Luis, el chofer

“Ding, dang, ding, ding, ding”. Giró Luis su cabeza hacia atrás buscando la melodía, como un búho su cabeza estaba completamente al revés. Trató de girarla de nuevo, asustado. Sin mucho éxito. El sonido dulce y repetitivo no cesaba, provocándole una ansiedad tremenda. Alzó sus brazos para tomar su cabeza y regresarla a su posición antes de que alguien lo viera en tal estado, dando la espalda al mundo, mirando al pasado, con la mente torcida. Pero sus manos estaban pegadas a un manubrio que no manejaba nada, sólo se aferraban a él. Con la mirada hacia atrás Luis sólo veía colores grises y blancos quedándose tras de él; avanzaba por el aire a una velocidad muy alta. El sonido se acercaba asechante y le producía un dolor inmenso en el cuello. Poco a poco fue creciendo hasta que el dolor y la desesperación lo hicieron pegar un brinco sobre su cama, girando bruscamente el cuerpo para acomodar su cabeza. Despertándolo.

La alarma sonaba ya en el mayor nivel de volumen, y con los ojos apenas abiertos, inflamados y llenos de lagañas, buscó el aparato en la mesa de noche junto a la cama. Lo apagó y con un gemido se llevó las manos al cuello. Estaba completamente torcido, no recordaba porqué. Intentó mirar hacia la puerta del cuarto y ese esfuerzo lo hizo gritar de dolor. Comprendió que simplemente no podría girar su cabeza y tendría que caminar como robot. Cuando puso el pie izquierdo sobre el suelo e intentó recargar su peso sobre él, sintió otra oleada de dolor, este era punzante, adormilado, cuando agachó la mirada para ver qué sucedía vio que en lugar de pie tenía una masa grande, de varios tonos, amarillo, morado, rojo vivo. Se llevó la mano a aquella cosa inflamada y sintió la sangre acumulada en su tobillo. ¿Qué era aquello, en qué momento había pasado y por qué no recordaba nada?

Con mucho cuidado bajó el otro pie y se apoyó suavemente sobre él, logrando ponerse de pie. Se le dificultaba caminar así que tomó un paraguas que había en su perchero para ayudarse con él como bastón. Mientras avanzaba lentamente por la habitación sintió otros tipos de dolores, la cadera, los hombros, el pecho y un zumbido en los oídos. Se dirigió a la cocina a prender la cafetera, que siempre dejaba lista desde la noche anterior para solo picarle a un botón y que comenzara a hervir. Y caminó hacia el refrigerador, dentro de él había un bote grande de suero y otro líquido en bolsa con una etiqueta. Lo tomó y lo observó fija-mente, tenía el nombre de varios medicamentos, benzodiazepinas y analgésicos. Mientras leía se sintió en un silencio abrumador, giró sus hombros para mirar con sus ojos la cafetera que no hacía ningún sonido. Cerró el refrigerador y se acercó a abrir la cafetera, no había nada dentro, no la había preparado con anticipación como era costumbre.

Luis comenzaba a preocuparse, se recargó en la barra de su cocina pensativo, con los ojos cerrados. Haciendo un gran esfuerzo, vino a su mente una chica, por el retrovisor. La noche era muy húmeda, el clima de Monterrey siempre cambiante, recodaba estar a cuarenta grados centígrados en la tarde y también en la noche… el sonido del granizo sobre el vidrio del autobús se hizo presente en sus oídos y exaltado abrió los ojos de inmediato. Escuchó un golpe suave sobre la puerta de la entrada y aprovechando la oportunidad para escapar de su pensamiento se dirigió lentamente hacia ella. Cuando la abrió no había nadie, sólo en el suelo el paquete diario de El Horizonte. Cuando se agachó a recogerlo sintió que se caía hacia un lado, tambaleándose hacia el marco de la puerta, en su mente una señora pelirroja se golpeaba la cabeza contra la ventana del autobús salpicando el mismo de un rojo más intenso. Se sostuvo en el marco, con la respiración acelerada, intentando incorporarse. Cuando lo logró cerró la puerta y regresó a la cocina. Directo al congelador de donde sacó una bolsa de café para preparar. Recordaba la parte del sueño en el que se torcía la cabeza como búho, pero no esa pesadilla de la señora, intentó recordar un poco más de su sueño mientras servía el café y el agua. Prendió de nuevo la cafetera. El sonido del agua hirviendo lo tensionaba poco a poco, mientras hojeaba las páginas de la sección de “cultura” del periódico. Recordaba el sonido del granizo y poco a poco venían a su mente las piedras grandes de hielo que caían sobre el techo metálico del autobús.

Al llegar a la sección de “Local”, en esa primera plana reconoció su unidad de la ruta 203. Echada hacia un lado, recostada sobre la calle, lo reconoció por la luz azul de luz neón que enmarcaba la ventana frontal que aparecía completamente estrellada. Leyó el título: “Mueren 13 en accidente”. Bajo la triste imagen del autobús sobre la calle mojada decía: “Camión de ruta 203 unidad 76 pierde suelo durante la tormenta de hielo, dicen las autoridades que el conductor perdió visibilidad a causa de las fuertes precipitaciones de hielo sobre el vidrio y, efectivamente, sucedió al intentar orillarse para esperar a que pasara la tormenta, poco mantenimiento se les da a estas unidades por parte del Estado y las llantas de esta unidad se encontraban en condiciones de precariedad… el responsable será juzgado bajo los parámetros de…” En ese momento una gota de lluvia cayó sobre la calle mojada, y luego otra, y el papel de empapó de una tormenta nueva hasta que en sus ojos no hubo más que un mar de lágrimas que nubló por completo su vista, una vez más.

Camila Barragán

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