Seis meses

Rezaba el rosario que le dio su madre, el último de sus regalos antes de que la corriera de la casa. Allí estuvo, contemplando sola el féretro a través de una ventana cuando se propuso dedicarle el novenario que ya había durado seis meses. Era demasiado, pensaba. De repente la olla de los frijoles siseó en la estufa y se trabó en el último Ave María. Sentada en el comedor en silencio, la mitad de su cara se iluminó de rojo cuando la luz sobre la puerta indicó que Karla había llegado. Miró el reloj y notó que era un poco más temprano que de costumbre. Escondió el rosario, se limpió las lágrimas y se dirigió al intercom.
—Hola, amor, ¿cómo te fue?
—Lo de siempre… ash, ¡otra vez! ¿Estás segura de que cambiaste el gas? —la voz de Karla, sofocada a causa de los cables viejos y la máscara para trabajar a la intemperie, no le decía a Marina nada sobre cómo atender el problema. No era preciso. Lo conocía de sobra de tantas veces que lo había arreglado.
—Dura seis meses y no tiene ni tres. Ha de ser otra vez la manguera, la reviso.
—Hazlo rápido.
El pequeño panel se abrió dejando escapar un poco de gas. Marina tosió mientras buscaba la manguera que solía aflojarse. Era cuestión de apretarla un poco, pero se detuvo y se quedó sosteniéndola con la mirada perdida.
—¿Ya? —inquirió Karla.
—Ya casi, amor.
Se preguntaba si valdría la pena sacar el tema de nuevo, ya había pasado mucho tiempo desde la última vez, quizá Karla ya no se enojara tanto.
—¿Sabes? Hablé…
—Hoy vi unas personas sin máscara.
—¿Eh? Marina comenzó a ajustar la manguera.
—Estaban paseando en el parque que me tocó limpiar. Una familia completa, sin máscara. Papá, mamá, dos niños. Les dije que regresaran a su casa, que el aire era mortal. ¿Sabes lo que me dijeron?
—¿Qué?
—Que todo eso era una mentira, que de seguro el gobierno quería mantenernos a todos encerrados y robarnos. ¿Robarnos qué? Le dije, la mamá solo contestó que todo. Antes la gente se moría rápido y ahora no, entonces ya es seguro… Entonces me regresé a la casa, no quise mirar cuando comenzaran a toser. Cuando lo reporté, me dijo el supervisor que la mayoría de la gente ahora aguanta seis meses. Un montón de tiempo para vivir una vida normal y luego una muerte rápida, que es resistencia o algo así. ¿Entonces para qué seguimos limpiando? Si de todas maneras habrá gente pendeja saliendo.
—Seis meses es muy poco tiempo.
—Es más de lo que puedo aguantar encerrada.
Marina conectó la manguera y el silbido del gas llenó la cámara de esterilización. El foco rojo comenzó a parpadear por unos segundos, luego se detuvo.
—Listo, arreglado… Oye, amor, hablé con un amigo, dijo que nos podía ayudar con lo del embarazo. Que conocía gente que podría apoyarnos.
—Ya te había dicho que no.
—Pero en las noticias dijeron que en seis meses ya tendrán el antídoto.
—Tienen años diciendo que en seis meses.
—Pero…
—¡Dije que no!
El golpe en la puerta la hizo saltar hacía atrás. Su cara resplandeció con luz verde mientras se limpiaba las lágrimas antes de abrir. Giró la perilla para dejarla entrar, todavía estaba enfundada en el traje hazmat, oliendo tanto a desinfectante que casi hace a Marina toser de nuevo mientras le ayudaba a quitárselo.

Primero los guantes, luego las botas, la capucha, el tanque de oxígeno, el overol. Movimientos mecánicos después de hacerlos tantas veces. La máscara al final, como siempre, las marcas de los amarres confundiéndose con arrugas prematuras en la cara, decoradas con el dolor que ninguna limpieza cambiaría.
Marina la besó en unos labios que le supieron a sal.

José Jesús Talamantes

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