar de manuscritos por leer, sonrió un momento al recordar como su viejo escritorio se venció por el peso del éxito de su editorial. Luego se volvió hacia el escritor y se preguntó por qué seguía callado. Exhaló—. Pruebe que hay algo mejor más adelante, tiene cinco minutos.
—La “Decepción de los otros” es la conflagración de un letrado protagonista indefinido ante un estólido mundo iletrado que no logra comprender su vasta sabiduría. Va más allá de géneros y tiempos hasta llegar a ser el tratado cumbre del siglo XXI.
—Lo sé, es lo que dice la primera página. No lea nada de las primeras cinco, por favor.
El escritor hizo una mueca y prosiguió brincando varias páginas de manera aleatoria, como si no importara de dónde leyera.
—…”y es así cómo, la profiláctica baldragas de la existencia moderna, me causa alipori en mi corazón. ¡Oh, Dios mío! ¿Por qué me hiciste nefelibata además de sabio? La decepción de los otros me tortura la mente…
El escritor alzó los brazos hacia el cielo y cuando levantó la vista se dio cuenta que sólo una mosca en el techo había recibido su plegaria. Limpió su garganta y continuó como si no hubiera declarado a ese insecto como su dios. Brincó otra serie de páginas.
—”Arthur Schopenhauer solía decir: toda verdad pasa por tres etapas. Primero, es ridiculizada. En segundo lugar, es violentamente rechazada. En tercer lugar, es aceptada como evidente por sí misma. La verdad que expongo aquí está en la segunda etapa, pero pronto el vulgo abrirá los ojos ante el portento de sabiduría que pongo en sus sucias manos para elevarlos desde la pocilga intelectual que padecen en sus efímeras…”
—Suficiente.
—Veo que ya está en la segunda etapa, vamos progresando.
—¿Qué?
—Las etapas de Schopenhauer, primero usted me ridiculizó, ahora me violenta. Ya está abriendo los ojos.
El editor dio un largo suspiro. Preguntándose en sus adentros cunto tiempo de cárcel le darían por arrojar a alguien por la ventana. Quizás no sea tan mala idea morir en la cárcel. Ese pensamiento fue interrumpido por el escritor.
—¿Cuándo me va a publicar?
—Un libro debe procesarse, editarse e imprimirse, tardará un par de meses.
—Tiene suerte que mi libro no necesite editarse, es perfecto así como está.
La puerta se abrió sin dar tiempo al editor de contestar. Una mujer corpulenta, con un pequeño sombrero y un vestido no muy diferente a las cortinas que adornaban las paredes de la oficina, entró con rapidez.
—¿Terminaste, precioso?
—¡Sí, mamá! El señor me estaba diciendo cuándo salía mi libro.
—Ya te lo dirá después, el vuelo a Dubai saldrá pronto. Y usted —apuntó un abanico rococó hacia el editor—, esperaré la publicación de mi pequeña estrella pronto. Entre más rápido salga, más rápido estará su pago.
Sin decir nada más, madre e hijo salieron por la puerta. El editor se sentó, tomó el manuscrito, le dio varias vueltas en sus manos hasta arrojarlo a un cesto de basura cercano. Entonces sacó de una cajonera una máquina de escribir vieja. Colocó una hoja en blanco y comenzó a escribir mientras exclamaba cada palabra.
—La decepción de los otros: ¿una proyección de uno mismo? Filosofía de la vida moderna…
José Jesús Talamantes