La Iglesia de Tonatiuh de la Conservación del Quinto Sol

Era cerca del mediodía, Tizoc Kaxtitl acomodó la flor de cempasúchil en la solapa de su traje. El reflejo de la puerta principal del edificio lo mostraba con un impecable traje sastre. El blanco y el negro de su ropa sólo interrumpidos por la flor amarilla y el marrón del libro sagrado que cargaba bajo el brazo. Llevaba ya veinte minutos esperando a que le abrieran para subir al departamento. El dron vigilante ya había notado su presencia y se mantenía a la expectativa. Tizoc esperaba con confianza, estaba seguro que era la dirección correcta y tenía la esperanza de lograr su primera conversión. Tenía ya dos años de misionero en Madrid sin mucho éxito.
Repasó en su cabeza el primer encuentro con aquella mujer. Tizoc estaba sentado en una esquina, sangrando de una herida en la cabeza, intentando responder las preguntas de una policía nada amigable.
—¿Y qué ha pasao?
—Le digo que me asaltaron.
—¿Y quién lo ha asaltao?
—No lo vi, me golpearon por detrás de la cabeza y me caí. Sólo sentí que me sacó la cartera y se fue.
—Pasaporte, por favor.
—No lo traigo conmigo, por seguridad lo dejo en el hostal. ¿Una copia sirve?
—Está metido en un lío.
—¡¿Por qué?! ¡A mí fue al que robaron!
—Debería traer sus papeles todo el tiempo. Nueva ley.
—Oh… ¿me ayudaría si me identifico como misionero?
La policía levantó una ceja. Tizoc suspiró y le mostró su copia marrón del códice Telleriano-Remensis, el libro sagrado de la Iglesia de Tonatiuh de la Conservación del Quinto Sol.
—¿Alguna vez se ha preguntado de dónde vengo, a dónde voy, por qué estoy aquí?
Ante su cara de sorpresa de la policía y su confusión del golpe, Tizoc no tuvo más remedio que apoyarse en su entrenamiento de misionero y comenzó a explayarse sobre todo lo que significa ser tonatiano en estos tiempos.
Era algo que todavía le infundía vergüenza y convicción al mismo tiempo. Muy adentro, sabía que se había aprovechado del pequeño interés mostrado de la policía y que le había dado una invitación a medias a continuar hablando del tema. Ahora se encontraba frente al edificio donde se hallaba su departamento, después de mucho insistir.

Mientras seguía acomodando su traje, especialmente el duro bulto detrás de su flor, la puerta se abrió automáticamente. El dron lo seguía mirando. Tizoc se encogió de hombros, entró al amplio recibidor solitario y subió las escaleras. En ese momento se debió preguntar cómo una policía podría pagar un piso en un edificio tan elegante pero no tenía la condición física suficiente para subir tantas escaleras y pensar al mismo tiempo. La puerta del departamento indicado estaba open, llamó una vez, pero nadie contestó. Cuando entró vio una amplia cocina equipada con aparatos que desconocía y una sala más grande que el cuarto de hostal que compartía con otras cuatro personas. Estuvo a punto de dar media vuelta cuando escuchó una voz desde la ventana.
—Oye, por aquí. Shhhhhhh…
La policía puso un dedo sobre sus labios mientras que con la otra mano lo invitaba a salir por la ventana al balcón. La cara de confusión de Tizoc continúo cuando siguió a la policía por una escalera hasta el techo del edificio y esa expresión fue sustituida por una de horror al ver a una mujer amarrada de espaldas sobre una mesa.
—Vale. Entonces, allá está el sacrificio, aquí está el cuchillo. A por ella.
—¿Qué?
—El sacrificio. Eso es lo que haceís, ¿no? Sacrificar gente al sol.
Tizoc comenzó a sudar. Esto iba más allá de hacer una conversión.
—Escuche, creo que está cometiendo un error.
—No, no hay ningún error. Esa maja acaba de librarse de una condena de homicidio. Yo la iba a matar, pero lo conocí primero.
—Esto no es correcto.
—Es más que correcto, es legal. Está en la nueva Ley de Libertad de Cultos, así que podeís sacrificarla al sol. Yo le traigo criminales para que los mateís.
Tizoc abrazó su libro marrón, nunca se había enfrentado a una situación así.
—Si lo hago, ¿se convertirá a la Iglesia de Tonatiuh de la Conservación del Quinto Sol?
—Sí.
Él cerró los ojos y los levantó hacia el sol, buscando una respuesta para los cientos de preguntas que circulaban por su cabeza. Entonces bajó la vista y regresó el cuchillo. Para luego sacar una piedra afilada de obsidiana de una bolsa detrás de su flor de cempasúchil.
—Sostenga el libro y no cierre los ojos…

José Jesús Talamantes

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