El pescador de perlas

“Rodolfo Fierro era un hombre alto, con el sombrero tejano arriscado en punta sobre la frente,  rostro oscuro completamente afeitado, cabellos que eran casi cerdas, lacios, rígidos, negros; boca de perro de presa, manos poderosas, torso erguido y piernas de músculos boludos que apretaban los flancos del caballo como si fueran garra de águila. Aquel hombre se llamaba Rodolfo Fierro: había sido ferrocarrilero y después fue dedo meñique del jefe de la División del Norte, matón brutal e implacable, de pistola certera y dedo índice que no se cansó nunca de tirar del gatillo
Luis Leal en el prólogo a “Cuentos de la Revolución”

El navío se balancea quedamente en las aguas mansas que rodean la isla de Kyūshū hasta que un chico recién llegado a la adolescencia emerge del mar en un estallido de gotas que rocían el piso de la pequeña embarcación rompiendo la quietud del momento. Mientras aspira hondo el aire de la superficie una sonrisa se dibuja en su rostro, agitando su mano derecha en alto presumiendo a su hermano una perla que le roba pequeños destellos al sol.

Al recordar aquel momento de su vida la sonrisa vuelve a aparecer en el rostro de Kingo Nonaka, han pasado sólo algunos años de aquello pero para el joven pareciera que han transcurridos siglos. Ahora se encuentra en un país extranjero a miles de kilómetros de aquella pequeña isla y aquel navío, la risa burlona de los tipos mugrientos y armados que lo observan curiosos mientras se encuentra en posición de flor de loto a la orilla de la laguna preparándose para la inmersión se lo recuerda. Los minutos corren sin que el menudo joven de ojos rasgados ejecute ningún movimiento, parece una pequeña estatua esculpida en piedra, su mente recorre los recuerdos de su largo viaje y las peripecias que ha vivido en este país en plena metamorfosis, que lo ha arropado como a uno de los suyos.

Recuerda cómo fue que se metió en este embrollo.

—Dicen que usted puede durar varios minutos bajo el agua, que así se ganaba la vida allá en su tierra ¿es cierto?
—Así es, mi general —responde quedamente el japonés.
—¿Cómo dijo, muchachito? Hable más fuerte —truena con grave voz y torva mirada el hombretón montado en la yegua a la que la tropa a bautizado como “Siete leguas”.
—¡Así es, mi general! —contesta el japonés levantando la voz.
—Ándele, qué le cuesta, ahora si le entendí clarito —dice entre risas el líder guerrillero—. Le voy encomendar un encarguito muy delicado, con su vida me responde, se me va para Chihuahua y llegando a Nuevo Casas Grandes agarra para la laguna esa que hicieron los mormones, ocupo que de esa méndiga ciénega me saque a como dé lugar el cuerpo de Fierritos, allá lo va a estar esperando Buenaventura Herrán con un grupo de hombres para ayudarlo en lo que puedan, al terminar el encarguito le dará la paga por sus servicios.

Días después a pocos kilómetros de Nuevo Casas Grandes y mientras el sol se esconde, Nonaka observa extasiado la rara belleza de Paquimé, un pueblo en ruinas, construido en adobe y con puertas en forma de “T”, mudo testigo de la grandeza prehispánica de este país tan lleno de contrastes.

Al llegar al lugar señalado y observar la laguna,el joven no puede reprimir un escalofrió. El buceaba recolectando perlas en el límpido mar de Japón, lo que tiene frente a sí es poco más que una charca pantanosa, no imagina un peor lugar para morir.

Buenaventura Herrán y sus hombres reciben al menudo chico con fuertes apretones de mano y palmadas en la espalda, invitándolo a la fogata en la que se guarecen del frío mientras le cuentan cómo fue el episodio de la muerte de Rodolfo Fierro: «Mi cuñado siempre fue bragado pero era terco como la mula que montaba, iban rumbo a Sonora con un titipuchal de oro, pero la mendiga nieve nomás no ayudaba al andar de los caballos, cuando los animales resbalaban se quedaban tirados y había que taparles las narices y la boca para que en la desesperación para respirar se levantaran los desgraciados, la canija nieve hace que no se vea ni dónde pisas, ni las piedras y andas a puro traspié, eso sin contar que hace que no encuentre uno leña seca para poder pasar la noche y cuando se deshiela pos es peor la cosa».
—Al llegar a la laguna la mayoría de los hombres comenzaron a rodearla — siguió Buenaventura mientras encendía con una brasa un cigarro de hoja que acaba de sacar de la raída camisa—. Pero Fierro con otros cinco o seis pelados se metió en línea recta a la laguna, cuando los demás comenzaron a protestar les gritó: «Los caballos andan mejor en el agua que en la nieve, este es el camino para los hombres que sean hombres, y que traigan caballos que sean caballos ¡Adelante! Total que los demás como no queriendo la cosa pos lo tuvieron que seguir, la bronca fue que a los trescientos metros de la orilla el caballo comenzó a pandearse por el peso del oro que cargaba mi cuñado, y por lo pesado del terreno que pisaba, cuando empezó a resoplar, la tropa le gritó que mejor se regresara porque el caballo se estaba hundiendo, pero él emperrado les gritaba «¡pos lo saco a puro pulmón, faltaba más!» De repente el cuaco perdió pisada y el agua los comenzó a devorar, a gritos y sin soltar las bolsas de oro pidió que le alcanzaran una reata, pero cuando se la lanzaron al querer alcanzarla perdió equilibrio y cayó en el agua, todavía alcanzo a salir una o dos veces lleno de cieno tratando de decir algo, pero no lo alcanzamos a oír, luego nomas salían los brazos del agua cargando las bolsas de oro, hasta que lentamente también se los tragó la laguna».

«Lástima de oro» dijo uno de los villistas, «lástima de caballo» dijo otro ante el asombro de Nonaka ninguno de los presentes lamentó la pérdida del hombre.

Al amanecer el joven japonés se desprendió de sus ropas, comenzando sus ejercicios de respiración preparándose para la inmersión ignorando las risas de la soldadesca. Gracias a esta técnica de respiración basada en el yoga, Nonaka podía durar varios minutos bajo el agua, pero nunca lo había intentado fuera de su natal Japón y menos en un lugar como este. Al entrar en la cenagosa agua armado con la punta de una gruesa soga y sentir de golpe su helada temperatura intenta no perder la concentración, del éxito de esta misión depende su vida. Entre más se sumerge, el agua parece comenzar a aclararse un poco, cerca del fondo vislumbra la silueta del caballo de Rodolfo Fierro, las patas firmemente enredadas entre la vegetación, y algunos metros más allá, tendido en el légamo, el cuerpo del carnicero villista con lo que parece ser un bulto de oro encima de su pecho.

Al acercarse al cuerpo ,el bulto sobre el pecho del cadáver se gira hacia él en un movimiento antinatural, abriendo un par de ojos grandes como platos, el rostro inconfundible de un Kappa se muestra ante Nonaka, que de manera instintiva y horrorizado detiene su camino. ¿Un demonio del agua japonés en este país, en este lugar?  ¿Cómo puede ser posible esto?

Levantando la palmeada mano el ser saluda al asombrado joven, sin mover su pico la voz de niño del  Yokai resuena en la cabeza de Nonaka: «Largos mares y ríos has cruzado hasta mi tierra».
—¿Tu tierra? 
—Aquí fui creado, tu gente llegó a estas tierras y conservo sus costumbres, como arrojar bebés a lagunas para que no vivieran una vida miserable como las suyas; había estado sufriendo hambre desde hace mucho tiempo, afortunadamente tengo hoy un gran banquete, un caballo y su jinete.
—Quédate el caballo, tengo que llevarme a este hombre, mi vida depende de ello.
El pequeño Yokai observa detenidamente al joven japonés y luego al cadáver de Rodolfo Fierro.
—¿Qué tiene de especial este tipo? ¿Sabes que en vida era un demonio tal vez peor que yo?
—No, nunca tuve trato con el.
—En una ocasión mató a un fulano sólo para probar que el cadáver caería hacia adelante y no hacia atrás, en otro mató cerca de trescientos hombres obligándolos a tratar de escapar, no sobrevivió ninguno.
—Esa crueldad es lo que se le admira, la verdad el tipo sólo me importa para cumplir el encargo que me hicieron —replica Nonaka.
—Qué lugar tan extraño es esta tierra en donde un demonio puede llegar a ser considerado un héroe —medita confundido el  demonio acuático.
—Te prometo costales de pepinos, si me permites llevármelo.
Al escuchar esto el Kappa descendió del pecho del hombre —de acuerdo, pero el oro también se queda aquí.

Con los pulmones a punto de reventar, el buzo japonés coloca el trozo de soga en el cuello de Fierro y tira de ella para que ayudados por caballos los hombres de Buenaventura los jalen a la superficie.

—Oiga, mi japonesito, usted salió muy cabrón, si me lo hubieran contado no lo hubiera creído, ya estábamos pensando que también se nos había ido pal otro barrio. Bueno, pues muchas gracias, ahí le dejo unas garras para que no vaya pescar una pulmonía y un caballo fresco para que se regrese al batallón de sanidad de la división del norte, no me crea mucho, pero dicen que mi general Villa lo está esperando para nombrarlo capitán. Oiga y de pura casualidad, ¿no alcanzó a ver por allá abajo las bolsas de oro que traía cargando mi cuñado?
—Gracias, Buenaventura, y no, nada de oro, allá abajo está demasiado oscuro —atina a contestar Nonaka.
—Aaah, por cierto… mi general Villa había dejado un dinero para usted, pero… pos era bien poquito, se nos acabó en provisiones, ya sabe… ahí a la vuelta le doy algo ¿no?

El joven japonés asiente sereno, mientras el hombre a caballo se da la vuelta con el cadáver en ancas del que en vida fuera el hombre más sanguinario del ejército villista.
—Buenaventura, una última cosa —alcanza a decirle Nonaka.
—¿Si?
—¿Sabe dónde puedo conseguir pepinos en esta época del año?

Gabriel Carrillo

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