El cielo se oscureció y sólo se podía escuchar el sonido ensordecedor de los cientos de cuervos que volaban sobre el parque, estos tenían toda su atención sobre el niño que se encontraba apaciblemente jugando en un columpio.
—¡Es él! —se gritaban entre sí— ¡Ha vuelto! —se dijeron, para posteriormente lanzarse toda la parvada en picada con el único objetivo de quitarle la vida al pequeño Timothy.
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Muchos años atrás en este mismo parque un niño, con toda la intención, de una pedrada tumbó un nido donde habitaban cuatro crías de cuervo, los tres corvatos que sobrevivieron a la caída llamaban desesperadamente a su madre, tenían miedo y estaban muy heridos. El niño los asustaba dando golpes al suelo con un palo mientras aquellos huían de un lado a otro tratando de buscar refugio. Al llegar la madre cuervo encontró al niño pateando a sus pobres bebés, dos de ellos ya no se movían y mientras el niño seguía torturando a sus crías ella graznaba y revoloteaba alrededor del atacante pero este no le prestaba atención alguna. Comenzaron a llegar cada vez más cuervos, los cuales se posaban en las ramas de los árboles y observaban atentamente lo que estaba ocurriendo mientras gritaban alentando a la madre.
La madre intentó picotear al niño pero fue golpeada bruscamente con la vara que este portaba, lo último que alcanzó a ver previo a su muerte fue cómo el niño brincaba sobre el último de sus corvatos que quedaba con vida.
Los cuervos que se habían congregado llenos de odio y a punto de cobrar venganza fueron asustados por el sonoro silbato del tren que pasaba en ese momento. Al reagruparse ya no encontraron al asesino, pero este tenía que volver y aquí lo estarían esperando.
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La gente no paraba de decir lo mucho que Timothy se parecía a su padre, «como dos gotas de aguas, bueno, al menos físicamente» decía su tía abuela, «porque en personalidad no se parecen en nada. Timothy es tan tranquilo y bueno mientras que con su papá tuvimos muchísimos problemas, era un niño muy malo, nunca se estaba quieto y fue muy maldoso».
Los furiosos cuervos comenzaron a caer sobre el niño cegados por la ira que guardaban desde hace años. Timothy, en pánico y sin comprender qué pasaba, intentó correr para protegerse de las navajas que le caían del cielo, completamente rasguñado del rostro y brazos fue tumbado por las aves al suelo mientras estas le seguían picoteando el rostro. Los cuervos continuaron su ataque sin dudar ni un segundo en que estaban al fin vengándose del asesino, así que continuaron cayendo sobre Timothy hasta que el pobre niño quedó inmóvil ya sin vida rodeado de los cadáveres de mucho de los cuervos que no habían calculado bien su ataque y se impactaron directo con el suelo. Cuando los cuervos se percataron que su venganza había acabado graznaron al unísono con orgullo para después dispersarse fuera del parque.
Eduardo Nápoles