Las historias eran las mismas.
Decían que sus niños habían salido corriendo de casa con rumbo desconocido. Por más que los padres intentaban detenerlos, estos escaparon llevándose en brazos a los más pequeños.
La policía inició rápidamente la búsqueda pero esta se comenzó a complicar por la temprana puesta del sol.
Lo primero que encontraron los policías fueron zapatos y calcetines tirados en el monte, siguiendo el camino de prendas encontrar una gran pila de ropa de niños.
El pueblo estaba histérico y la búsqueda organizada no se hizo esperar.
¿Dónde están los niños?
Sin que nadie lo notará ya habían pasado más de trece horas desde el anochecer y en el cielo no se veía rastro del amanecer a pesar de que los relojes marcaban las nueve de la mañana.
La estación de policía (que estaban siendo usada como el punto de reunión para la búsqueda) había perdido comunicación con otras sedes, no había señal alguna de televisión y el radio cada vez tenia más interferencia.
La temperatura cada vez era más fría y los habitantes empezaron a escuchar sonidos extraños provenientes de las afueras del pueblo. Los valientes que se atrevieron a ir a investigar nunca regresaron.
Cuando el reloj marcó las tres de la tarde se cortó la energía eléctrica dejando a todos en la oscuridad.
Los llantos y desesperación habían terminado, habían aceptado todos su destino y mientras se tomaban de las manos fue que escucharon el final.
Eduardo Nápoles