Entre las aguas negras está el reino de Diablolisis
vigila certero cada entrada de rasgos de muchacha.
Los cuerpos que caen a la enorme bocaza del río
deforman el paisaje de la ciudad de Libertan.
Los canodos, una especie de perros ultradeformados
por la máquina de la pobreza, llegan a las orillas,
husmean, se deleitan con la sangre tostada en el camino.
El cazador los mira inmutable, sereno.
Espera que lleguen los Leviatantes, seres mutiformes
que devoran entrañas y mutilan las ensoñaciones.
Las horas se adhieren a la mente del cazador como frescas
hojas que caen de un árbol de semblante amarillento.
Al fin se acercan a rendir tributo a su soberano
traen entre las fauces a una niña de cabellos rizados,
le han colocado pegamento en las fosas nasales
y en la boca la profunda seña del silencio.
El cazador apunta y caen los monstruos.
La tarde dibuja electroarcoiris y gotea la calma.
Hortensia Carrasco Santos