La naturaleza es el lugar en donde las personas se retiran para vivir por unas horas sin civilización, lejos de todas las oprimidas ansiedades, vanos materialismos y celosas comparativas sociales. Recorrer una montaña esteparia repleta de un bosque de mezquites puede llegar a renovar a las personas, convencidas de que han respirado aire limpio, que como el río que deja de ser el mismo al momento de tocarlo, también ellas se transforman en su forma elemental. Pedazos marchitos de consciencia son arrancados del ser, conducidos por una tranquila ventilación helada que se mezcla con el caliente aire exhalado en cada respiro elevándose al cielo para no regresar jamás.
Durante una nublada tarde de Noviembre, Karla Linares, bióloga botánica en la UANL donde daba clases de plantas regionales, tuvo un encuentro con algo más allá del entendimiento humano. Era bien sabido que meditaba con frecuencia en la cima del Cerro de la Silla. Contrario a la intuición de cualquier lector sobre los beneficios de tener acercamientos a la naturaleza con finalidades restaurativas, tanto físicas como mentales, este informe cambiará su concepción explicando los efectos aberrantes que la naturaleza puede llegar a tener en las personas.
Es necesario establecer que lo acontecido podría haberle sucedido a cualquiera y los eventos presentados a continuación reflejan la susceptibilidad del ser humano a influencias exógenas que no podemos comprender aún, donde la voluntad del ser no tiene cabida. Quedará entonces bajo su juicio estimar la evidencia presentada como suficiente para confirmar el peligro potencial de la flora local en la ciudad de Monterrey y sus habitantes.
El detective privado Solano, reconocido por su larga lista de casos de homicidios resueltos, fue contratado para investigar el paradero de la Srta. Linares por parte de los confundidos padres después que las autoridades no dieran seguimiento al caso de desaparición. Solano tuvo primero pláticas con colegas de Karla, descubrió que cada sábado por la mañana, entre las ocho y las diez de la mañana practicaba montañismo en Cerro de la Silla y rara vez, exploraba otras regiones. Los conocidos indican que iba sola y algunas amistades cercanas confirmaron haberla acompañado un par de ocasiones durante los últimos tres meses previos al incidente en investigación.
El celular de la desaparecida llegó a las manos del detective Solano gracias a los progenitores, quienes buscan conocer los paraderos de su hija. Diversas fotografías muestran a detalle la ruta que tomaba (recolección de varios días diferentes) y en particular, es evidente la existencia de un campo de flores amarillas, donde la joven aparece en compañía de animales silvestres como aves, marsupiales, caninos y hasta osos. En algunas imágenes Karla les alimenta y en otras parecen descansar en su compañía sin signos de agresividad por ninguna de las partes. Los ojos de la joven parecen ausentes en repetidas tomas, miradas que he visto sólo en reclusorios mentales.
Cuestionados los guardias del parque público, así como los guías de la frecuentada ruta respecto al lugar de las fotografías, ninguno afirma conocer su ubicación. Las flores fueron reconocidas de inmediato como chicalote o su nombre formal: amapola mexicana. La flor es incorporada en las publicaciones de la Srta. Linares donde menciona que la planta salvaje es sumamente resistente a la sequía y climas áridos. La planta de follaje espinoso que repunta en una flor amarilla circular con centro rojo tiene un histórico uso curativo que data desde el Código Florentino, donde los indígenas la usaban en forma de empaste como analgésico y diurético. Múltiples estudios científicos recientes confirman la toxicidad de sus hojas, semillas y aceites, los cuales generan vómito, hipertensión y anemia.
Solano contactó a la pareja que venía de bajada el sábado 1° de Noviembre, fecha de la desaparición. Los jóvenes atisbaron a Karla con un holgado vestido amarillo, descalza, introduciéndose a la maleza. Les pareció extraño pues el área estaba llena de abrojos. Llevaba además una corona de flores (las ya previamente mencionadas) en la cabeza que resaltaba desde la distancia. Había un olor amargo en el ambiente y al llegar a la zona donde la mujer dejó el camino, no encontraron rastro que sugiriera su existencia, procediendo a bromear de un encuentro con un fantasma. Varios familiares de la pareja dieron fe del testimonio. De ser cierto, implica que alguien vio a la Srta. Linares pocas horas antes del secuestro.
Otra evidencia colectada es el almuerzo que Karla preparó la mañana previo a irse, tanto el padre como la madre de la joven fueron invitados a desayunar, pero al haberse desvelado la noche anterior, desistieron y sólo vieron los remanentes de los ingredientes utilizados. Entre estos estaban tortillas de maíz azul, cebolla, flores de amapola mexicana, semillas de dicha flor y acumulación de polen rojo en un recipiente, salsa casera de tomate y queso fresco cuya marca no es relevante para el reporte.
La ubicación del campo de flores fue encontrada debido al historial de GPS en el celular custodiado. Una vez seguida la ruta que tomó aquella fresca mañana de inicio a fin, fue que el detective Solano confirmó la existencia del campo de amapolas. El claro era evidente, en un estado deteriorado, marchito. Algunos restos de animales eran visibles, aunque ya devorados por la fauna salvaje.
Paramédicos de protección civil encontraron el bolso de la Srta. Linares en custodia del guardabosques, a quién atendieron en un estado post traumático alrededor de las doce de la tarde. El contenido más relevante es inventariado a continuación: una cartera con doscientos treinta pesos, un par de tarjetas de crédito, la licencia de conducir, la tarjeta para votar, las llaves de su casa y un labial color carmín elaborado artesanalmente. El componente activo del labial coincide con los polvos encontrados en la cocina correspondientes al polen de la amapola.
El señor Don Julio quien se encarga de ahuyentar a los animales de las veredas durante el día, dio el recuento de los hechos horas después de recibir atención médica, aseguró que quedó congelado ante el espectáculo que dice fue un milagro, lo más hermoso que jamás ha visto. Todo comenzó con quejas de visitantes sobre sonidos guturales provenientes de las profundidades de la maleza, el guardabosques se movilizó para asegurar el área portando su rifle y la pistola ahuyentaosos. Así llegó al claro cubierto de las perfectas medias esferas color amarillo canario. En el perímetro yacían muertos tlacuaches duros y malolientes, que acorde a su intuición los cadáveres apenas tenían un par de horas de fallecidos basándose en la presencia de las hormigas que les habían carcomido ya ojos y lenguas. El vestido de Karla estaba doblado sobre las aplastadas hojas espinosas sugiriendo un abandono voluntario y encima estaba su bolso de piel sirviendo a modo de pesa, o al menos así fue la descripción de Don Julio, quien tomó el bolso como evidencia del paradero de la Srta. Linares. Los hechos a continuación son presentados con el mayor detalle en modo cronológico después de varias sesiones de interrogación.
El guardabosques encontró en el centro un espécimen de lo más bizarro, basado en descripciones que él mismo no hubiera creído de no ser que presenció el hecho con sus propios ojos. Karla, quien tenía acorde a sus conocidos una estatura de 1.68 metros de altura mantenía una postura erguida, su cuerpo hinchado asimilaba al de un ahogado destacando su cabello negro y los ojos amarillentos borrados. Una larga pata de coyote apimentado se extendía desde la cadera, prevaleciendo un color anaranjado y con sobresalientes puntos negros. El chamorro de la otra pierna mostraba una pata de aguililla de cola roja enorme. Don Julio asegura que era dicha ave porque las plumas se extendían desde la espalda baja como abanico reflejando el color marrón típico acompañado una larga ala envergada color blanco que se extendía desde el codos de la joven creando una encrucijada espeluznante en su brazo, como cuando se ven con detenimiento las uniones de unos siameses.
Lo que más le impresionó era la cabeza, a tres cuartos eran ocupados por la de un oso negro en un ángulo perpendicular al rostro, el culpable de aquellos barullos ominosos que se convirtieron en su llamado y cuya nariz apuntaba al cielo. La boca abierta mostraba los afilados colmillos tratando de separarse del ser que lo había aprisionado. Los trozos fusionados de sus cabezas, la humana y la bestia, eran la fundación de las elegantes astas que se dividían en al menos cinco niveles de altura y alcanzaban ochenta centímetros de anchura.
El testimonio indica que el descontrolado ser sufría en todo momento. Empezó a elevarse mientras emitía los sonidos de varios animales juntos, entre oso y ave, otras veces gruñidos de lobo y gritos humanos. Los miembros del abominable ente nadaban en el aire, las piernas parecían apoyarse en rocas invisibles y con dificultad se desplazaba verticalmente producto de los movimientos temblorosos de las piernas, el desbalance del cuerpo provocado por el aleteo desesperado mientras la otra mano rasguñaba a la nada con sus garras negras.
Después, Don Julio explica que se le bajó la presión, se le oscureció la vista y perdió la noción del tiempo estimando un desmayo de un par de minutos. Al despertar encontró las flores marchitas en el claro, arrancadas del suelo, como si algo en el centro hubiera generado una gran cantidad de calor, las hubiera deshidratado y desplazado hacia fuera del perímetro.
Sediento y recobrando fuerzas, el guardabosques regresó batalloso a la vereda, caminando encorvado en tramos y otros tantos a gatas hasta regresar lleno de cadillos, algunos llegando a punzar y desangrar al hombre mayor, a la ruta principal donde recibió auxilio. Allí fue donde se presentó Protección Civil. Los dos paramédicos que lo atendieron escucharon mientras le realizaban curaciones y le inyectaban el suero que decía oraciones sin sentido alguno, en particular, recuerdan que decía “alebrije”. Don Julio no recuerda mucho del rescate de los paramédicos pero tiene una imagen vívida del ser mitológico.
No hay más cabos sueltos que pueda seguir el detective Solano y a pesar de la naturaleza extraña de la situación, se inclina a pensar que las amapolas amarillas han sido las culpables del aciago encuentro, haciendo énfasis en su temor de lo que parece completamente inofensivo, las ancestrales flores regionales, son un motivo presente con frecuencia en la evidencia recolectada. A los padres de Karla, Solano les informó que si el guardabosques fuera culpable de un homicidio, las hartas horas de interrogación hubieran encontrado un patrón extraño en su narración, en sus movimientos corporales o en la prueba de polígrafo. Todo indica que lo que sea que vio, fue algo que a sus ojos fue real. En cuanto a usted, el lector, queda a su juicio la veracidad de esta historia, los posibles efectos de la flor o incluso, considerar la magia del umbral que puede generarse durante los días de muertos.
Caro Arriaga