Julia y Román eran inseparables, desde que se conocieron en la universidad supieron que serían el uno para el otro. Ocho años llenos de alegría, amor, logros y sueños, todo era como un cuento de hadas, sin embargo la vida tarde o temprano terminó dándoles una bofetada por medio de un camión que les pegó de frente mientras manejaban de regreso de un viaje.
Román quedó completamente ileso a diferencia de Julia a quien no la pudieron sacar con vida del coche.
«Nos volveremos a ver» fueron las últimas palabras que le dijo antes de fallecer.
Román entró en duelo desgarrador, era su vida, su compañera, todo su amor, era su alma gemela. Pasaban los meses y seguía llorándole como el primer día de su partida, la extrañaba tanto y no podía seguir viviendo sin ella.
En una caminata de regreso del cementerio donde reposaban los restos de su amada se topó en un poste uno de esos tantos anuncios de brujería hechos para atrapar incautos o personas desesperadas por apoyo divino. «Hablamos con tus seres queridos» decía el anuncio, desesperado marcó y sin pensarlo terminó asistiendo a la sesión espiritista llevando consigo el material encomendado: una fotografía de Julia, una carta escrita por ella, el cepillo de cabello que dejó en su casa y el anillo de compromiso que le había dado horas antes del fatal accidente que terminó con su vida.
Al entrar con la «maestra» Rosario (como se hacía llamar la vidente) está inició con su discurso de los poderes divinos y de el riesgo que involucraba comunicarse con los muertos (todo esto mientras inspeccionaba los artículos que le había llevado) para al final hablar de sus altos honorarios a los que Román no escatimó en negociar.
Sin embargo la visita había sido una típica y predecible sesión de güija con respuestas sacadas de los objetos que el había llevado, cosa que hizo enojar a Román y que abandonara la farsa mientras la mujer le gritaba que tenía que regresar, que había que cerrar el enlace, cosa que a él no le importó en absoluto.
Desde ese día Román tiene pesadillas, sueña con Julia, ve que ella está sufriendo, que se retuerce de dolor, que le grita que lo odia. Cuando despierta en las madrugadas siempre se encuentra empapado en sudor y le cuesta retomar el sueño mientras solloza por su amada.
Lo que Román no quiso escuchar de la vidente era que si no terminaban la sesión, al espíritu le sería imposible regresar a su mundo y si este permanecía mucho tiempo en la tierra sufriría de un eterno dolor.
Mientras el fantasma de lo que queda de Julia deambula en sufrimiento, mientras tiene un hambre que le es imposible llenar y un dolor que la hace retorcerse y que nunca se detiene.
Por las noches Julia se posa sobre la cama del maldito hombre que la trajo a este mundo y sentada ahí mirándolo fijamente por algunos segundos logra encontrar la paz.
Eduardo Nápoles