El infierno espera

Nos mandaron a mi primo… sí, mi primo Felipe… los dos fuimos a terminar de limpiar la casa de la abuela después de que se muriera. Mi papá y mi tío estaban peleados porque ninguno de los dos quería pagar la cuenta del hospital de la pinche bruja… así le decían a su mamá. Mi tío le peleaba a mi papá que la había metido a una clínica privada que porque su seguro la tenía cubierta, pero a la mera hora no, el seguro no fue válido, entonces que como había sido su decisión, que él pagara todo. Y mi papá pues… que al final de cuentas dijo que abuelita sólo tenía dos hijos, así que no podía dejarlo solo con el paquete, que ni modo que la hubiera sacado de la clínica entubada como la tenían. Así que mi abuelita se murió y dejó una deuda que ninguno de sus hijos podía pagar, la verdad.

A mí y a mi primo nunca nos trató mal. A mí no me gustaba que mis papás y mis tíos le dijeran pinche bruja a mi abuelita. Muchas veces de niños nos tuvieron que dejar con ella porque trabajaban mucho, y a veces Felipe y yo nos íbamos caminando desde la escuela hasta su casa y ahí comíamos y esperábamos que fueran por nosotros. Abuelita siempre tenía mucha comida, según que por la pensión que le había dejado el abuelo que trabajó en el gobierno. Mi papá sospechaba que mi tío Abner le había dejado muchísimo dinero en el banco, que era millonario, de los millones de antes de la devaluación, antes de morirse. Mi abuelita lo extrañaba mucho, y mantuvo su cuarto siempre cerrado cuando se murió, estaba prohibido que entráramos. Bueno, hasta el día que nos tocó ir a limpiar la casa.

¿Mi tío? Sí lo conocí pero muy poquito. Murió cuando Felipe y yo acabábamos de entrar a la primaria. Más o menos recuerdo que era un tipo pelón de barba que tocaba la guitarra. Una navidad nos regaló unos aviones muy bonitos de madera balsa, él los había armado y pintado, esa noche nos salimos a volarnos con él. No… a mi papá no le caía bien su hermano menor, decía que era un vago. Abuelita nos dijo que era arreglista para grupos de rock del extranjero, que hasta le pagaban el pasaje para ir a Estados Unidos a estudios de grabación importantes, por eso siempre que volvía en casa de abuelita había dulces americanos. El papá de Felipe decía que Abner era mariguano o que pasaba droga al gabacho y que por eso iba seguido y tenía dinero. Murió en un accidente de avión o de carro, no recuerdo bien, fue hace mucho. Como dije, lo conocí muy poquito.

Bueno, pues cuando se murió abuelita mis papás y mis tíos contrataron un cerrajero. Vendieron los muebles antiguos, no los querían. Es curioso, Esteban y yo a veces veíamos unas caras muy inquietantes en las manchas de la madera de la alacena. Eso que llaman… pareidolia… eran caras con los ojos hundidos y las bocas grandes abiertas, como gritando. La verdad nos daban un poco de miedo. Mis papás decían que qué imaginación teníamos. Bueno, vendieron varias cosas de la casa, no quisieron quedarse con nada. Mi tía encontró unas veladoras rojas en un cajón y ya no quiso seguir ayudando a limpiar, que porque se usaban en hechizos y que abuelita nunca las había querido ni a ella ni a mi mamá. Así que nos quedamos los hombres para sacar montones de revistas de “Mundo Arcano” y libros que mi papá no quiso que viera ni de qué se trataban, sólo le dijo a mi tío que había que quemarlos. Y quemaron muchas cosas, la verdad: los libros, ropa, unos recortes de periódico que ella tenía en un álbum. Los dólares que hallaron bajo su cama esos no, esos se los pelearon. Pero la pira ardió hasta bien entrada la noche porque le echaron fotos que no quisieron que viéramos, ahí vaciaron sus conservas que ella misma hacía, cuadernos de apuntes y hasta las cobijas y cortinas. Una vecina salió a pedirles que la apagaran o iba a llamar a los bomberos. Pero no le hicieron caso hasta que de los recuerdos de mi abuelita quedó sólo una mancha negra en el patio.

Al otro día el Banco le llamó a mi tío para ver lo de la cuenta de ahorros y nos pidieron a mi primo Felipe y a mí que fueramos a terminar de limpiar. Para entonces la casa estaba ya casi completamente vacía, menos un cuarto que el cerrajero no pudo abrir, ni tumbando el picaporte de la puerta con un martillo. Dijo que estaba hinchada por la humedad y que apenas a hachazos. Pero cuando mi primo y yo llegamos estaba abierta. Así, sólo tuvimos que empujarla y se abrió sola.

Sí me dieron ganas de llorar. Abuelita había mantenido el cuarto de tío Abner limpio, parecía que lo hubiera barrido y trapeado apenas antes de irse al hospital. Su guitarra estaba en un soporte, junto a un ampli muy viejito, por la clavija, mi primo supuso que era de principios de los ochentas o más viejo. Abrimos el closet y había poca ropa bien doblada, y la colección de viniles del tío. Felipe se emocionó mucho. Había una tornamesa también. Yo la verdad no le sé mucho a esa música pero según Felipe que eran puros discos clásicos, que esa colección por sí sola valía una fortuna y me hizo prometerle que no le íbamos a decir nada a mis papás ni a mis tíos. Ellos iban a hacer otra hoguera y echar ahí esos LP’s nada más porque tenían calaveras, o diablos o monstruos en las portadas. Felipe agarró la guitarra y se la colgó. A mi tío no le gustaba que fuera a las tocadas, que porque ahí puro mariguano. Y entonces Felipe empezó a tocar y fue cuando vimos al fondo del closet una foto de los tres hermanos, cuando eran jóvenes como nosotros, cuando traían el cabello largo. Estaba decolorada pero ellos estaban felices. Entonces nos pusimos a llorar y, chinguesumadre, Felipe agarró un disco y me dijo que lo pusiera en la tornamesa, que íbamos a poner una canción de esas que hablan de los amigos muertos y que él la iba a tocar en la guitarra de su tío.

No sé qué horas eran pero ya estaba oscureciendo. La verdad es que Felipe no tocaba muy bien y yo batallé para hallarle a la tornamesa porque las revoluciones estaban muy lentas y empezó a oírse la voz gutural y los acordes lentos, pesados. Luego la ajusté y mi primo tocó. No se cómo estuvo pero ya era de noche. Terminó la canción y oímos que la puerta principal se cerró de golpe y me asusté, pero Felipe no, él estaba tranquilo. Sacó otro disco… No, no vi cuál era… lo sacó del montón y lo puso. Se oyeron unas voces en inglés, decían la fecha, algo de 1966 creo, y luego varias personas se reían y empezó a oírse un ritmo lento en la batería. Alguien mencionó algo y el nombre de Abner y empezó a sonar una guitarra. Felipe la empezó a seguir, la batería aceleró y entró otra guitarra aullando. Sí, aullando como animal. Ya estaba oscuro y solamente se veían unas lucecitas detrás de las agujas del panel frontal de la tornamesa, como ojos anaranjados, de pupila de gato, siguiendo el ritmo de la cabeza de Felipe que la meneaba para adelante y para atrás.

Yo sé que había dicho que ya no recordaba más, pero la verdad es que sí me acuerdo, es que no me va a creer… Pero se lo voy a decir. Yo estaba sentado en la cama viendo a Felipe y la puerta del cuarto se iluminó, con una luz roja. Los dos volteamos. Al principio pensé que era un incendio hasta me dio olor a humo, y pensé si no sería por el fuego que mi papá y mi tío habían encendido antes, pero cuando nos paramos y nos acercamos, me mié. Sí, me oriné de miedo, es la verdad. Era la casa donde estábamos, pero el piso se había vuelto rojo y los muros sucios, y el pasillo se extendía hasta el cuarto de ella, que era de donde venía el resplandor. Entonces oímos una voz de hombre que dijo riéndose “¡Ya llegó tu mijo!” y alguien se paró delante del resplandor. Felipe estaba paralizado y yo empecé a gritar y había más risas, entonces me cagué también. En el cuarto que antes fuera del tío Felipe vi sus pies con sus zapatos… no, no le vi la cara… pero era mi tío, era el papá de Felipe y no se movía, y había sangre y… y… y… ¡No, déjeme terminar! Le grité a Felipe que nos fuéramos pero él se había congelado, estaba hecho piedra, estaba en shock, no sé… entonces la canción del disco se terminó y todo desapareció. Felipe parpadeó y me dijo que qué tenía. Yo estaba llorando, cagado, miado y él no entendía por qué. Bueno, le quité la guitarra y nos salimos, por mí que quemaran todas las cosas del tío Abner.

¿Luego? Pues luego nos fuimos y no lo volví a ver… No, yo ya les dije que no se dónde está ni porqué mató a mis tíos… No, le estoy diciendo la verdad… ¡No! ¡Yo tampoco recuerdo haber matado a mis papás! ¡Señor, usted me dijo que le dijera toda la verdad, ya se la dije, no son inventos! ¡Vayan a casa de la abuela, ahí están los discos satánicos, ahí está la evidencia! ¡No, no estoy loco! ¡Usted dijo que me iba a ayudar! ¡Ayúdeme! ¡Ayúdeme!

Abraham Martínez Azuara

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