Tiempo sobre espacio

Va de inquebrantable avance, surcando remotas aguas, ya veloz, ya más lenta. Sin menguar la marcha la cual, si se quisiera calcular, sería acaso más fácil hacerlo en medidas de tiempo que de espacio.
Al ojo que aproximarse la viese le parecería que la nave se traslada con una sonrisa, eso sí, una sonrisa ya cansada por los decenios de travesía pero sin perder el gesto ufano.
La pintura en los costados, las amuras y en toda la obra muerta se ha resquebrajado mostrando capa tras capa de la coraza de maderas taladas de arboles antepasados a los bosques más antiguos del presente. Se diría que está feliz de hacer el trabajo para el que fue creada, como aquel anciano en el muelle que ha pasado la vida acarreando cajas en su carretilla de dos ruedas. También él sonríe viendo pasar el tiempo ante sus ojos ya cubiertos por nubes blancas, también feliz de hacer el trabajo para el cual nació.
Él la ha visto pasar ya en otras ocasiones, aunque no podría está seguro ni cuándo ni dónde. El dónde es fácil pues él no ha salido del muelle nunca, a menos que se cuenten los viajes en sus sueños. El cuándo es más complicado aun responderlo. La mente del anciano ha comenzado a divagar, los fantasmas del pasado vienen a visitarlo con mayor frecuencia y esto ha causado que la gente comience a ignorarlo.
A la nave también la han ignorado tanto que poca gente la nota en su andar. Él lo hace, y hoy la ve acercarse cada vez más hacia su viejo muelle.
El cerebro del viejo ha comenzado a calcificarse por dentro, lo cual no le impide seguir haciendo sus labores físicas. La nave sufre de la misma afección. Su timonel ha comenzado a calcificarse y aún frente al timón, aún con su uniforme de trabajo pero desde hace décadas el capitán se ha deshidratado y el salitre en el aire de altamar le ha endurecido la piel como un pergamino.
Aunque ya estaba deshidratado antes de morir, esa fue la causa de su fallecimiento y del fallecimiento de los otros dos miembros de su tripulación que aún lo acompañan, uno en la cubierta mirando hacia el firmamento y otro en la bodega, quien todavía sostiene la cantimplora vacía antes de que exhalara su último aliento.
También ellos se han calcificado, como su capitán, como el cerebro del anciano.
Pero al viejo no le importa su cerebro, no le importa el cerebro de la nave. Sólo le importa la nave, le importa su cuerpo y le importa que las tareas para las que fuimos creados sean terminadas sin anteceder nimiedades en el camino.
Deja su carretilla y se enfila al viejo muelle de madera que pronto será desmantelado para hacer uno nuevo, se aventura lento al encuentro de su amiga, la cual se aproxima con andar tranquilo. Él es ignorado por la gente que pasa, la nave es ignorada por otros barcos.
Ahora están muy cerca, el viejo está a mitad del ruinoso muelle y la nave avanza. Ha tomado velocidad por las olas que la acercan a su amigo. Él abre los brazos convidándole a un abrazo y ella llega con su sonrisa sublime.
El encuentro entre ambos fue devastador, en segundos todo se ha reducido a astillas fragmentadas que se han ido a pique. Hay un poco de desasosiego en el puerto pero pronto pasará. La gente se siente más agradecida al darse cuenta de que se han ahorrado algo de trabajo y sus vidas pueden continuar sin los lastres del pasado. En poco tiempo se habrá de construir un nuevo muelle del cual zarparán flamantes naves con gallardos capitanes. Al cual vendrán a trabajar jóvenes empacadores rebosantes de vigor y con nuevos recuerdos qué construir. Y las medidas de tiempo, volverán a reemplazar a las de espacio.

Santiago Pérez

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