Líneas blancas

No voy a regresar, pensaba mientras observaba por el espejo retrovisor la imagen de mi rostro pálido y reseco, en parte por el frío invernal y en parte por la deshidratación que me había aquejado en las últimas semanas; él manejaba y hacía varios kilómetros que el silencio era un pasajero más y pretendía acompañarnos hasta llegar a nuestro destino; desde hace días los pensamientos fatalistas me envolvían sobre la cercanía de mi final, no sólo eran los pensamientos sino la realidad de mi salud, no salía de una y ya estaba con otro malestar, ni siquiera estaba consciente de cuántos días habían pasado desde que había salido del hospital, sentía que en cualquier momento se detendría mi vida; nos dirigíamos hacia el rancho, nunca supe porque él y su familia le llamaban así, la primera vez tuve la idea de que llegaría a ver animales de granja y una casa en medio de un gran terreno lleno de áreas verdes, sin embargo había encontrado una casa rústica antigua que abarcaba una esquina y aunque no tenía los animales que yo creía habría en un rancho, sí tenía un patio delantero lo bastante grande para que Lucio pudiera correr a sus anchas, sobretodo cuando llegábamos para estar el fin de semana cada quince días, se emocionaba tanto que corría de extremo a extremo muchas veces chocando con macetas, estrellándose en el portón, tirando con la cola lo que había a su paso, algunas veces tuvimos que reanimarle asustados pensando que estaba al borde del infarto, pero no, realizó el mismo ritual durante catorce años como si nunca hubiera dejado de ser un cachorro juguetón. La única vez que no nos recibió así fue porque nos esperaba para despedirse, desde que abrimos el portón notamos su ausencia y al buscarle debajo de la bugambilia, su lugar favorito, lo encontramos echado, lucía cansado y nos volteó a ver con cierta tranquilidad como esperando vernos para poder partir. Después de ahí yo no había vuelto en un año, Lucio era mi único motivo para seguir yendo al rancho, ya que meses antes de que Lucio muriera también había fallecido Helia la prima predilecta de él.
Con ello la indiferencia había surgido, él parecía muerto en vida, sus frases eran tan cortas que parecía contaba las palabras exactas para no interactuar conmigo, nuestro matrimonio se hundió en un desconocimiento tal que me refería a él como “él” para hacer notar que era una persona distinta de con quien me había casado, un extraño que había ocupado el lugar de Antonio, quién parecía había muerto junto Helia, desde ahí mi obsesión por la muerte, ¿o por mi muerte?
Tal vez quería seguirla para ver si podría a través de ella reencontrar al hombre que había perdido, por el cual había fincado toda mi existencia y ahora ya no tenía sentido continuar sola; pero ahora no tenía otra opción, íbamos camino al rancho porque ahí permaneceríamos algunas semanas en lo que mejoraba mi malestar decía él, pero según creía yo en lo que la muerte se decidía a cumplir mi capricho, ya había imaginado toda clase de escenarios sobre ese momento, había escogido el color de mi ataúd, al principio era metálico de color gris Oxford con molduras plateadas, pero recuerdo que alguna vez había leído que en los ataúdes de metal los cuerpos se descomponen de manera antinatural, que el cuerpo después de varios años se hace gelatinoso, sin duda no quiero verme en ese estado, ¿pero quién podría verme si mi cuerpo ya estará enterrado? No importa, no quiero eso pensando en la posibilidad de que por algún motivo tuvieran que exhumar mi cadáver y seguramente daría ese espectáculo macabro de ver mi cuerpo inflado y putrefacto; por ello después me incliné por la madera, es más, lo mandaría a hacer a mi medida con el carpintero del pueblo, algo sencillo sin molduras, un estilo campirano tradicional acorde al lugar, eso quería y que mi cuerpo se descompusiera como Dios manda, que los gusanos comieran mi carne dejando mis huesos limpios e intactos con mi récord de cero fracturas, hazaña que usaba para bromear con él en la eterna lucha de géneros dentro de nuestro matrimonio, sobre los achaques y enfermedades que cada uno tenía, claro, esto antes de que dejara de admitir que yo existía.
Seguimos avanzando por la carretera y ya que no tengo nada que hacer, aprovecho para seguir con el plan dentro de mi cabeza, me concentro tanto que cierro los ojos e imagino la expresión de cada persona dándome el último adiós, primero los veo desde el ángulo de mi ataúd el cual tiene abierta una pequeña ventanita de vidrio por donde se observa mi rostro y busto, veo como se acercan a verme y curiosean con cierto morbo, el mismo que yo muchas veces he sentido al acercarme a la caja de algún difunto, aunque en la imagen que recreo en mi mente tengo los ojos cerrados, puedo verlos y reconocerlos uno a uno, nadie llora, bueno casi nadie, Julián al fondo del salón se seca las lágrimas con su pañuelo, es lo único que no tolero de él, muchas veces le he comentado del desuso de esta prenda por su peligro de almacenar bacterias pero hace oídos sordos y sigue con su antihigiénica costumbre, Julián era el cuidador de Lucio mientras nosotros no estábamos en el rancho, su eterno compañero, a veces desde la ciudad le llamaba por teléfono y pasábamos varios minutos hablando de las aventuras y travesuras de Lucio, era lo que nos unía y aún después de su muerte en ocasiones le seguí llamando para recrear las anécdotas hasta derramar algunas lágrimas al extrañar tanto su presencia; los demás asistentes están tranquilos, parece que ya estaban más que preparados para mi final, no veo a ninguno de mis parientes, tal vez les ha sido imposible asistir por la lejanía, quiero creer que por lo menos mandarán oficiar alguna misa a mi nombre, con eso me daré por bien servida; veo a los asistentes contentos, gozando en cierta forma con el velorio, a final de cuentas significa una manera de reunirse con personas que hace años no ven y conlleva el placer de degustar un café y pancito tradicional que no faltaran esta noche de vela; ahora cambio de ángulo y estoy presente como uno de ellos, como un fantasma me deslizo por toda la habitación, desde esa percepción me acerco al féretro y me asomo a través del vidrio, luzco tan rozagante, que buen trabajo han hecho los de los servicios funerarios, me quedo mirando fijamente cada parte de mi cara reconociéndome en esa mujer que parece tan ajena, me inclino un poco para ver más de cerca y de pronto ella abre los ojos, unos ojos casi salidos de su órbita, al mismo tiempo que hace una mueca como sonrisa maliciosa, por mi cuerpo corre un escalofrío de horror y de inmediato abro los ojos y siento que despierto de una pesadilla, pero no creo haber estado dormida, creo que es mi imaginación tan vívida que me he sugestionado de más, justo en ese momento vamos pasando por la gasolinera y él se detiene a cargar, bajo del auto y busco el sanitario, entro y de reojo veo el espejo, al principio tengo la intención de mirarme pero la imagen de mi “yo” tendida en el ataúd viéndome y sonriendo me sigue incomodando así que entro directamente a uno de los dos baños y me apresuro para volver al auto, después de todo inclusive con la indiferencia de él quiero sentirme acompañada después de ese susto.
Transcurren algunos minutos en los que intento disfrutar del paisaje pero es irremediable que vuelva a cerrar los ojos y me vuelva a situar en mi funeral, me gusta que todos hablan de mí, como es costumbre ante los muertos sólo recuerdan mis aciertos y virtudes, admiran la belleza que siempre los cautivó, es mi único momento de protagonismo y lo disfruto, que ironía que sea en mi muerte cuando lo gozo y en vida me haya esforzado por pasar desapercibida y mostrar un perfil gris e introvertido para no figurar en nada, no entiendo cómo sigo teniendo miedo de morir pero encontrar al mismo tiempo tanto deleite en mi honra fúnebre, siento un poco de alegría hasta que entre la gente lo encuentro a él, está junto a la chimenea, lo noto triste, ¿será que después de todo le ha dolido mi partida? Me acerco más, siento la necesidad de reconfortarlo pero me doy cuenta que está viendo la foto de Helia que se halla sobre la consola junto con todas las fotos familiares, no es posible, ¡es mi momento! Esperaba este día centrara su atención en mí, por lo menos hoy, ¡me lo debe! Enojada le sujeto la mano hasta hacerlo voltear a verme, cuando intento decirle algo de pronto un movimiento brusco del auto me hace regresar a la realidad y salirme intempestivamente de mi última gran fiesta que él ha arruinado, no sé qué ha ocurrido pero no pienso abrir mi boca y preguntarle, estoy tan molesta que quiero reclamarle, pero prefiero no voltear a verle, por un momento con la mente en blanco, tan blanco como el reflejo de las líneas que perseguimos en el camino y que parece que no tienen fin, mis ojos entran en un estado de programación sólo siguiendo ese punto fijo, primero veo las líneas iguales y perfectas pero centrando la mirada paso de un pensamiento en automático a tener conciencia de lo que observo, las líneas comienzan a presentar irregularidades, de repente hay algún defecto en el trazo y una de las paralelas está a medio despintar, en mi mente se dibuja rápidamente una brocha y relleno simétricamente el espacio, y así cuando en algún segmento observo que se salió la pintura del contorno, también la corrijo con otra brocha en tono gris como el asfalto, no sé cuánto tiempo llevo haciendo esto pero me siento tan cansada, este viaje parece interminable, el mirar tan fijamente las líneas hace que lastimen un poco mi vista por lo que nuevamente cierro los ojos, tengo la sensación de que la velocidad aumenta, quiero decirle a él que pare pero hace mucho que él no me escucha, ni siquiera lo he intentado en días, me da mucho miedo que yo me dirija a él y no haya respuesta, siento un mareo, anhelo llegar al rancho y poder recostarme, ver a Julián y sentir que existo para alguien, tengo miedo, quiero abrir los ojos pero no puedo, ya no quiero pensar en mi muerte, me ha dolido darme cuenta que la única finalidad de obsesionarme con mi muerte era por mover algo dentro de él y hacerlo reaccionar, mis esperanzas han muerto; pero no puedo evitarlo, ahí va de nuevo, estoy tendida en la caja, escucho un golpeteo en la parte de la caja que queda en mis pies, son como diminutas canicas cayendo de cuando en cuando, una voz lejana de pronto se esclarece: “bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús”, de pronto la voz se apaga y el murmullo de decenas de voces dan respuesta al rezo, entonces comprendo que el sonido proviene de las cuentas de un rosario de una mujer que es la voz principal, pero los murmullos de los rezos me retumban en los oídos, los escucho muy cerca y de pronto se alejan, ¡basta! Quiero salir de esa idea, ya no me quiero morir, cierro los ojos, los aprieto con fuerza y me concentro en las líneas blancas, deseo poder abrirlos y seguir con mi tarea inútil de corregirlas para perfeccionarlas pero cuando los abro sigo viendo el vidrio de la caja, hago esta acción varias veces con el mismo resultado, debo haberme quedado dormida, esto es una pesadilla, el destello de la lámpara que está en el techo me deslumbra, vuelvo a cerrar los ojos y al abrirlos veo caras que se asoman por el vidrio, parece que se están despidiendo, de pronto la última cara, es él, me mira y a la vez no, su expresión es vacía y sin intención, cierro los ojos de nuevo, los abro, por fin estoy en el auto, no avanza, estamos en medio de la nada, volteó lentamente a la izquierda para verlo a él, ahora si necesito hablarle, no está en el auto, dirijo al mirada hacia el frente, las líneas blancas son todo lo que hay, como un espejismo veo que viene Lucio corriendo hacia mí, entonces entiendo todo, ya no puedo evadirlo más, cierro los ojos resignada al mismo tiempo que la ventana del ataúd se cierra para no abrirse jamás…

Arlette Montserrat Lara

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