The longer you stay, the more you pay
My white lines go a long way
Either up your nose or through your vein
With nothin’ to gain except killin’ your brain
-Grandmaster Flash
Arturo se quitó el caso de realidad virtual, era el tercer trabajo que perdía en los últimos dos meses. En ese momento su exjefe estaría contactando algún chino o indio que resolvería el problema por centavos. Pensó por breves segundos en estrellar el casco contra la pared con todo y los cables que lo unían a la computadora casera pero se detuvo, entre toda la basura que tapizaba su única habitación estaban los restos de su anterior caso de realidad virtual, el cual tuvo que sustituir por una baratija tan sólo para poder trabajar.
El timbre sonó y la computadora anunció la llegada de un repartidor de White Lines. Arturo se levantó de la silla y un ataque de tos casi lo hace caer por sus piernas entumidas. Con dificultad entreabrió la puerta y se presentó con el repartidor mientras la computadora anunciaba el cargo por abrir la puerta.
—Qué bueno que -tos- llegaste, deme el sobre –tos-, por favor.
El hombre lo vio de arriba abajo y ajustó el nivel de filtrado de su mascarilla facial.
—Lo que está comprando es lo último en nanotecnología, ¿lo entiende?
—Sí, sí, claro.
—El dinero primero.
—Computadora, -tos– transfiere cien nuevos pesos al computador de…
—ÆTER.
—A… -tos- este hombre.
La computadora confirmó la transferencia y le advirtió a Arturo que sus fondos estaban demasiado bajos para el nuevo costo de cerrar la puerta.
—No, no, obviamente hay más, -tos- pero ya sabe cómo se equivocan las computadoras, señor AETER.
—Es ÆTER.
—Claro, claro… –tos- ¿me da el sobre?
—Las instrucciones están dentro. Que lo disfrute.
El hombre arrojó un sobre blanco con un movimiento de su mano. Arturo malabareó el sobre cuidando de no apretarlo. Parecía algún tipo de carta antigua que todavía a principios del siglo se usaban para trasmitir mensajes antes de que el sistema de correos colapsara del todo. Cuando levantó la vista para dar las gracias, el repartidor se había marchado.
Cerró la puerta y la computadora anunció que no se activaría el pasador por falta de fondos, pero Arturo ya no escuchó. Se dirigió hacia la única mesa que poseía y la volteó con fuerza, aumentando la cantidad de basura que había en el suelo.
La puso de nuevo de manera correcta y abrió el sobre. Frente a sí estaba la respuesta a muchos de sus problemas. La nota que acompañaba al polvo decía:
- Bienvenido a White Lines. Separe el contenido en tres líneas de similar tamaño. Espere a que los nanobots terminen de organizarse, el tiempo depende de la superficie en la que se encuentren.
- Aspire la primera línea. Esto preparará las conexiones cerebrales para el reaprendizaje. En este estado, usted puede moldear sus pensamientos o aprender algo nuevo con rapidez con la ayuda de nuestra interfase patentada. Puede detenerse aquí, en caso contrario, pase al paso 3.
- Aspire la segunda línea. Esto comenzará la reconexión de las neuronas cerebrales para su limpieza. En este estado, usted puede redefinir su personalidad con nuestro método patentado de «hágalo usted mismo». Puede detenerse aquí, en caso contrario, pase al paso 4.
- Aspire la tercera línea. Pase al paso 5.
- Luz.
Depositó el contenido en la mesa en tres líneas de un polvo blanco. El polvo se organizó ante la mirada de Arturo. Pequeños cristales como sal en la primera línea, granos como el azúcar al centro y el polvo más fino que haya visto en la línea final. Permaneciendo inmóvil, aunque Arturo tosiera.
Acercó su nariz y el polvo de la primera línea comenzó a vibrar como un corazón latiendo, saltando como él saltaba en el último concierto al que fue, buscando alcanzar su fosa nasal en lugar de un escenario. Apoyando su mentón sobre la mesa, aspiró con profundidad y el polvo hizo el resto, como si un viento sólo hubiera tocado la primera línea.
En ese momento le dio un ataque de tos. Cuando por fin se calmó, una pequeña mano lo tocó en el hombro.
—¡Hola!
—¡Aaaaaah!
—Es gracioso que te asustas de ti mismo. Cuidado con las otras líneas, que te costaron mucho.
—¡¿Quién eres?!
—Ya te dije que soy tú. O si así lo prefieres, soy una interfase cerebral creada por los nanobots que acabas de aspirar. Hay quién ve a alguno de sus padres, amantes, esposas, hijos. Tú por lo visto no tienes nada de eso. Así que me ves justo como lucías cuando eras feliz, hace mucho tiempo.
—No -tos- entiendo…
—¡Por supuesto no entiendes! Vives en una porqueriza, toda tu vida es un asco. Por eso compraste White Lines, porque quieres ser diferente y aquí estoy para facilitar el proceso. Ahora, dime qué quieres.
—No me está gustando esto.
—A nadie le gusta la verdad. Pero aquí estoy, soy tu genio. Dime tus deseos.
—No me -tos- gustas.
Arturo se volvió hacia la mesa y la segunda línea comenzó a vibrar. Se aventó contra ella y aspiró la segunda línea.
—¡Espera un momento! Tienes que terminar conmigo.
Cerró los ojos y todo estaba en silencio. Las instrucciones no estaban funcionando y temía abrir los ojos y ver a otro de los seres de su cabeza. Pero sólo se encontró en un lugar cálido y oscuro. Como envuelto en una manta.
—¡Buenos días, Arturito!
Una voz que no había escuchado en muchos años lo saludó. Quitó la manta con sus pequeñas manos y observó un cuarto limpio que casi había olvidado.
—¡El desayuno está listo!
La voz lo llamó y Arturito se sintió arrastrado en un ambiente familiar, pero todavía distante. Viendo hacía arriba muchas de las cosas que lo rodeaban, llegó hasta un comedor antiguo. Los cuadros difuminados que adornaban las paredes, sugerían las figuras de una familia feliz.
—Te tardaste, dormilón.
Lo que parecía ser su madre le acarició la cabeza y lo llevó con delicadeza a la mesa. Detrás de un enorme periódico sólo se escuchaba la respiración raspante de su padre, que pronto moriría de cáncer de pulmón, memorias de Arturo que desaparecieron cuando se sentó a desayunar con una sonrisa en su cara.
Su madre se acercó con un plato y lo colocó frente a él. Allí sólo estaba la última línea blanca.
—Es tu favorito.
Un torrente de recuerdos llegó hasta él, culminando en su cuerpo convulsionando entre la basura de su cuarto real. Sólo podía pensar en que le habían mentido, White Lines habían prometido solucionar todo y únicamente lo estaban destruyendo.
La tos interrumpió sus pensamientos manchando con sangre el único espacio de suelo libre que quedaba. Malditos genes, pensó. Aunque era muy tarde para arrepentirse, la próxima vez se inyectaría algo en lugar de aspirarlo. Bajó la vista para ver mejor la sangre, pensando si no había saltado un pedazo de pulmón como ya había pasado. Justo allí, en el sueño, estaba la tercera línea blanca, un polvo fino que se acercó tentativamente como un gusano.
Arturo se rindió y tras un suspiro de resignación, aspiró con las pocas fuerzas que le quedaban. Sus ojos se cerraron de golpe y sintió que los pulmones se le llenaron de un líquido caliente, en la oscuridad, comenzó a patalear, pero el líquido se había extendido a todo lo que lo rodeaba en una presión que nunca había sentido. Entonces el líquido desapareció en un torrente que lo arrastró hacía un profundo túnel donde sólo una luz se asomaba al final.
Cuando el doctor lo sacó de su madre, Arturo lloró por primera vez.
José Jesús Talamantes