El rojo carmesí de su mirada

—¿Y dices que así es como has conseguido todos esos packs y videos amateurs? —preguntó mi amigo mientras devoraba con la mirada la pantalla de mi laptop.
—Sí, güey, es súper sencillo, cuando me piden que repare una máquina, corro un programa para recuperar archivos eliminados, en muchas ocasiones es sólo basura pero en algunas otras… ufff —dije mientras me llevaba los dedos a la boca y soltaba un suspiro.
—Pinche brother, eres cabrón, ¡¡son un buen!! —dijo asombrado, con la mirada fija en todas las carpetas con fotos y videos que mostraba la pantalla de mi computadora.
—Ah chinga, pues ¿algo tenía que tener de bueno trabajar en un ciber no? —contesté entre risas.
—¡Me pone una hora más, por favor¡ —se escuchó desde una de las maquinas del fondo del local,
—La ultima porque ya vamos a cerrar —contesté.

Acababa de cumplir cinco años en aquel negocio, al principio me aburría de lo lindo. Hasta que se me ocurrió instalar keyloggers en las máquinas del ciber, para fisgonear un poco en la vida de los demás. Después, aproveché las reparaciones que realizaba de computadoras para escalar un poco más en lo que se fue convirtiendo en un vicio, husmear en archivos ajenos.
De esa manera podía combinar mi afición con el trabajo. A veces me asombraba las cosas que llegaba a encontrar en máquinas de gente que se veía súpernormal, como el tipo que las últimas semanas se había convertido en cliente asiduo. Los primeros días se presentaba una hora antes del cierre, y me pedía tiempo para navegar, al terminar me pagaba y se iba sin mediar palabra. Nunca le puse especial atención hasta que llego con una laptop en las manos.
—Amigo, ¿de casualidad podrías ayudarme con ella? —me dijo con tímida voz.
Era un tipo de estatura media, delgado, con un rostro alargado de facciones angulosas y con unas gafas de considerable aumento que hacían que sus inquietos ojos parecieran los de un roedor. Su forma de vestir, pantalón de mezclilla con camiseta de cuello polo fajada, me ayudo a darme una idea de su edad, el tipo seguramente rondaba la mitad de los cuarenta años.
—Claro, maestro, ¿qué problema tiene?
—No lo sé, simplemente no puedo conectarla vía wifi a internet, por eso he estado viniendo estos días al ciber.
Le di una breve mirada al aparato y me percaté que el botón del wifi estaba colocado en off. Dinero fácil, pensé al instante.
—Ok, déjemela, le doy una checada sin compromiso y mañana le digo qué podemos hacer, ¿le parece?
—Me parece perfecto, mañana nos vemos por aquí… ¿disculpa cómo te llamas? —preguntó mientras dejaba la máquina sobre la vitrina y se quitaba los lentes para masajearse el puente de la nariz
—Luis, me llamo Luis —contesté de manera escueta.
—Y ¿no tienes familia o hermanos? —la pregunta me tomó por sorpresa— No, un hermano vivía conmigo desde que nuestros padres murieron, pero en la última devaluación se fue de mojado a probar fortuna y no he vuelto a tener noticias suyas desde hace años.
—Y… ¿alguna amiga o novia no tienes?
Al comenzar a entrar al terreno personal las preguntas comenzaron a hartarme.
—La curiosidad mató al gato —dije, enmascarando mi molestia en un falso tono de broma.
—Pero la satisfacción lo revivió —repuso entre risas mientras se acomodaba los lentes, para luego despedirse agitando la mano mientras caminaba hacia las escaleras—. Te dejo trabajar, Luis, mañana paso para ver si queda lista la máquina.
—Claro, seguro no es nada serio —le dije siguiéndolo con la mirada, mientras desaparecía por la escalera.
Soltando un suspiro aliviado, terminé por cerrar el negocio para encaminarme a casa.

Lo primero que hice fue correr el programa de recuperación de datos, para ver qué podía encontrar en aquella máquina, cuando vi que recuperaba tres videos de cerca de veinte minutos cada uno, pensé que estaba de suerte, así que sin dilación abrí el primero para ver qué tipo de material contenía. El rostro de una joven llenaba la pantalla del monitor. La chica era preciosa, tal vez demasiado joven para mi gusto, pero bella sin duda alguna. La mayor parte del video eran acercamientos a su cara, complementado con algunas tomas lejanas de la chica caminando por la calle, el pulso del tipo que había grabado era pésimo, la imagen brincaba de una forma que llegaba a marear. Provocando una infinidad de líneas blancas en la imagen de la grabación, decepcionado seguí adelantando el video, sólo para asegurarme que no había nada interesante en él. Un fisgón amateur, pensé. Fatigado, conecte una memoria USP en la laptop y pasé los tres videos, dejando los dos restantes pendientes de revisar para el día siguiente.

El día ajetreado que me tocó sortear me hizo olvidarme de los videos hasta después de mediodía, y aprovechando que el flujo de clientes comenzó a bajar, me dispuse a ver el segundo de ellos.
El video había sido grabado de noche y enfocaba la ventana iluminada de una habitación desde afuera, la cámara se fue acercando a la ventana de aquel cuarto, pero durante un tiempo no se veía gran cosa, las paredes de color aqua estaban adornadas con posters de artistas pop del momento, de repente la figura de una chica en toalla entro en escena, al darse la vuelta pude comprobar que se trataba de la joven del primer video. Esto ya se está poniendo más interesante, pensé.
La chica no parece darse cuenta que está siendo espiada, lentamente deja caer la toalla que la cubre, mientras el lente que la captura a escondidas se regodea en sus juveniles formas durante un buen rato, hasta que un ruido hace voltear a la joven hacia la ventana donde está la cámara y colocándose nuevamente la toalla, camina en dirección a ella para abrirla, terminando abruptamente la grabación del tipo.
Tsss, madres, se me hace que lo cacharon, pensé con una sonrisa, no pero luego ¿entonces cómo grabó otro? Recapacite.
Deje el último video para más tarde.

A punto de cerrar y mientras esperaba al tipo para entregarle su máquina, me dispuse a ver el tercer video para salir de la duda. Grande fue mi sorpresa al ver en la pantalla de la máquina, a la chica desnuda y amordazada atada a una silla, sollozando, mientras el tipo de anteojos la cosía a golpes y cachetadas, comencé a sentir un nudo en el estómago, el tipo sólo detenía la golpiza, para tomar el celular y grabar acercamientos a la cara de la chica y a sus ojos, que lo miraban aterrados y desesperados en una muda plegaria de piedad. Está de más decir que no pude terminar de ver los quince minutos restantes, así que bajé la pantalla de la computadora, sólo para ver entrando por la puerta al tipo de los anteojos, no pude reprimir un temblor en mi voz cuando le dije: qué bueno que ya vino por su máquina, ya quedó lista.
—Qué bien, Luis, se ve que eres muy bueno en lo que haces, ¿Cuánto va ser? —dijo clavando su enfebrecida mirada en mí mientras sonreía.
—Ehmm, deme quinientos pesos, igual si no trae luego me los da, no se apure —dije tratando de parecer lo más tranquilo que pudiera, aunque sabía de antemano que era casi imposible.
—Ok, mira, tengo un billete de mil ¿tienes cambio? —dijo mientras se acercaba al mostrador
—Sí, claro, deme un momento —cuando bajé la mirada hacia la caja donde guardaba el dinero sentí un estadillo de dolor en la cabeza que me hizo tambalearme, sólo para alcanzar a ver al tipo volviendo a bajar con fuerza sobre mi cabeza el pequeño garrote con el que me había golpeado previamente.

Al abrir los ojos reconocí el cuarto del tercer video, me di cuenta que no estaba amordazado mientras sentía las cuerdas mordiendo la carne de mis muñecas, frente a mí estaba el tipo de los anteojos empuñando una navaja destellante e inmaculada, flanqueando a la chica de los videos que aún seguía atada a la silla con la mirada perdida, de su belleza poco quedaba.
—Si gritas te corto la lengua, ¿entendiste? —me amenazó.
Asentí en silencio
—¿Sabes? Mi vicio inició como el tuyo, era un simple vouyer, pero después de un tiempo comencé a necesitar de cosas más elaboradas para lograr alimentar mi morbo, cosas como esta —me dijo.
Mientras, la navaja comenzó a dibujar una amplia y profunda sonrisa en la garganta de la joven inundándome la cara con el líquido vital que escapaba a borbotones de su cuello con un gorgoteo ahogado.
—La curiosidad mató al gato, Luis —terminó diciendo.
Aun con la mirada enrojecida por la sangre que me había salpicado los ojos, por una extraña razón no podía dejar de observar el morboso y macabro espectáculo que se me presentaba, me repugnaba pero a la vez me atraía, como cuando no puedes dejar de ver una sangrienta y asquerosa portada del Alarma, aquella antigua revista de contenido noticioso amarillo y gore.
Esbozando una sonrisa, no pude evitar el contestarle —Pero la satisfacción lo revivió.
La delgada y afilada hoja de la navaja entraba y salía una y otra vez del cuerpo de la chica en una copula macabra, inundándolo todo de rojo carmesí.

La policía me encontró a la mañana siguiente, el charco de sangre que dejó el cadáver de la chica paso por debajo de la puerta de la habitación y alertó a los vecinos. El tipo había desaparecido sin dejar rastro. Después de unos días y un millón de preguntas, los policías me soltaron no sin antes confiscar la memoria Usb en la que ahora aparecía un cuarto video, en donde se mostraba la masacre de la chica a detalle.

De eso ya ha pasado algún tiempo. pero de cuando en cuando, aparece el rojo carmesí ante mis ojos y no se disipa aunque moje mi cara una y otra vez, y por mucho que deseé que se vaya no lo hace, convirtiéndose en parte de mí, logrando que la angustia y el ansia me inunde, porque se lo que busca y lo que debo hacer para aplacarlo.

Gabriel Carrillo

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