«El invierno del dibujante» – El tebeo en la España de Franco

En tiempos actuales, el lector de cómics está muy demandante de personajes reales que en la mayoría de los casos existieron o existen en la vida real. Esto es una respuesta ante los clichés del “Súper Héroe” estadounidense o el típico  personaje sobre humano del “Manga” japonés. Y a diferencia de como pudiese suceder de forma redundante en la prosa, la narrativa gráfica secuencial ofrece herramientas para hacer arduamente de calidad aspectos biográficos, autobiográficos o con el elemento narrativo de la otredad. Y en específico, hay una fuerte demanda de viñetas sobre los que hacen viñetas. En el caso mexicano a quién no le gustaría ver a un Gabriel Vargas de 11 años que le mostró un dibujo de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México al Director de Cultura del Instituto Nacional de Bellas Artes, por la cual le consiguieron trabajo a tan corta edad en Excélsior. O a qué lector no le agradaría ver en viñetas el momento en que “Rius” fue rescatado de la muerte por Lázaro Cárdenas como consecuencia de las fuertes críticas que Don Eduardo hacía al imperialismo de los Estados Unidos y a la política mexicana de su tiempo.  

Al respecto, “La Madre Patria” se nos adelantó al documentar algo muy irónico y a la vez muy cierto: la consagración de la historieta española o “Tebeo”, dentro de un período tan caótico como lo fue la Dictadura de Francisco Franco. Todo esto en la novela gráfica, “El Invierno del Dibujante” del valenciano Paco Roca, al respecto de lo mencionado arriba, este tipo de obras no son desconocidas para este autor ibérico, teniendo entre sus publicaciones una muy emblemática obra autobiográfica, “Andanzas de un Hombre en Pijama”.

La obra que ahora nos incumbe comienza en el invierno de 1958, con una imagen no propia de la España de la época, sino quizás propia de todos los que han crecido leyendo cómics en el mundo. Una madre comprándole un “tebeo” a su pequeño hijo mientras lo lleva al colegio. Eso sí, el puesto de revistas es muy parecido a los que existen con ese nombre en México y que en España se conocen como kioscos. Muchos lectores de México e Hispanoamérica se deben de haber sentido muy identificados con dicha escena. Lo curioso es que sin que termine la secuencia, comienza a hacer su aparición Josep Escobar el primero de los dibujantes en aparecer y que observó con parquedad la venta de una revista que más adelante sabremos que no fue la suya.
Siguiendo la secuencialidad aparecen Carlos Conti, Guillermo Cifré y José Peñarroya para dirigirse a Editorial Bruguera, casa editorial  que no es desconocida ni en nuestro país ni en el resto de América Latina, muchos amantes de la novelas de Ciencia Ficción siguen reuniendo su colección de novelas usadas de dicho sello. El funcionamiento externo recuerda un tanto lo que “Editorial Novaro”. De ahí viene la imagen de originales de la época como “Las Hermanas Gilda” con las típicas correcciones en lápiz rojo, era evidente que el censor era en realidad el Jefe Editorial, al mismo tiempo conocemos a una bella rubia de nombre Armonía. Recibe a los historietistas y les da de nuevo la bienvenida a Bruguera, de ahí se muestra cómo se trabajaba antes en un lugar así con una pieza llena de restiradores con dibujantes trabajando, la nostalgia es inminente y es notoria la presencia de Víctor Mora como nuevo Redactor en Jefe (Víctor Mora guionista español de “Capitán Trueno”, no confundir con Ángel Mora, dibujante mexicano de “Chanoc”), la bella rubia que lo besa en la mejilla y recuerda su cena de aniversario, le hace hincapié en que han vuelto los dibujantes que se habían ido, en ese momento se encontraban con el Jefe González. Mientras en la sala de espera hay otros dos autores, Ángel Nada y el emblemático Francisco Ibáñez, creador de “Mortadelo y Filemón”, que para muchos es la historieta española más conocida en el mundo, finalmente entra Miguel Berneta para que la joven de ojos verdes les comunique que los dibujantes que hacían “Tio Vivo” han vuelto a Bruguera, este primer capítulo termina con una expresión de sorpresa en el rostro de Ibáñez.

Comienza entonces el segundo capítulo, que hay que comentar están divididos en el color del papel de las páginas. Y nos traslada a finales del verano de 1957, luego de escenas urbanas de la época aparecen Raf e Ibáñez, en un restaurante. El primer comentario del ya mencionado creador de los dos agentes de “La Tia”, es que con lo que ganan en la editorial en la que están, no les alcanza ni para las cervezas. El diálogo es interesante, Raf comenta que trabajaba en una oficina e Ibáñez en el banco, recordando que a diferencia de cómo es hoy en día, en ese tiempo ser dibujante de “tebeos” era una profesión, que de hecho no fue muy bien aceptada por sus respectivas familias. Desde entonces ya existía el sueño de ser recordados como los grandes dibujantes norteamericanos de antaño, al respecto se menciona a Harold Foster. Ahí viene la propuesta de Raf (Joan Rafart) de cambiarse a Bruguera pues ahí pagan muy bien. La respuesta de Ibáñez es que no dan la talla y al instante su compañero pone sobre la mesa una revista titulada “Tio Vivo”, hacen el comentario de que es muy buena y que la montaron los mejores dibujantes de la mencionada editorial,  de ahí la escena vuelve al interior de la ya conocida Bruguera en donde el jefe González camina por los ya típicos periódicos colocados por la mujer de intendencia para no pisar lo trapeado, una imagen muy recurrente en la actual forma de vida de los denominados “Godínez”, lo que sí es totalmente de antaño era el uso de las máquinas de escribir que antes de los ordenadores era la eterna herramienta que acompañaba al guionista, a su vez es notorio que la bella Armonía era la traductora de la editorial por lo que pide que cambie palabras para que no se note que han copiado la traducción (Al respecto, mucho se ha cuestionado sobre que las traducciones en México siempre han sido mejores que las que las que se hacen en España); de esta escena a la que le sigue un diálogo de auténticos “Godínez” de las viñetas. Volvemos con Ibáñez bocetando a sus dos famosos espías, sus compañeros comentan  la buena calidad de “Tio Vivo”, es evidente que los tres ya no trabajan en  Bruguera, el comentario es coincidente con nuestra sociedad conservadora en donde uno de ellos comenta que a sus treinta años aún debe salir a escondidas de su madre para tomarse unas copas. La bella rubia aparece entonces para entregar los sobres con pagos, fue Ibáñez el que más páginas había dibujado y Segura era el que tenemos todavía se mantenía soltero y en la casa materna (no confundir famoso dibujante español Antonio Segura) y fue al que se le llamó la atención por llevar un “Tío Vivo” a Bruguera. Las acciones pasan de nuevo a un bar en donde sale relucir la dureza del Jefe González una dureza muy diferente a la representación norteamericana del mismo; pues aquí del censor que es muy diferente a la ridícula postura de “La Seducción del Inocente” y eso sí, más parecida al caso mexicano y de otros países de Hispanoamérica. Aquí se expone que incluso fue González quien puso el nombre de “Mortadelo y Filemón”. Y mientras comen unas croquetas comienzan a hablar de un personaje que aún no aparece en escena, Vázquez. En toda la extensión de la palabra, un auténtico “pícaro “, ya no del Siglo de Oro, sino del Franquismo. En la cantina cuentan la anécdota de cómo logró escapar de su casero, al que evidentemente le debe bastante, aspecto muy recurrente también en México con la variante del “Pelado”. Y, de hecho, el capítulo termina con un rostro alegre y a la vez mesurado en Ibáñez que ha tendrá su propia serie en Bruguera.

Ahora el capítulo nos regresa al invierno de 1958; exactamente en donde concluye el primero. Los historietistas que ahora sabemos que fundaron su propia revista salen de la oficina de González y es a Ibáñez al que no conocían, se comienza a difundir que tiene un estilo parecido al de Vázquez, que a diferencia de él es el nuevo elemento más eficiente, responsable y puntual en la entrega de sus páginas. No puede evitarse comentar el hecho de que fue una lástima que su publicación no haya funcionado y que Víctor Mora estuvo incluso en la cárcel, no hay que olvidar la dictadura en la que vivían e incluso admitieron que “Tío Vivo” era mejor que “Pulgarcito” (la revista de historietas de Bruguera). En el camino chocaron con Ledesma, Abogado que ahí se encargaba del Departamento Jurídico, Armonía le comenta que volverán a trabajar para la editorial. Mientras tanto, Escobar y Peñarroya salían de una papelería después de las típicas compras de papel y pinceles. El comentario es que los nuevos dibujantes son buenos pero las nuevas historias carecen de crítica social y mientras aún lamentan el fracaso de su revista se alcanza a ver de nuevo al Abogado que evidentemente es un espía, lo que en México se le conoce como “Halcón”. Este capítulo concluye en la casa-estudio de Escobar en donde su mujer lo apoya y admira por mantener sus ideales pese a también haber estado en la cárcel. Al respecto aquí hay un asunto interesante, pues pese a que la historieta se ha considerado un arte menor en España y América Latina, los gobiernos dictatoriales o disfrazados (como en el caso mexicano), siempre han perseguido y censurado a sus creadores. Quizás el caso más extremo fue Argentina con la ya famosa desaparición del guionista Héctor Germán Oesterheald.

El tomo cuatro de esta obra sitúa al lector en la primavera de 1957 en donde los dibujantes que ahora sabemos tuvieron la osadía de revelarse, jugaban a las cartas y beben en la que sin duda es la casa de uno de ellos, sólo falta Conti que dejó su saco sobre la silla. El comentario es que desean recuperar los originales de sus páginas y viene el comentario de que la editorial está creciendo tal cuál una industria y se menciona la censura de González con los argumentos de la unión familiar que también fue muy utilizada por “La Comisión Calificadora y Descalificadora de Revistas Ilustradas” (en México la censura tuvo ese nombre). En ese momento el lector identifica a Vázquez y es Escobar quien tiene la idea de formar una revista propia, sale a relucir la picaresca del mencionado Vázquez al salir de ahí con escepticismo y aceptar que pese ser considerado como el mejor dibujante de la editorial, su forma de ser podría hundir su proyecto, de hecho pagó una deuda con dinero que sacó de la americana de Conti. En las siguientes escenas él y Nadal deben caminar por la acera asolada para no pasar por el bar en el que aún debe dinero, se ven los originales que se guardaban en una caja fuerte, ya no cerraba por tantos que había y se escucha una risa representada en las típicas onomatopeyas, han llegado Vázquez que le canta a Armonía; pero no le ha traído el trabajo completo y comenta que su padre acaba de morir, argumento que ha  utilizado y que debe de exponerle a González para un pago por adelantado que pide, mientras tanto, ella y Mora comentan que no lo han echado por sus buenos dibujos e historias, a su vez este nuevo trabajo le quita tiempo al mencionado guionista del “Capitán Trueno”. Dentro de la oficina del Jefe, sigue reduciendo la irresponsabilidad de Vázquez y González le dice que hablará con uno de los dueños para que le paguen a cambio de realizar una misión especial para la editorial. Posteriormente con una secuencia larga, vemos a Ledesma y su esposa llegar a una fiesta y los dos mismísimos hermanos Bruguera le piden que como jurista de la editorial, utilice todas las artimañas posibles para que la nueva revista que conspiran sus ahora ex dibujantes no prospere.

El quinto capítulo nos sitúa en el invierno de 1958; precisamente en donde termina el capítulo tercero. Mora le entrega a González las páginas de los relativamente nuevos talentos y se habla de las que no pasarán la censura y le comenta que quizás debería de pedirle a otro guionista encargarse del “Capitán Trueno”, pese a que comenta que escribir es lo que más le gusta en el mundo; pero ya no tiene el tiempo de antes por dedicarse a la redacción. El Jefe González le dice que tiene talento escribiendo y que analice lo que verdaderamente quiere que sea su vida. Luego de eso Nadal entra a dicha oficina y se maneja una secuencia que las escuelas rígidas del cómic europeo siempre han condenado como totalmente anti profesional. El mismo dibujo de la puerta que se repite en las nueve viñetas que conforman la página. Lo que cambia son los globos o mejor dicho círculos que no tienen dirección alguna. Sale de ahí y le han dicho que se largue por un nuevo aumento que estaba pidiendo, el resto de sus compañeros observan desconcertados y es Jorge (Miguel Benet) quien le dice al resto que hay que ir al bar. Aquí termina este breve capítulo.

Al iniciar el sexto, situado en el verano de 1957, se puede ver al mismo grupo de dibujantes de la anterior entrega y de nuevo es Nadal quien sale de la oficina del Jefe. Ellos fueron los que permanecieron en Bruguera luego de la salida de los rebeldes. Este es el momento en que ante su fidelidad, Nadal consigue un breve aumento que de hecho, sobre la marcha, fue una estafa. La escena salta a la salida de un teatro con los “Tío Vivo” y de ahí a la que será la oficina de su nueva revista que se inmortalizó con una foto, al final del “flash back” Escobar la mira a un lado de su mesa de trabajo. El salto temporal ahora sitúa a Rafael González frente a uno de los hermanos Bruguera, se habla de la historia de la editorial hacía diez años atrás, como eran los perdedores de la guerra y como el régimen le prohibió a González seguir ejerciendo el periodismo. “Tío Vivo” quizás no fuese una competencia comercial, pero si era un mal ejemplo a seguir para otros dibujantes por lo que era indispensable su misión de que no triunfará y preparaban rastrear su distribuidora. De ahí el salto es a un bar en donde los “Tío Vivo” festejan el triunfo de haber conseguido editar su propia revista, todos en mangas de camisa y el ambiente es muy similar al de las reuniones empresariales en las cantinas mexicanas o en los pubs contemporáneos, con la notable particularidad de que no dejan de dibujar y hojear sus ediciones. Un a aspecto también muy presente hoy en día entre los dibujantes de cómics que gozan de ir a tomar una buena cerveza y dibujar es el que se muestra aquí, el que los meseros pidan algún dibujo dedicado e inviten una botella en pago. Escobar comenta el hecho de haber cumplido un sueño, de haber fundado la primera revista de su país dirigida por sus autores, él comenta que quizás del mundo. Aunque también hace hincapié en que todo su grupo se hizo famoso por títulos que crearon en Bruguera y que dicha editorial los seguirá publicando con o sin ellos. Lo que recuerda un poco el caso mexicano de “Los Súper Machos” y como su creador tuvo que irse a hacer otra revista con otro nombre, luego de que le quitarán los derechos de los personajes que él mismo creó y popularizó. Luego viene la sorpresa de que “Tío Vivo” no está disponible en los primeros kioscos a los que asisten y luego de separarse a buscar, descubren que sólo la venden en la mitad de los puestos visitados. Una vez reunidos en su nueva oficina se dan cuenta que Bruguera está detrás de todo, es Escobar el que simplemente dice que hay que levantarse y publicar el siguiente número.

El último capítulo de esta novela gráfica nos sitúa en la navidad de 1958, en la casa-estudio de Josep Escobar en donde éste está con su pipa muy reflexivo, escuchando un comunicado radiofónico del mismísimo dictador Francisco Franco. Su pequeño hijo aparece y el dibujante le pide a su mujer en un notable catalán que apague el transistor. Sienta a su vástago en sus piernas en el mismo restirador en el que trabaja, previamente quitó todos los dibujos correspondientes a “Tío Vivo”. De ahí vemos el lápiz rojo de González corrigiendo lo que parece ser un argumento de historieta, Víctor mora aparece sólo para avisar que se retira y de forma interesante el jefe comienza a todas luces a escribir su propio guión de cómics, hasta que escucha un estornudo representado en la onomatopeya “Achus”, cuando se suponía que él era el único que debía permanecer en el edificio, por lo que sale de su oficina, todo está oscuro y sin embargo, encuentra a Vázquez sobre su mesa de trabajo sin más luz que la de su lámpara, tiene una bufanda puesta y es evidente que pescó un resfriado. El jefe comenta que había olvidado que él estaba ahí, reitera que es un castigo que la única manera en que puede entregar a tiempo y saldar la deuda que tiene con la editorial. De ahí lo sermonea recordándole su picaresca: huir del casero, robarle a un compañero que le presta amablemente su casa, descolgarse por la ventana de un bar para no pagar. Por lo mismo le pide que tome más en serio su trabajo y utilicé el ingenio que ha demostrado poseer en algo más productivo. Él confiesa a González que es un hombre sin ideales, lo más cercano a eso es su ideal de no pagar nunca nada; pero también expresa que envidia arduamente a Escobar, Peñarroya y el resto de los que osaron independizarse, por ello ayudó a la editorial a que su revista fracasara. El jefe responde con el comentario de que ellos regresaron esa mañana a la empresa y a su vez confiesa que les tiene cariño, que trata de hacer su trabajo lo mejor que puede y a logrado que todos los dibujantes lo odien; pese a que todo lo hace por su familia de la que está arduamente alejado. Finalmente, Vázquez dice que a terminado de dibujar sus páginas y pide un adelanto que no le es negado por ser navidad, se abrazan y hay un dato interesante en la secuencia, pues el pícaro observa el lápiz rojo que ha dejado sobre su cubículo. En la siguiente secuencia ya no se ve, al instante González descubre el engaño de que sólo ha dibujado la mitad de las páginas y no encuentra su lápiz, es Vázquez quien lo rompe afuera del edificio de Bruguera con todo y que hay lluvia, sólo comenta que el jefe debería ir a casa y no pasa eso, se queda en su oficina, toma una caja llena de lo que utiliza para censar y comienza a hacerlo de nuevo. Mientras tanto, Vázquez llega a un bar e invita la ronda. Hay un epílogo de esta obra situada en 1979 en donde un anciano Rafael González guarda todo, incluyendo la foto de su familia que siempre estuvo en su oficina y otra bella rubia pregunta si le ha de pedir un taxi. A lo que responde que no tiene prisa e irá andando, no le espera nadie. Así concluye “El Invierno del Dibujante”.

Son vastos los comentarios sobre esta obra, quizás el que aquí es más recurrente es la similitud con la censura en México en donde también los dibujantes no eran artistas, eran obreros de las viñetas. La gran diferencia es que quizás no con las mismas cantidades de producción que actualmente producen Japón y Estados Unidos; pero la historieta española era una industria y lo que quedó de esa industria sigue existiendo con una estética y estilo propio. Bien conocido es el triste final del “Pepín” y el como no hace mucho tiempo que comenzó a recuperarse para los ojos de jóvenes lectores que desconocían por completo de la existencia de cómic en su país y que, en el caso mexicano, si fue una industria que estuvo en las mismas cantidades de producción editorial que la actual escuela norteamericana o nipona. Un caso concreto que forma parte de la idiosincrasia de los autores mexicanos contemporáneos, es que ellos sí conocen a sus antecesores; pero ha hecho falta un documento similar a éste que nos ha regalado Paco Roca sobre “El Tebeo”. A su vez, también ha sido muy recurrente entre autores aztecas el haber comenzado en alguna revista que al igual que “Tío Vivo” no haya prosperado, lo interesante ahora es que la causa no fue la persecución de algún monopolio o “La Comisión Calificadora y Descalificadora de Revistas Ilustrada”, sino aspectos de la propia idiosincrasia.
Un caso muy específico fue en Guadalajara con el fracaso de la revista P.U.T.A que posteriormente mutó a N.E.T.A, primera revista de Cómic Underground de Jalisco y su inminente derrota no fue tampoco por la doble moral de una sociedad como la tapatía, sino el hecho de que dos de sus fundadores desconocía por completo el tipo de mercado tan difícil al que se enfrentaban. De hecho, fue una lástima que una revista cargada de tanta crítica social y buena calidad estilística haya tenido tan poca duración. Y a su vez, ver la mediocre versión de sus competidores, creada no por la competencia comercial, sino por envidias que dieron por resultado la decadente revista “Espartanos” que al menos tuvo una vida más longeva.

Para concluir, los actuales “Tlacuilos” tienen mucho que aprender de sus colegas ibéricos aquí representados. Ahí viene el llamado para de nuevo tener la misma camaradería de Escobar y sus amigos en el bar; pues hoy en día ya pueden triunfar muchos otros “Tío Vivo” en este país, que alguna vez también fue llamado “La Nueva España”. Pero con un estilo quizás mejor que el de sus conquistadores, para que de nuevo “Los Tlacuilos” produzcan “Códices”.     

Gerardo Martínez «Efrén Bantú»

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