Mamá me dijo que no tuviera miedo, que cerrara los ojos un ratito mientras todo pasaba…
Estábamos cenando en el barco cuando se escuchó un ruido muy fuerte.
—¡Piratas! —gritó el señor que entró corriendo al comedor.
Todos en las mesas se pusieron muy nerviosos, los adultos se levantaban y agarraban sus cosas, mamá me abrazó mientras se le quedaba viendo a papá. Entraron muchos hombres, me tapé la nariz porque olían muy feo, como a baño sucio. Cantaban y decían muchos chistes, aunque sólo ellos se reían.
El señor de los dientes de oro es el que hablaba más, nos dijo que íbamos a jugar a un juego muy divertido. Todos los grandes hicieron una fila y los hombres graciosos pasaban con una bolsa frente a ellos, los adultos se quitaban los relojes y collares y los echaban al costal, cuando llegaban con alguna muchacha le daban abrazos y le hacían cosquillas, algunos se las llevaban, decían que les iban a llevar a dormir.
Después a todos nos pusieron cuerdas en las manos, hubo algunos señores que intentaron soltarse pero los hombres que olían feo los golpearon mucho, ya no se veían graciosos. Nos llevaron afuera del barco, ahí el hombre de los dientes de oro les dijo muchas cosas, las señoras empezaron a llorar. Mamá me abrazó muy fuerte y todo hicimos una fila.
Les dieron de cargar a todos una piedra y se las ataron a los pies. El de los dientes de oro se veía muy contento ya que se la pasaba riendo y les decía que era un truco de magia, que todos iban a ser escapistas, los demás apestosos se reían bastante y cuando el que hablaba mucho les dijo, aventaron a los grandes al agua.
Las señoras que quedaron conmigo gritaban y lloraban mucho. Mamá me abrazaba y me cantaba mi canción para dormir. Los hombres nos llevaron a la orilla del barco, «seguimos nosotras» me dijo uno de ellos.
Mamá me pidió que cerrara los ojitos, que todo estaría bien. Escuché el disparo y sentí como me empujaban al agua. Cerré los ojos todo lo que pude pero cuando el agua se me metió a la nariz no pude más y los abrí.
Eduardo Nápoles