Mei

Vibra. Vibramos. Vibro. Abro los ojos. Lista para empezar el día. Me pongo mi vestimenta. Veo a Kuan. Tiene la misma ropa. Hoy es día de cultivo.

Ya en el comedor. Mei marca suplemento Pro-A. No lo encuentro en el anaquel. Lo solicito al director de cocina. Muestro mi brazalete. Dice Pro-A. Tarda un momento. Me entrega el bote. Lo bebo directo.

Uno. Dos. Cuento los frascos. Extraigo el cultivo. Lo coloco en la trama. Uno. Dos. Veo su color amarillo. Extraigo el contenido. Lo coloco en la trama. Son las 6. Mei marca descanso.

De regreso en el caserío. Hablo con Kuan sobre el clima. Mei marca activación. Salimos a caminar. Regresamos. Nos limpiamos.

Alimento otra vez. Mei vuelve a marcar Pro-A. Vuelvo a pedirlo. Se tarda un momento. Me lo bebo. Mei marca hibernación.

En la cama. Me recuesto. Se apaga la luz. Mei vibra. Vibramos. Vibro.

La luz de un nuevo día entra por la ventana e ilumina nuestro colchón. Me levanto y escucho a lo lejos mi nombre -Mali, Mali. Fuera de casa mi madre trae consigo una bolsa repleta de mazorcas recién cortadas…

Vibro. Me levantó de golpe. No sentí la voz de Mei, pero ya hay luz en la habitación. A mi lado Kuan yace inmóvil en su cama. Lo toco. Está helado. Me asomo a los cuartos contiguos: todos tiesos en sus camastros. Todo en silencio, Mei en silencio.

Vibro y caigo al suelo.

Vibra. Vibramos. Vibro. Abro los ojos. Lista para empezar el día. Mei me indica usar guantes y gafas. Tomo mis utensilios. Veo que Kuan hace lo mismo. Hoy es día de congelado.

Mei sigue indicando que requiero Pro-A. Tomo el mismo suplemento de ayer; esta vez lo encuentro en el anaquel.

Me dirijo al transporte junto con Kuan y el grupo. En la fábrica cuento uno, dos. Sujeto el segundo bote y lo sumerjo. Veo el cristal y su contenido congelarse. De pronto, tengo un recuerdo de la piel de Kuan, helada. Tiemblo. Nunca había tenido esa sensación. Como si en la noche dentro de mi cabeza pasaran imágenes, posiblemente irreales, vibraciones que no provienen ni de mi entorno ni de Mei.

En la sala común del caserío hablo con Kuan. Le cuento que lo vi o creí ver anoche, pero con luz del día. Me dice que lo que digo no tiene sentido. No es normal ver o sentir cosas al hibernar. Me aconseja hablar con el director de descanso. Mei marca activación. Salimos a caminar. Siento los restos de sol sobre mi piel. Veo el sol ocultarse y dejar una estela rosada. Tiemblo, pero me siento en paz.

En el cuarto, me recuesto y de forma automática se apaga la luz. Mi brazalete se ilumina y vibra. Me dejo llevar por Mei. Vibramos. Vibro.

Mi madre cruza la puerta con expresión de asombro y un par de brazaletes en mano. Me cuenta que llegaron desde lejos y que son muy muy caros. De mañana, en la plaza del pueblo, los repartieron y ella fue una de las afortunadas; prometieron que darían salud y calidad de vida a quienes los usaran. No había visto tan feliz a mamá desde la muerte de mi padre.

A días de usar el brazalete llegaron víveres a la puerta de la casa. Ya no teníamos que trabajar en el campo ni gastar en nada. Algunos días nos visitaban unas personas y revisaban que siguiéramos las instrucciones que se nos daban.

Despierto y recuerdo todo. Luz rosada entra en el cuarto y veo a Kuan inmóvil a mi lado. Esto en verdad está pasando. Me levanto y corro afuera. El sol se está escondiendo. Me percato, como si fuera la primera vez, del gran campo que me rodea. Entre yerba y árboles se alza el caserío. A su lado está la camioneta que nos transporta a la fábrica y junto a él un camino que recorre todos los días. Decido seguirlo, no sé si para huir o seguir descubriendo.

Después de varios minutos, vislumbro un caserío entre la oscuridad. No es el mío, estoy segura; su fachada y transporte son diferentes. Me acerco para poder ver mejor su interior, pues sus luces están encendidas. Me asomo por una ventana y veo a un grupo de señoras sentadas alrededor de una mesa; ellas están despiertas como yo. Reconozco una de las voces. Me estremezco con su calidez y timbre. No puedo ver su rostro, pero siento un gran impulso por entrar y verle. Se levantan y dirigen a otra habitación e, inmediatamente, se apagan las luces. Pienso en entrar, pero no quiero sacar un susto. Decido regresar a mi caserío y volver al sitio al día siguiente, con luz y la mente más descansada.

En mi caserío todo sigue a oscuras y en pausa. No hay un solo ruido, ni siquiera una respiración que no sea la mía. Me acerco a la habitación de los directores y también hay silencio. Vuelvo a mi cama y me recuesto. Me repito a mí misma que esto no es un sueño -ahora que recuerdo lo que es soñar. También recuerdo el encuentro pasado con la fría piel de Kuan. Aunque temo repetir la experiencia, por un momento me preocupa el hecho de no verlo respirar. Tomo suavemente su muñeca y todo lo que siento es una ligera, casi imperceptible vibración. Veo su rostro inexpresivo y pienso que en realidad no lo conozco.

Me despierta una voz a lo lejos – Mali, Mali. Kuan parado frente a mí me llama y sacude. Dice que no he despertado a tiempo y que Mei en mi brazalete no responde. Me dice que ya ha informado al director general del caserío y que viene en camino para revisar la situación. Recuerdo de pronto lo vivido anoche. Me levanto e, ignorando la voz de Kuan, me dispongo a salir a toda prisa hacia el caserío contiguo.

Troto y siento cómo mi cuerpo vibra por sí solo, sin la ayuda de Mei esta vez. Me siento viva y entusiasmada. Unos minutos después, veo el caserío y me acerco a él. Está en silencio, apagado. Me asomo por la ventana y no se ve movimiento. Concluyo que quizás sus residentes ya han salido a trabajar, aunque su transporte sigue ahí. Escucho voces llamándome – Mali, Mali. Instintivamente, me escondo en un matorral cercano.

Dentro de mi escondite, siento miedo. Recuerdo alguna vez haberme sentido así: pérdida y con ganas de huir. Me abrazo para reconfortarme y cierro mis ojos. Escucho por horas mi alrededor; me imagino escondida en una milpa; casi puedo oler la tierra húmeda.

Abro los ojos y me percato que ya está atardeciendo. Mi cuerpo está completamente entumecido, pero salgo lo más rápido que puedo de mi escondite; recuerdo mi misión y no quiero que se repita la situación de anoche. Sin embargo, pronto noto que el caserío sigue a oscuras y sin una sola alma. Confundida, pero segura de no querer regresar sin cumplir mi propósito, me cuelo dentro. Todo está en silencio. Me adentro hasta las habitaciones y me encuentro con una hilera de camastros y pequeños cuerpos inertes de mujeres. Recorro una a una las camas. Examino sus fríos rostros. Cerca de llegar al fondo, veo una cabellera oscura como la mía, pero más corta. La reconozco de inmediato como la que vi anoche. Me acerco dudosa y hago lo propio como con el resto: su rostro me parece igual de inexpresivo y frío. Hago un esfuerzo por recordarlo, pero no reconozco esas arrugas ni cicatrices. Algo decepcionada, me siento a su lado. Su cuerpo vibra en silencio. Me recuesto en el suelo y me siento más confundida que nunca.

Una docena de voces me despiertan. Un grupo de señoras me observan y me levanto como puedo. La cama a mi lado está vacía. Busco a la señora de cabellera negra, pero en su lugar me encuentro con caras conocidas: mis directores de caserío están aquí. Me toman de los brazos y me arrastran fuera del lugar. No pongo demasiada resistencia porque, camino a la puerta, busco con la mirada por todos los rincones. Una vez fuera, es cuando comienzo a desesperarme y pelear. Grito, pataleo, exigiendo que me suelten. Con fuerza me llevan a un transporte blanco y desconocido. Es ahí cuando la veo, asomándose por la ventana.

Me arrastraron fuera de casa hace muchos años, mientras a ella la sostenían dentro. Revivo el miedo de ese día en que me llevaron lejos para continuar con el programa de Mei. Alcanzaba a escuchar que era por nuestro bien, que el mundo requería de un nuevo orden para disminuir el impacto que la humanidad estaba teniendo. Que, con algo de suerte, si nos tocaba estar despiertas e hibernar los mismos días, algún día nos volveríamos a ver.

Es mi madre, reconozco su mirada; pero ella no me reconoce a mí, se da la vuelta. Escucho decir a alguien que Pro-A funciona. Siento mi mundo vibrar y desvanecerse, mientras reactivan mi brazalete.

Mei vibra. Vibramos. Vibro.

Ana Belén Pérez González

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