Las flores comenzaron a brillar para hacer recordar en la programación el comienzo de otro día e invitar al cortejo de recarga. Nuevamente se escuchaba el zumbido de turbinas acercándose, se disputarían el territorio. Llegaron en pareja, como era habitual. Seducidos por los pólenes fluorescentes y para no hablar a los gritos pusieron sus turbinas en modo reposo.
—Esas de ahí son hermosas, me encantan como brillan. Me voy a conectar —y Abby se apoyó suavemente para no romper los filamentos de silicio extendiendo sus conectores y recargar con la luz de vida.
Su pareja la seguía observando como desde el primer día que se conocieron. No era su programación o el alma mother lo que le atraía, sino su psique raíz, lo innato en ella, su A.P. –A Priori-, aquello que los dejaba continuar siendo humanos.
El mundo había cambiado y esta parecía ser la última oportunidad porque no podrían resistir otra purga climática. Los productos químicos vertidos en agua y tierra para optimizar los recursos naturales fueron contraproducentes.
La fauna se volvió estéril y la clonación hizo perder el gusto y sabor a los alimentos porque nadie hizo pruebas en replicar con la vieja fauna antes del comienzo de la purga. Los insectos siempre supieron adaptarse y fueron el siguiente (y último) paso a seguir: ser insectoides. La tecnología fue de gran ayuda. Era imposible adaptar o cambiar órganos pero si podían copiar y adoptar miembros para volar o desplazarse mas rápido. Todo gracias a complementos y aplicaciones.
Podían optar por ser de día o de noche. Zum y Abby prefirieron ser de día: cosechadores gracias a la labor que hacen los insectoides de noche: sembrar, aunque ambas labores se complementan.
La luz era el único alimento confiable. Muchas aplicaciones ayudan a sintetizarla directamente como vitaminas y proteínas. También se sigue usando como fuente de energía. Ahora era vital poder almacenarla energía y lo podían hacer gracias a sus alas paneles solares.
Abby se acomodó en dirección hacia donde está su casa y expandió su abanico de alas comenzando a recargar las fuentes de almacenamiento con tecnología Lightooth que transmiten la energía acumulada sin tener que ir y volver con baterías de repuesto.
—Todo es hermoso pero extraño lo que era comer. O disfrutar de un desayuno —dijo Zum mientras también almacenaba energía mirando con nostalgia al horizonte.
—Cuando nosotros intentamos desayunar recuerda que la leche ya no tenía gusto. Nunca fue como lo contaba la abuela de la abuela de mamá. Mezclamos nuestros recuerdos con los de ella —sentenció Abby quien se desconectó para ir hacia otro racimo de luces.
—¿La mamá de tu mamá era quien decidió apagarse, no volverse a cargar?
—No, Zum. La abuela de la abuela de mamá. Nunca se adaptó al cambio. No se sentía cómoda, no le gustó nunca este nuevo mundo.
Los sensores ayudaban a marcar cuánto restaba del día para culminar la recolección y desconectarse antes que las flores disminuyan su luminosidad para luego entrar en modo reposo y dar paso a la tarea nocturna de los sembradores.
—Se nos acaba otro día. En un par de días tendremos verano y los días serán mas extensos.
—Veremos mucho menos a nuestros hijos.
—Ya no los vemos. No quisieron ser como nosotros, Abby.
—Adolescentes. Quieren estar sin los padres. ¿Qué haremos mañana? Me gustaría poder ir un poco mas allá, donde el horizonte se torna verde anaranjado.
—Tendremos que pedir permisos. Somos recolectores en este sector. Y tenemos que saber la decisión de los chicos.
—Maldita burocracia. El mundo cambió pero nos persigue el papeleo junto con los formularios —dijo sonriente Abby y su pareja recordó porqué había elegido a esa mujer.
—Podemos tener un poco de intimidad. Activemos el piloto automático para regresar a casa. Todos están haciendo lo mismo.
Y tomados de la mano emprendieron su regreso a casa, apurando el vuelo porque también deseaban poder cruzar unas palabras, aunque sea un saludo, con sus hijos: los sembradores.
Julio German Paz y Vadala